Marcelo Ebrard se sentirá siempre un extraño en casa. Cada paso estará calificado y sus miradas tendrán varios significados. Sus palabras serán destiladas en el análisis del discurso y su protagonismo mermado volverá gris lo que algún día tuvo brillo.
Militante desde marzo de 2023 en Morena, muy recientemente, Ebrard tendrá un forzoso examen de conciencia que lo llevará a ver lo que pudo haber sido y no fue, desde el balcón de la ventana de Morena, en donde tendrá limitaciones e impedimentos para concretar sus viejos deseos que terminarán por apagarse.
A pesar de lo novedoso que pudo ser la aparición de un movimiento social que actualmente gobierna, y terminó por convertirse en partido político en México, el antecedente radica en que las reglas del juego dentro de la teoría y práctica política, son diferentes entre movimiento y social.
El proceso evolutivo del pensamiento político en América Latina, fueron estancándose por causas propias de la herencia colonial, como la represión de los regímenes neoliberales, las censuras, el autoritarismo, las venganzas, torturas, desapariciones de las que México no estuvo excluido; al contrario, todavía hay intereses represores dentro de la oposición, incluso en el gobierno.
Así el desarrollo de la política como tal en México se mantuvo lento en el mejor de los casos, por no decir estancado. El pragmatismo al que obliga toda improvisación en la administración pública imperó sobre las ideas políticas prácticamente toda la segunda mitad del siglo pasado, años de formación de políticos como Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador.
Las teorías políticas eran parte de las lecciones en las aulas de las universidades públicas que no asombran tanto por la evolución del pensamiento político sino por la parálisis del pensamiento político en países como México, donde nunca pasaba nada, aunque se cambiara de partido el gobierno federal. Desde esta perspectiva, es como el respaldo teórico de lo que ahora sucede, y que, aunque para algunos sea innovador o más menos atractivo, lo que más impactaba era ese letargo en el pensamiento político y más aún en la acción política, que se quedó atorada en la próxima elección, y luego en la siguiente y después la que sigue.
Las ideas políticas abandonaron el ejercicio político en México desde finales del siglo XIX, la revolución intentó convertirse en una ideología partir con un partido heredero de una revolución y traicionada, pero nunca universalizó su concepto, ni influyo de manera determinante en otros países. El gobierno de la revolución era cerrado, aislado, prefería ser hermético, integrado por iluminados, antes que ser cuestionado y de ahí que sólo era objeto de estudio por la obediencia social que mantenía.
El politólogo francés Maurice Duverger en 1984 hablaba de condiciones y circunstancias de algunas organizaciones políticas como Morena, cuando habla de la naturaleza oligárquica de los dirigentes, aborda la existencia de divisiones o grupos internos dentro de los círculos más cercanos al líder de un partido, quien entre sus peculiaridades describe como una persona cuya “clientela monopoliza los puestos de dirección”.
López Obrador en el presente y la 4T en el corto plazo, requiere de la presencia experiencia y visión de alguien como Marcelo Ebrard, más por formación y trayectoria que por convicción, o coincidencias sobre el ejercicio político del momento. Lo necesita a la vista.
Paralelamente a un liderazgo vertical fuerte, aparece en el discurso la igualdad entre los miembros, condición obligada. En los estatutos de Morena esa igualdad está asentada en el artículo primero.
La identidad de generaciones prefiere que haya afines en la visión de los tiempos que en la estrategia personal de los objetivos personales actuales, aunque éstos puedan salirse del orden establecido siempre estarán sujetos a la condición de la coincidente formación política de sus protagonismos. En este caso, la adopción de Ebrard, es parte de un compromiso implícito en la capacitación teórica y la experiencia práctica de políticos químicamente puros.
La diferencia de edad entre Ebrard y Andrés Manuel es de seis años, coincidentemente, tiene la misma formación, casi los mismos maestros, la misma escuela, son fieles ambos a sus ideas más que a sus amigos, comulgan con más de un proyecto. No hubo regreso de Ebrard porque nunca se fue y, por lo mismo no hubo admisión ni aterciopelada ni forzada. Es, para Ebrard, un cobijo efímero bajo la sombra que evita mojarse en plena tempestad.
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