Si algo nos quedó claro a quienes hemos sido testigo de los procesos electorales en México en este nuevo milenio, es que resulta inadmisible que dichos procesos estén tan faltos de transparencia, como en los mejores momentos del antiguo priísmo. Los ejemplos más recientes los tenemos con las contiendas presidenciales de 2006 y 2012 en las que todo un aparato de estado, en complicidad con el entonces IFE, se encargaron de validar sendos fraudes electorales o bien, como nos cuenta la historia, los procedimientos ocurridos entre 1988 y 2000, en donde ya se tenía acordado quién sería el sucesor del anterior presidente (nefastos, en los dos casos), y ya ni qué decir de las votaciones que se celebran en cada entidad federativa, en las que el mandamás del lugar, aún en nuestros días y primordialmente en estados gobernados por la oposición; copia el modelo del dedazo y de paso, controlar la cámara de diputados local.
Si bien en las recientes elecciones internas del partido Morena, que lidera encuestas en Estado de México y elecciones presidenciales de 2024, existió calma y se desarrollaron tranquilamente; en un puñado de locaciones se dejó ver lo peor de las antiguas prácticas de acarreo de votos, en donde se dice, las personas llevaban “papelitos” con los nombres de los consejeros a ser votados.
Aunque esta práctica no fue generalizada, a pesar de que la prensa conservadora realizó una andanada de ataques contra Morena y su proceso interno para hacer creer que así fue, lo cierto es que existen puntos preocupantes que me gustaría tocar.
En primer lugar, parece que para algunas candidaturas, la dirigencia del partido a nivel nacional, prefiere hacer una invitación a políticos de larga trayectoria prianista, opositora al propio partido, en lugar de fortalecer a posibles candidatos internos que aunque no tengan un nombre por sí mismos, lo generen mediante el trabajo con la gente. La premisa es muy simple, si se ha realizado un buen trabajo desde abajo, con las personas que más necesitan, pueden estar seguros de que no se necesitan apellidos de abolengo político, para ganar elecciones.
Aunque esto no corresponde completamente a Morena ni es responsabilidad de un solo partido, se debe propiciar y priorizar una reunificación de izquierda, en las que ni los egos, orgullo o los planes propios sean más grandes que las ganas de continuar con los programas de apoyo a los más pobres para seguir en el proceso de sacar adelante al país. Todos (o por lo menos la mayoría) entienden que hoy en día las alianzas son necesarias para lograr un triunfo político y continuar con el trabajo hasta ahora realizado, pero se debe lograr a través de buenas alianzas y no solo de conveniencias políticas.
El mejor ejemplo de ello es el de la alianza con el Partido Verde, el cual hasta antes de las elecciones presidenciales de 2018, había ido en coalición con candidatos de la ahora oposición y que seguramente, cuando vea flaquear al partido del que se cuelga en las esferas de poder, buscará mejores opciones para conservar sus privilegios. Palabras más, palabras menos, el diputado federal Gerardo Fernández Noroña lo tiene claro: “es amor sincero, mientras convenga a sus intereses estarán con el movimiento, cuando deje de ser así, buscarán otros aires”. ¿Por qué no, en lugar de buscar coaliciones con partidos oportunistas, sentar bases y precedentes para unificar a las izquierdas y hacer limpia de ideologías, contrarias a las que se erigieron con el movimiento?
Finalmente, tanto Mario Delgado, como cada uno de los candidatos a lo largo y ancho del país, deberían separar sus nombres, logros y objetivos, de la figura presidencial, de cara a las próximas elecciones; pues mientras el presidente tiene una agenda de trabajo basada en los compromisos hechos con el pueblo, todos los demás parecen haber comprendido que el uso del nombre, la imagen o un discurso similar al de Andrés Manuel López Obrador, es el fuerte as bajo la manga que los lleve a ganar una contienda política, haciendo dudar así, de sus verdaderas convicciones y ganas de trabajo. Ahí está el exgobernador de Baja California, Jaime Bonilla, quien una vez sentado en la silla, fomentó política pública contraria al partido que le dio la candidatura y salió por la puerta de atrás del gobierno estatal.
A menos de 2 años del llamado a las urnas de 2024, nosotros los ciudadanos y partidarios de la continuidad en el trabajo que ha desempeñado el actual mandatario y su gabinete presidencial, debemos exigir a las dirigencias de los partidos que se haga valer la voz del pueblo que llevó de la mano el triunfo de AMLO y los nuevos gobiernos de alternancia que ahora son mayoría en comparación a los que tenía la izquierda antes de 2018 y además, dichas dirigencias deben tener presente, como frase indeleble la que se ha convertido en máxima de la actualidad política que la derecha no termina de entender: “tonto es el que piensa que el pueblo es tonto”.
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