La semana pasada, en el marco de las protestas convocadas en Estados Unidos, contra la figura presidencial, en lo que se llamó “No Kings Day”, alrededor de 7 millones de personas marcharon en oposición al autoritarismo que vive aquel país desde que Donald Trump asumió la presidencia a principios de este año. Fue claro entonces, a base de amenazas constantes, que el mundo sería testigo de los alcances reales que puede tener un enfermo de poder, sentado en la silla con más peso de todo el globo; las máscaras dejaron de ser necesarias para plantear acuerdos comerciales y las vidas, como las palestinas, que hasta entonces no habían sido significantes para los planes capitalistas del mundo, se volvieron todavía menos importantes.
Conforme los días han pasado, la popularidad del mandatario americano ha tenido un retroceso hasta ubicarse al día que se escribe esta columna (27 de octubre del 2025), en una desaprobación del 56% frente al 39% que aún cree en él y sus políticas, de acuerdo a The Economist. Esto se ha visto reflejado sin duda en un rechazo, por ejemplo, a las acciones del ICE contra quienes tengan apariencia de migrantes y también, por qué no, contra quienes se les pegue la gana. En redes sociales, comenzaron a proliferar videos contra estos agentes y en apoyo a trabajadores, estudiantes, niños, que se encuentran en busca del sueño americano y que, en su lugar, en los últimos meses, se volvió un infierno.
Sin embargo, resulta cuando menos intrigante, saber qué pasará una vez que Donald Trump haya dejado la presidencia de Estados Unidos. Después de todo, por mucho que cualquier dirigente se perpetúe en el poder, de manera eventual, al seguir las reglas o por causas naturales, tendrán que dejarlo. Es entonces cuando la “vuelta a la normalidad” se podría concretar para los millones de norteamericanos que, como los inconformes marchistas, no se sienten identificados bajo el terror que ha impuesto.
De ser así, vale la pena preguntarse si este aparente despertar en el que se encuentran, después de ser testigos de primera mano de represiones de sus autoridades y vivir una dictadura que solo veían en los países a los que hacían la guerra, significa que abrirán los ojos hacia las atrocidades que sus políticos han cometido contra otros territorios, en su afán de hacerse con los recursos de estos, que han dado a su vez, a los ciudadanos estadounidenses, la posibilidad de vivir una fantasía capitalista y por la que han estado dispuestos a hacer de la muerte su principal negocio. ¿Los cerca de 350 millones de estadounidenses podrán salir del espejismo del sueño americano y ver de qué está hecho? Al padecer una dictadura en sus propias fronteras, ¿serán conscientes del valor de vivir libres de ella y en consecuencia, se adaptarán a la realidad de no tener lo que ostentan gracias a las que sus propios presidentes han generado por mera ambición?
¿Para cuánta toma de conciencia le alcanzará a los norteamericanos, el sufrir un “reinado” de terror que también les afecta a ellos?
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