¿Sin sorpresas? En mí caso sí me llevé una, y grande. Que el miércoles pasado se diera a conocer un resultado que se resume en el hashtag #EsClaudia me provocó una enorme alegría, pero no me resultó algo sorpresivo, en lo absoluto: todas las encuestas serias así lo venían anticipando, desde hacía meses y de manera consistente. Ni siquiera la contundente diferencia entre ella y el segundo lugar fue noticia de último minuto. En cambio, la reacción de Marcelo —a quien evidentemente tampoco le sorprendió el resultado, puesto que se anticipó horas a su anuncio— sí que me desconcierta. ¡¿Pues qué le pasó?!
Si usted aborda la lectura de este texto con la expectativa del solaz que algunos pueden hallar en el despliegue del enojo y en el ejercicio del coraje, en el atronar del hacha asestando hachazos vengadores y, al fin, en el espectáculo del fuego hecho con la leña y los añicos del árbol caído, de una vez le advierto que no, que eso no va a encontrar usted aquí.
Enseguida, simplemente intento explicar qué le pasó a Marcelo. Planteo así el cuestionamiento porque creo que algo le pasó al hombre, que torció la ruta, que al menos desde la perspectiva narrativa nos falta algo para comprender cómo se tramaron los más recientes acontecimientos que el político aludido ha protagonizado. Parto, pues, del postulado de que, si bien ya daba vistas de que podía llevar su empecinamiento a niveles políticamente inconvenientes, uno fue el Marcelo Luis Ebrard Casaubón que comenzó la suerte de campaña que terminó con el levantamiento de las encuestas a partir de las cuales Morena definiría a la persona que encabezará el movimiento con miras a las elecciones presidenciales del 2024, y otro fue el que vimos ayer cuando salió a declarar que todo estaba mal y que la única solución era llevar a cabo de nuevo todo el proceso. Y la transformación entre uno y otro no fue de sopetón, fue sucediendo públicamente, transmitida en Instagram y Tiktok, durante el mismo lapso.
Ese es el cuestionamiento, ¿qué le pasó a Marcelo? Y el tono no es de reclamo —¡total, cada quién! —, sino más bien de una extrañeza entristecida. Me explico: cuando comenzó el proceso, yo pensaba que los dos punteros, Claudia y él, eran dos magníficas opciones, de tal modo que, me decía, yo no tendría duda alguna en apoyar a cualquiera de quien llegara a asumir el encargo. Es más, no sé ustedes, pero cuando se definieron los seis participantes pensé que los tres que tenían posibilidades reales —y lo acepto, además de Claudia y Ebrard, no incluía a Fernández Noroña, sino a Adán Augusto— bien podrían encabezar a la 4T. Pero luego, conforme fueron transcurriendo los días, Marcelo fue pasando de un “híjole, mejor él no” a un “por ningún motivo él”. Con esto quiero subrayar que el actuar de Marcelo me causa una sensación de luto.
Y hablando de luto y pasando a la reacción del excanciller, ayer, tan pronto vi el video en el cual declaró que todo el procedimiento debería reponerse y que “cada día se parecen más al PRI de antes”, yo tuiteé: pues este cuate ya se piró, y en tres sentidos: se deschavetó, se fue de Morena y se murió políticamente. No era la primera vez que Marcelo se refería a Morena con un “ellos” tácito, pero eso de criticarlos a dichos ellos como antagónicos a él o a un ideal nosotros ya fue demasiado, un punto de no retorno. En pocas palabras, nos dijo tramposos a todos los que no lo apoyábamos, desde el presidente López Obrador hasta la gente que estaba por iniciar la cuenta, pasando por Mario Delgado —a quien luego llamó “cobarde”, algo que no recuerdo que ni siquiera se lo haya espetado a Mancera— y Durazo, la comisión de encuestas y todos los que optaron o hubiéramos optado de haber caído en la encuesta por Claudia o cualquier otra corcholata. ¿Qué te pasó, Marcelo?
Podemos meter en tres grandes categorías las explicaciones a los comportamientos de una persona que nos parecen anómalos o al menos contrarios a lo que por sus antecedentes podíamos esperar. En principio las que se limitan a los confines del individuo: le ganó la soberbia, se le metió el diablo, demasiado tiempo creyéndose el próximo presidente, sufrió un episodio de demencia vascular, etcétera… En segundo lugar, están las explicaciones que van más allá de la psiquis de la persona: es el clasismo que lleva en las venas y en los apellidos, es que al final de cuentas es un macho mexicano que no puede aceptar que le gane una mujer, es que en el fondo es neoliberal, etcétera…
Entre ambas explicaciones extremas, están también unas que se refieren a los ámbitos comunicacionales en los cuales vive la gente. Por ejemplo: en una situación de guerra, la mayoría de los soldados tienen que estar medio locos —desplegar conductas patológicas, pues—, porque sólo así pueden participar en el sinsentido de matar congéneres y dejarse matar por abstracciones y entelequias como la patria, el mundo libre, la independencia, en fin… Lo más prudente es que aquí concluya que la explicación seguramente es multifactorial, compleja, y dejar ahí la cosa. Se oye bien, pero no explica nada. Así que, tomo el riesgo de equivocarme y me voy por una explicación.
El jueves en la mañana Marcelo fue con Gómez Leyva —but of course— y dijo que está fuera de Morena —“me queda claro es que ya en Morena no tenemos espacio”— y dos cosas que me parecen muy significativas: 1) “no estoy argumentando que le gané a Claudia” y 2) “la forma en la que actuaron ayer es una ingratitud muy grande con el de la voz”. O sea: me tocaba a mí, sin mayor trámite. En suma: creo que lo que explica el comportamiento de Marcelo no está más allá del propio Marcelo.
- @gcastroibarra
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