Que “somos un país de güevones”. Eso fue lo que sin embarazo alguno sostuvo la histrionisa Laura Zapata, una de las ideólogas más representativas de la reacción mexicana contemporánea. Y luego la sexagenaria señora —de nacionalidad mexicana y oriunda de la ciudad capital del país— se explayó un poquito para dejar claro que con dicho adjetivo peyorativo quiso decir justamente lo que significa la palabra según el diccionario del español en México de El Colmex: “que es flojo; haragán”.
Y aunque no mentó los adjetivos, describió dos conductas censurables más: mantenido —“persona que vive indebidamente a expensas de otra”—, concretamente mantenido del gobierno, y conformista —“que se conforma con lo establecido o con lo que le ofrezcan”—. En suma, según la actriz, hija por cierto de un señor que alguna vez portó el título de Míster México, el nuestro es un país de güevones, mantenidos y conformistas. Si consideramos que la enorme mayoría de habitantes de México son nativos —el Censo de Población 2020 sólo contabilizó aquí a 414,986 personas nacidas en otro país, es decir, el 0.3% del total de habitantes—, afirmar que México es un país de güevones, mantenidos y conformistas es una forma de decirnos así de feo a las mexicanas y a los mexicanos.
Más forrado de palabras, Guillermo Sheridan Prieto, tan defeño como la señora Laura Guadalupe y también impulsado por la tirria que le tiene al presidente de la República, publicó hace unos días en Letras libres: “El mexicano es por lo general ignorante, violento, tonto, fanático, corrupto, ladrón, sexista, caprichoso, temperamental, alcohólico, arbitrario, golpea a sus hijos y a las mujeres…” Nótese pues que Sheridan Prieto sólo se refiere a los varones del país y no a las damas. Sigue el académico: “…idolatra el ruido, tira basura, nunca ha respetado el derecho ajeno, se pasa los altos, evade impuestos, compra y vende piratería, zarandea a los peatones, no duda a la hora de hacer transas, desprecia a la ley, no sabe aritmética elemental ni tirar penaltis”. Sirva el rosario de injurias para hacer notar que ni siquiera alguien que desprecia tanto a la mayoría de sus connacionales como Sheridan está de acuerdo con el diagnóstico de la actriz Zapata. El escritor es profuso en su denuesto y jamás tilda a los mexicanos —ya quedamos que a las mexicanas no las trata— de güevones.
No es difícil probar que Laura Zapata insultó a su propia paisanada —y a sí misma— profiriendo una mentira. Ya se ha hecho y con datos duros: México es el país de la OCDE en el que más tiempo se dedica a trabajar. El mexicano promedio dedica un poco más de 2,124 horas al año al trabajo, las cuales equivalen a más de 41 horas por semana. El estadounidense y el alemán trabajan sólo 34 y 26 horas por semana, respectivamente. JLG, mi amigo el Decimonero Cuinn, lo canta mejor:
Ya dijo Laura Zapata
que somos unos huevones
sin aportar más razones
que su clasismo delata.
La OCDE muestra en la data
de su gráfica y matriz,
que México es el país
en donde más se labora;
ignorante y vil de angora
y, además, pésima actriz.
Ahora, ¿quiénes son esos mexicanos a quienes injurian Zapata y Sheridan? Para dar respuesta a esta pregunta que parece boba y no lo es, primero hay que plantearse otra: ¿qué es mexicanos?
En principio, mexicanos es el plural de un gentilicio, un adjetivo o sustantivo que denota relación con un lugar geográfico, en este caso México. Hoy México es el país oficialmente llamado Estados Unidos Mexicanos. Pero mexicanos hubo antes que México, que apenas está por cumplir 201 años. Antes de que existiera el país, antes de la Independencia, ya la Real Academia de la Lengua incorporaba el vocablo en su diccionario (4ª edición, 1803). Y esa no fue su primera aparición en un diccionario de nuestro idioma: la encontramos en el Vocabularium Hispanicum Latinum et Anglicum copiossisimum de 1617.
Entonces mexicano no podía referirse al ciudadano de México, en cambio sí al natural de estas tierras, particularmente a la gente de la ciudad que a la postre sería la capital del país y entonces era el corazón de la Nueva España. Varios años antes se usó mexicanos en letra impresa, y no por cualquiera, nada menos que por Montaigne, quien en uno de sus Ensayos —“De la experiencia”— informa: “Es la lección primera que los mexicanos suministran a sus hijos cuando al salir del vientre de las madres van así saludándolos: ‘Hijo, viniste al mundo para pasar trabajos: resiste, sufre y calla’.” Esto fue escrito en 1591, así que Montaigne no se refería a los ciudadanos de México, el cual no existiría sino 230 años después. Tampoco podía aludir al pueblo que se formó a partir del mestizaje. ¿Entonces? Seguramente estaba pensando en la población nativa de las tierras conquistadas por Cortés, en los pueblos originarios.
Al igual que Montaigne, desde los primeros hispanoparlantes de la Nueva España —españoles, criollos, mestizos e indios también— hablar de “los mexicanos” era referirse a los indígenas, de entrada a los mexicas y por extensión a todas las demás etnias. Me temo que Zapata y Sheridan Prieto así piensan, y por eso apuesto a que ni por un momento sienten que se estén insultando a sí mismos: ellos no son de aquí, como la bola, como la mayoría, como toda esa gentuza que actualmente apoyamos al gobierno democrático.
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