Como ya es costumbre, la autoproclamada Cuarta Transformación ─que más que transformación se ha consagrada como una constante amenaza para los privilegios de algunas de las clases privilegiadas de nuestro país, quienes cada vez encuentran más difícil facturar operaciones simuladas o dejar de pagar impuestos─ se ha lanzado contra aquellos negocios que si bien no contribuyen en nada al bienestar de la población nacional, benefician los bolsillos de algunas familias mexicanas que han sabido preservar los usos y costumbres coloniales para postrar a México a la merced de intereses transnacionales. La nueva bandera, prescindir del glifosato y del maíz transgénico. Poniendo en riesgo, aunque nada de ello haya sucedido desde hace dos años que se inició con el proceso para eliminar el uso de dicho agrotóxico, como bien señala ─el nuevo golden boy de la política nacional, el aspirante a Carlos III de la nación─ Enrique de la Madrid, y tantos otros comentocratas prestos a decir aquello por lo que les paguen, la productividad del campo mexicano, aumentando potencialmente el precio de la tortilla y confrontándonos con los Estados Unidos ─santo patrono de entreguistas, vendepatrias y lamebotas─ en el marco del T-MEC.
El problema, sin embargo, va mucho más allá del miedo que se pueda sembrar entre la población para defender la permanencia del glifosato y permitir que siga penetrando el suelo, filtrándose en el agua y dejando residuos en los cultivos para que podamos comerlo y beberlo. El problema es la perdida de las oportunidades que su uso le permiten a nuestra población. Sólo gobiernos evidentemente populistas, opuestos al neoliberalismo y al libre derecho de las transnacionales para contaminar a la población del planeta, como los de Austria, Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo, Tailandia, Bermudas, Sri Lanka y algunas regiones de España, Argentina y Nueva Zelanda, han prohibido o restringido el agrotóxico en cuestión. Gobiernos faltos de un compromiso liberal-capitalista por la generación de riqueza, riqueza que deje caer unas cuantas migajas al suelo y contribuya a la mal nutrición de los menos favorecidos.
¿Qué importa si la OMS decidió clasificar al glifosato como “probablemente cancerígeno para los humanos”? Seamos honestos, hoy por hoy la sal, los lácteos, respirar, estar vivo, son elementos probablemente cancerígenos para los humanos ¿Deberíamos por ello prohibirlos? ¿Deberíamos desperdiciar la oportunidad de enriquecer a nobles empresarios y corporativos transnacionales solo porque sus productos pueden hacerle daño a la población? ¿Es ese el mundo en el que queremos vivir? ¿Es ese un esquema de negocio atractivo para los inversionistas? Pongámonos serios ¿La generación de riqueza debe dejar de generar riqueza solo porque algunos cuantos mueren en el proceso? No es incluso una oportunidad que ofrece el, siempre noble, capital, para repartir mejor la riqueza al disminuir de forma altruista ─y sin cobrar por ello─ la población mundial ¿No estamos dejando pasar una verdadera oportunidad de justicia social a través del glifosato?
Pero no solo eso, no solo le damos la espalda a una verdadera transformación si eliminamos el uso del glifosato en nuestro país. También estamos dándole la espalda a depender de forma absoluta de Monsanto y Bayer. Dejar de usar este agrotóxico, vuelve innecesario el uso de maíz transgénico resistente al glifosato, y con ello eliminamos la benéfica dependencia de nuestros agricultores de las grandes multinacionales de las semillas, las cuáles no podrán imponer sus condiciones y precios; dejar de usar el glifosato preserva las variedades locales de maíz que tanto confunde al consumidor y que no se ve bien en los anaqueles de los supermercados; y sobre todo, dejar de usara glifosato y maíz transgénico elimina la posibilidad de consolidar de forma definitiva el modelo agroexpotador, que ofrece pocas oportunidades laborales y aniquila todo intento de una política económica soberana, dejando al agricultor en el centro, recurriendo a practicas sustentables, respetando su entorno y contribuyendo a la soberanía alimentaria de nuestro pueblo. Nada de lo cual beneficia a nuestra, ya de por si dañada, clase privilegiada.
Entrados en gastos, prescindir del uso de glifosato y del maíz modificado por Monsanto y/u otras trasnacionales para resistir al glifosato, es quitarle a familias necesitadas, a los más pobres, la oportunidad de demandar a Bayern por el uso y abuso de un pesticida cancerígeno, como ha sucedido en los Estados Unidos, cuna, ejemplo y guía de nuestro quehacer, donde la empresa alemana firmó un acuerdo de más de 8,800 millones de dólares para resolver más de 125,000 reclamos en contra del pesticida a base de glifosato comercializado por su filial Monsanto. Un acuerdo que ha transformado la vida de miles de familias.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios