Hay declaraciones impunes, que recuerdo cada vez que ocurre un nuevo atropello por parte de una funcionaria pública que brilla por su intransigencia y arbitrariedad. Su deshumanización se nota a todas luces, en cada palabra, en la forma de colocarse violentamente ante los otros o en su limitado léxico. Toma a cada incauto que se le para enfrente como si fuera una cosa que sirve a su conveniencia. Basta escuchar su conferencia de prensa del día 26 de enero “le ponen ahí unos zapes…” (https://www.elfinanciero.com.mx/cdmx/2024/01/27/le-ponen-ahi-al-senor-unos-zapes-sandra-cuevas-sobre-golpiza-de-sus-empleados-a-ciudadano/) dice. Es necesario pensar en lo que representa para nuestra sociedad. Creo que lo más representativo es el imaginario social de la frase “¿quién es?, ¿qué estudió?”. Como si no mereciera respeto toda persona por el hecho de serlo.
El fin de semana pasado comentaba con alguien la necesidad de algunos académicos por ser nombrados por su grado. Como si formara parte de su nombre de pila. En clase algunos estudiantes lo hicieron y cuando estuvimos en confianza les dije que lo evitarán porque nunca había usado mis grados. La chica me dijo que algunos familiares que los tienen exigen usar el grado porque “mi trabajo me costó” dicen. Claro que cuesta mucho, nos consta. Pero ¿eso define a una persona? Eso te hace portador de un halo de luz que hace que brille más el sol o por lo menos te obliga a seguir más las reglas, bueno, considero que no, porque la señora Cuevas tiene muchos doctorados y maestrías, que ciertamente no se notan. ¿En dónde se podrá percibir?
Me pregunto, si nos topamos de frente a un hombre con el estilo de Albert Einstein caminando por las calles ¿qué impresión nos daría? Pienso en las fotos de Nikola Tesla cuando había regresado a Serbia, su figura tan esbelta, los ojos hundidos, parecía con cierto grado de desnutrición y murió sin dinero. Ambos genios andando por las calles de la Ciudad de México, un espacio social que comparten otras 28 o 30 millones de personas, quedarían desdibujados por la gente. ¿Qué les diríamos? ¿Reconoceríamos su grandeza? El punto es que lo que te define en el día a día es tu persona y cómo te conduces en sociedad. Los títulos o la ropa no te hacen mejor, lo que importa es la posibilidad de ser un ser humano.
Las características de las personas son diferentes, las vivencias nos forman y lo mejor es tener buenas experiencias; no sobre la lógica del capitalismo que indica que la felicidad está dada por las cosas que puedes adquirir, sino la plenitud que cada actividad nos puede brindar. También el fin de semana alguien me decía que dentro de su familia había una persona que echaba por delate un título como símbolo de autoridad ante los demás, a pesar de ser más joven. A estas juventudes representa la señora Cuevas, al vació de mente, espíritu, de ética y valores. A un grupo de personas que nosotros, como sociedad no llenamos del júbilo de ser, de vivir. Pequeños entes que caminan por la calle y que tienen una actitud bleseé, que a George Simmel le traducen como “hastío”, yo prefiero adherirme a la traducción literal del francés y pensarla como una herida social. La cual quizá no curemos nunca.
Por eso es indispensable pensar en nuestras juventudes, en las infancias, en esos seres para los que tenemos que ser diferentes. Cuando les pido a mis estudiantes “degradarme” al estatus de persona me convierto en ser humano, me hago más yo porque hablo desde todas las aptitudes y conocimientos desarrollados, pero le hablo al Tú de la “palabra primordial” de Martin Buber, no le hablo al otro como una cosa, como a un Ello. Este autor es de mis favoritos en materia de humanismo. Su idea sobre las palabras primordiales se sostiene en la posibilidad de saber que cada una de las partes de la interacción son diferentes, pero dentro de esta diferencia siempre estará en el fondo el ser humano que nos hace partícipes de todo su ser.
Por ende, si el ser no tiene nada dentro, nada tiene que ofrecer. Pueden colgarse las joyas de la virgen María, puede tener títulos de todas las instituciones existentes en el mundo, pero al final no hay nada que le pueda brindar al mundo. El brindarse es el presente, es el dar y no del tipo eclesiástico que pensamos la palabra, sino en el sentido de que todo lo que te ha constituido, es lo que tienes para dar. ¡Cuidado! Ya hay varios jóvenes, incluso niños que no tienen mucho que ofrecer, porque su círculo cercano está igual de vacío. Lo vemos en las mesas de los restaurantes donde las familias ni se miran. Lo vemos en el desinterés de las crueldades de la guerra.
Buber lanza su teoría en el marco de la Segunda Guerra Mundial, su teoría es un llamado al reconocimiento de esos pueblos que no tienen el título de occidente, de los pueblos errantes y de la posibilidad de compartir con ellos la humanidad que la guerra les quitó. Que en ningún otro espacio público o privado deshumanicemos a los otros, incluso a los Benitos regados por el territorio nacional.
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