Faltan dos años. Pero ni el tiempo, ni los deseos conservadores esperan. López Obrador, ante la incredulidad de quienes lo han caracterizado con los adjetivos más nefastos e inverosímiles, ha anunciado que, apenas termine su mandato, se alejará de toda actividad política. Ni reelección, ni dirección tras los telones.
Nuestro mayor líder se nos va del frente. Y, aunque nos pese, más que preocuparnos, debemos ocuparnos. El presidente no está sino siendo congruente con toda su trayectoria política, nos ha dejado enseñanzas profundas y ha sentado las bases para una transformación social, cultural y política, que apenas ha comenzado. Nos toca continuar con ese proyecto nacional de justicia social y económica.
El miércoles pasado, Jesus Ramírez Cuevas nos visitó en la UAM Xochimilco para hablar sobre los retos que enfrenta la cuarta transformación. Junto a él, la académica Diana Fuentes y la periodista Alina Duarte, hicieron un recuento de los alcances y retos que la Cuarta Transformación, el movimiento lopezobradorista, ha enfrentado y seguirá enfrentando en los ámbitos académicos, periodísticos y sociales en general. El balance, aunque no de ensueño, es, por lo menos, mucho más favorable que el panorama al que el régimen neoliberal y corrupto nos estaba conduciendo.
Se habló de la lucha por la narrativa, aquella en la que, tanto los intelectuales orgánicos del viejo régimen, como los comunicadores a sueldo, se han esmerado en controlar. Estos han intentado, por los medios y formas más probadas, más conocidas, y, por lo mismo, más caducas, establecer una narrativa de un México sumido en el caos social y económico. Y, bien, no ha funcionado. Como sugerí, cuando se me dio la palabra, lo que anula todo intento conservador-neoliberal por controlar la opinión pública -tal como lo habían hecho en el pasado para preservarse en el poder y en el privilegio- es la distancia tan evidente entre su narrativa artificial y la realidad que están viviendo y analizando -aunque les cueste entenderlo a los ideólogos del viejo régimen- los sectores de la población que históricamente habían sido marginados de toda participación pública.
El control de precios de los combustibles, de la electricidad y, ahora, de la canasta básica, así como la paridad sostenida del peso con respecto al dólar, no pasan desapercibidos por la población. Tres crisis, la de la pandemia, la de la inflación y la de la guerra en Ucrania, han jugado en contra del gobierno de López Obrador, y, a diferencia de lo que habíamos vivido en las décadas pasadas, México ha salido avante como uno de los países donde las afectaciones socioeconómicas han sido menores. En comparación, incluso, de las potencias económicas más grandes del mundo. Imposible no notar y valorar, como pueblo, que a pesar de las crisis mencionadas, el país no se esté cayendo y, ni siquiera, haya tenido que endeudarse, como esperaban los oportunistas de siempre.
López Obrador no dejará un país perfecto. El carácter mesiánico que tanto se empeñaban en criticar los opositores sólo existía en sus alucinaciones fóbicas. Lo que sí dejará nuestro presidente, nuestro líder político vigente, es un marco constitucional y legal que será muy difícil modificar, por lo menos en el corto y mediano plazo; un sistema de programas sociales establecido y enraizado entre la población; una cultura de la administración pública sin privilegios ni gastos innecesarios; y, lo que juzgo aún más importante, una cultura de la denuncia de toda forma de corrupción, discriminación, exclusión y despojo; además de una forma de comunicación más directa, crítica y enfocada a la discusión de temas sociales legítimos.
El presidente, con su ejemplo diario, nos ha demostrado que “el poder sólo tiene sentido y se convierte en virtud, cuando se pone al servicio de los demás”. Nos tocará a nosotrxs, y a las generaciones que están por incorporarse como ciudadanxs, continuar luchando por un sistema social cada vez más justo y sin discriminación.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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