Conmocionados y desorientados… En su libro 21 lecciones para el siglo XXI, Yuval Noah Harari describe la lastimera situación en la que se encuentra buena parte de las élites liberales de todo el orbe, luego de que, sorpresivamente, ¡no se acabó la historia! Porque no debemos olvidar que la ideología dominante llegó a colocar como sensata e incluso como cierta una idea hoy palmariamente descabellada: la idea de que a finales del siglo XX la humanidad había llegado al final feliz de la historia.
En su libro The end of history and the last man (1992), Francis Fukuyama explicaba que, si bien no proponía el “fin de la historia” como “el fin de la ocurrencia de eventos”, en cambio sí entendía que habíamos alcanzado “el fin de un proceso evolutivo único, coherente, considerando la experiencia de todos los pueblos en todos los tiempos”. ¡Zaz! Sostenía que el capitalismo global era la culminación última, dichosa y definitiva del desarrollo humano.
Fukuyama, evangelista del capitalismo global, aseguraba que, alineados al ejemplo de las democracias liberales anglosajonas, trepados en el desarrollo científico y el avance tecnológico, e impulsados por los motores del libre mercado, “todos los países en proceso de modernización económica” habrían de parecerse cada vez más a las potencias del primer mundo y “tendrían que unificarse a nivel nacional sobre la base de un Estado centralizado, urbanizarse, reemplazar las formas tradicionales de organización social”. Pero resultó que no, que no cupimos todos en Hollywood, que no hemos llegado al sueño norteamericano… Es más, resultó que el despertar del sueño está resultando bastante feo, también y especialmente para los gringos: resultó que el modelo no era perfecto y que desde hace ya varios años está mostrando que es más bien suicida… ¡Cómo! ¿No fue la caída del muro de Berlín la metáfora perfecta de que las puertas del paraíso consumista, tecnoedonista y libertino estaban ya abiertas para todos? Pues no: terroristas talibanes, estrepitosas crisis financieras, polarización, tsunamis de migrantes, el Brexit, trumpianas trompetas, ríos de opiáceos, toneladas de armas de alto poder al alcance de cualquier chamaco, bichos microscópicos, pandemias de fake news, el descrédito de la ciencia, la guerra en suelo europeo… Abundan las pruebas contundentes de que no hemos llegado al fin de la historia.
Así que aquí, como en todo el mundo, un montón de opinócratas, académicos, intelectuales y líderes de la derecha reaccionaria siguen sin salir del pasmo que ha significado que la realidad no les haya dado la razón. Escribe Yuval Noah Harari: “No es extraño que las élites liberales, que dominaron gran parte del mundo en décadas recientes, se hayan sumido en un estado de conmoción y desorientación. Tener un relato es la situación más tranquilizadora… Que de repente nos quedemos sin ninguno resulta terrorífico. Nada tiene sentido. Un poco a la manera de la élite soviética en la década de 1980, los liberales no comprenden cómo la historia se desvió de su ruta predestinada, y carecen de un prisma alternativo para interpretar la realidad. La desorientación los lleva a pensar en términos apocalípticos, como si el fracaso de la historia para llegar hacia su previsto final feliz solo pudiera significar que se precipita hacia el Armagedón. Incapaz de realizar una verificación de la realidad, la mente se aferra a situaciones hipotéticas catastróficas”.
Entonces, entre la derecha reaccionaria no faltaron los que pasaron del feliz pregón del fin de la historia al anuncio angustioso del fin del mundo. Pero llegaron tarde a alistarse al ejército de agoreros de la catástrofe. Desde los primeros años del siglo XXI, la percepción de que el mundo se está acabando era ya compartida entre muchos pensadores que habían tomado distancia de la ideología dominante. El mundo, este mundo, está en las últimas… No se trata del acabose del planeta, porque la Tierra no requiere para existir ni siquiera de la biosfera, ya no digamos de los humanos. Tampoco se está avistando necesariamente el fin de nuestra especie; no sería la primera vez que un modelo civilizatorio diera de sí y eso no ha significado hasta ahora la extinción humana. Lo que sí está acabándose es un orden mundial, el orden capitalista moderno.
Hace unas semanas comenzó a circular The End of the World Is Just the Beginning, de Peter Zeihan. El planteamiento del libro se enuncia fácil: en 2019 comenzó el fin del orden mundial que venía funcionando desde 1945. Zeihan sostiene que el mundo está desmoronándose debido al colapso de la globalidad y al cambio de la dinámica demográfica.
Después de leer la reseña que escribí acerca de The End of the World Is Just the Beginning, mi amigo Lalo Hernández me escribió: “Un compañero de trabajo solía decir: ‘Después de los 45 ya valió madre’. Es casi lo mismo que dicen Zeihan y tú: ‘lo mejor de nuestra vida ya pasó, quedó atrás y el porvenir será progresivamente peor…’ Él, Zeihan, dice eso. Yo no. Por eso le contesté a Lalo: “Creo que efectivamente lo mejor del modelo civilizatorio ya pasó…, globalmente, en promedio, pero de manera diferenciada. Por ejemplo: en México creo que seguimos en bonanza en medio de la crisis planetaria.” Creo que aquí, desde 2018, andamos tratando de construir otro mundo.
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