Hace 724 años, en Asia Menor, surgió la dinastía otomana. Entonces, año 1299, los mongoles invadían Siria e India; acá en Mesoamérica, nacía el último cuauhtlahto mexica, Ténoch. Los mexicas ya habitaban el islote en el que, poco después, por órdenes de Huitzilopochtli, fundarían México-Tenochtitlán. 154 años después los otomanos tomaron Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente. La caída de Constantinopla puso fin al también llamado Imperio Bizantino, luego de 1058 años de existencia. El Bizantino fue la continuidad del Imperio Romano, así que, en 1453, concluyó un ciclo civilizatorio iniciado 2200 años atrás.
El Imperio Otomano logró ser también una organización duradera: permaneció en el mapa más de 620 años, del 1299 hasta poco después del fin de la I Guerra Mundial. Unos meses antes de que colapsara el Imperio Otomano, en su capital, Constantinopla, nació Cornelius Castoriadis. Quien habría de convertirse en uno de los científicos sociales más destacados del siglo XX nació 235 días antes de la abolición del Sultanato otomano.
Ocurrían los embates finales de la guerra greco-turca, cuando, recién nacido Cornelius, los Castoriadis, de origen griego, tuvieron que escapar de Constantinopla y migrar a Atenas. Al año siguiente, Constantinopla cambió de nombre, para convertirse en Estambul. En Atenas, Castoriadis estudió leyes, economía y filosofía. Siendo un apasionado joven trotskista, en 1946, huyendo de la represión, emigró a Francia, en donde, en 1997, habría de fallecer luego de una fructífera carrera. La tumba de Castoriadis está en Montparnasse; en ella puede leerse esta inscripción: “Los confines del alma, en tu caminar, no podrás encontrarlos, aunque recorrieras todos los caminos. Así de profundo es su logos”. Se trata de una cita atribuida a Heráclito (c. 535- 470 a. C), nativo de Éfeso, una isla en el Egeo, muy próxima a Anatolia, en donde se ubicaba una de las doce ciudades jónicas. Los griegos habían fundado esas colonias alrededor del siglo IX a. C., y dos siglos después, colonos de Megara, establecieron en el estrecho del Bósforo una colonia, Bizancio, la que, un milenio más tarde se convertiría en Constantinopla.
Cornelius Castoriadis fue un apasionado analista del mundo antiguo griego, marcadamente de la etapa que va de Homero al esplendor de Atenas: “Desde mi perspectiva, la Grecia que importa es aquella que va del siglo VIII hasta el siglo V a. C. Aquí está la fase durante la cual la polis se instituye…” Sólo cuatro siglos, un suspiro en el que cabe Homero, Hesíodo, Tales y Anaximandro, Demócrito, Sócrates, las guerras médicas y la del Peloponeso, Eurípides y Esquilo, Heródoto y Tucídides, Platón, Aristófanes; Clístenes y Pericles…, y por supuesto, la emergencia de la democracia.
Durante los primeros meses que impartió cátedra en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Castoriadis analizó el período durante el cual los griegos no sólo crearon la polis y la democracia, sino también “la política, en el sentido verdadero del término”. Sostiene que no fue sino hasta la creación de la polis griega, que “los hombres se postulan como autores de sus propias leyes y, por tanto, también como responsables de lo que sucede en la ciudad; a partir de entonces… no hay fuente extrasocial, divina, trascendente que dicte el derecho, que diga lo que es bueno o no es bueno, lo que es o no es justo”. Por vez primera, una comunidad se hace cargo conscientemente de su voluntad colectiva de permanecer unida y de la necesidad de imponerse reglas: Castoriadis afirma: “… la tradición occidental ha creado la política en la medida en la que designamos con esto el conflicto político. Conflicto cuya apuesta no es simplemente que el grupo X y no el grupo Y tome el poder, sino que refiere a la institución misma de la sociedad.” Y subraya una característica de la democracia clásica ateniense, algo que seguramente, si leyeran, aterraría a los conservadores que hoy en México les encanta esgrimir la bobería de que la ley es la ley… Explica Castoriadis: “Todo ciudadano ateniense podía proponer una ley a la asamblea de la ciudad, y eventualmente ésta podía aprobarla; pero luego cualquier otro ciudadano también podía llevar ante un tribunal al autor de la iniciativa y hacer que lo condenaran por haber incitado… al cuerpo soberano, a la asamblea de la ciudad, a votar una ley injusta… Por lo tanto, a los ciudadanos les corresponde no sólo hacer la ley, sino también responder a la pregunta: ¿qué es una ley justa?”
La ley es asunto de la política, de la actividad conjunta de toda la ciudadanía, no de los profetas, no de la tradición, no de los expertos. Un “hombre Constitución” es impensable. Los magistrados y jueces gestionan la ley, no la encarnan.
La política es “una actividad que apunta a la institución de la sociedad como tal”. No estamos en el ámbito en el cual la ley la dictan los dioses. No estamos en un ámbito como aquel en el que Huitzilopochtli decidió que los aztecas ya no se llamarían así sino mexicas. Al inventar la política, los antiguos griegos arrebataron la legislación a la divinidad, a la tradición, al emperador, al rey. La ley es cosa de los ciudadanos, de la gente, es res pública y responsabilidad pública.
La autorregulación de la sociedad; eso es la política, tan lejos de las bajezas y los dimes y diretes de la politiquería. En eso estamos en México, en el ejercicio y la defensa de la política. Eso estamos aprendiendo de un pocos años para acá: un tiempo extraordinario que no se cuenta en siglos, ni siquiera en décadas. La 4T apenas inicia…, y ni Roma ni Constantinopla ni Atenas se hicieron en un día.
- @gcastroibarra
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