Las diferencias políticas, en una sociedad democrática, son normales. Incluso, pudiera asegurarse que son deseables, pues coadyuan a mantener activa la vigilancia social hacia los asuntos públicos. Pero, para que las diferencias políticas logren convertirse en alimento para la democracia, deben conllevar posicionamientos abiertos y propuestas que contrasten entre sí. Es decir, deben manifestarse y asumirse diferentes formas de entender la vida en sociedad y la manera en la que el Estado debe legislar, administrar y vigilar todo lo concerniente a la vida pública. Cuando una forma de entender el mundo social se posiciona en el poder, es de esperarse que exista una oposición que plantee una manera distinta de atender los asuntos públicos. Esto, desde luego, es en términos teóricos, porque en realidades como la mexicana hoy en día, la oposición dista mucho de esta descripción.
Hasta hoy, lo que hemos visto de la oposición, es decir, de aquel sector de la población que se opone al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, es que ha asumido un rol de descalificación y desvaloración automatizada hacia aspectos más bien banales, personales, superficiales. De propuestas novedosas y atractivas no han dado luces. Han invertido toda una semana, la pasada, para tratar invalidar el encuentro entre los presidentes de México y de Estados Unidos, atendiendo a la forma de vestir de AMLO y su esposa. En otros momentos, han invertido tiempo y energía en descalificar la imagen del hijo menor del presidente, el iPhone, los zapatos, la corbata, los botones, el peinado, la manera de hablar y toda una serie de elementos que gozan de una total intrascendencia para evaluar una forma de gobierno.
Cuando Peña Nieto gobernaba, muchos de los que actualmente se encuentran en la oposición coincidían con las críticas que hacíamos quienes desde mucho antes nos habíamos sumado a las filas obradoristas. Era normal, pues teníamos un contrincante en común. Pero, a diferencia de lo que sucede ahora con AMLO, con Peña bastaba la develación y la descripción de la verdad para generar una inconformidad genuina en la mayoría de la población.
Los actos de corrupción, la Casa Blanca de la esposa, la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, así como otros abusos por parte de las fuerzas militares y la policía federal, el aumento de la gasolina, de la luz, el gas, el dólar y un largo etcétera. Todo eso hablaba por sí mismo, aún cuando los medios de comunicación predominantes se empeñaban en ocultarlo.
Hoy, en el gobierno de López Obrador, con los medios de comunicación predominantes y los demás poderes fácticos en contra, sería muy fácil generar una oposición popular, si existieran elementos legítimos que la alimentaran. Pero, a pesar de las mil y una narrativas que la oposición ha tratado de establecer para debilitar el apoyo mayoritario con el que cuenta nuestro presidente, ésta no ha logrado sumar suficientes seguidores como para recuperar el poder. Acuden a los “expertos” de siempre para asegurar que vamos muy mal en términos económicos y para hacer los pronósticos más funestos de los que son capaces con tal de generar miedo en la población. Acuden a otros “expertos” para dejarnos ver que estamos ante un gobierno autoritario y antidemocrático y que, por lo tanto, hay que tomar “medidas”. Pero, lejos de quienes ya están predispuestos a escuchar esas aseveraciones, pues coinciden con sus prejuicios, filias y fobias clasistas y racistas, muy pocos les creen.
La distancia entre la verdad y ese panorama tan negativo que describen los ideólogos y comunicadores de la oposición es simplemente abismal. Insisten en seguir construyendo sobre la mentira, sobre lo intangible, por eso todo proyecto de difamación se derrumba fácilmente. La economía mexicana, a pesar de la pandemia y la guerra en Ucrania, goza de un nivel de estabilidad que muchos países de “primer mundo” envidian. Ni la gasolina, ni la luz, ni el dólar, han sufrido de aumentos por encima de la inflación, como sucedía constantemente en los gobiernos pasados. Los programas sociales se aplican de manera universal y la gente lo valora, porque, aunque a la oposición privilegiada le pueda padecer una “dádiva”, un monto que ellos en una salida a un restaurant se gastan, para la gente más necesitada, ese monto representa un cambio significativo en sus condiciones de vida.
La verdad no coincide con lo que asevera la oposición. Entre el odio clasista y racista no reconocido, y la ceguera que su posición privilegiada les provoca, no atinan más que a tratar de invalidad y descalificar aspectos banales y superficiales de López Obrador, su familia, su equipo de trabajo y, desde luego, de todo aquel que lo respalde con su apoyo y simpatía. Ese odio y esa ceguera les impide ver que la justicia e igualdad por la que luchamos en la izquierda se opone a los privilegios y banalidades que caracterizan al conservadurismo. No hay propuesta, pero sí mucho odio. Ese odio, por cierto, existe desde la colonia en nuestro país, pero apenas estamos aprendiendo a exponerlo y combatirlo. La cuarta transformación, la revolución de las consciencias, va de eso. De hacer visible lo que se ocultaba, disimulaba, pero que a todos nos afectaba.
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