Acabo de ver un trabajo de Hernán Gómez. Se trata de un video que muestra unas entrevistas que hizo a algunos ciudadanos —mujeres y hombres; no todos, pero la mayoría jóvenes—. Las entrevistas se realizaron en tres sitios/momentos, aquí en la Ciudad de México: un domingo en el hipódromo, en avenida Reforma durante la marcha LGTBQ+ y en Iztapalapa durante un mitin de Clara Brugada. Fueron dos cuestionamientos y evidentemente Gómez lo hace con el afán de correlacionarlos. Primero, pregunta si el entrevistado se considera obradorista o antiobradorista, usando esos términos o a veces si le gusta o no le gusta el presidente. En segundo lugar, pregunta al entrevistado quién prefiere que llegue a la Presidencia, Claudia o Marcelo —casi siempre, sólo esas dos opciones—. El video comienza destacando un testimonio, el de una joven que dice ser norteña y quien inicialmente se niega a contestar a quién prefiere, porque, afirma:
— Noooo, weeeey, no creo ni en la política ni en la gente —palabras contundentes, aunque redundantes, porque, tristemente, en efecto, en última instancia quien no cree en la política no cree en la gente.
Enseguida, las entrevistas. Entre los asistentes al hipódromo —“un sector socioeconómico alto, fifí, y también bastante wanafifí”, según el propio Gómez—, en pocas palabras, uno atestigua a) una fuerte antipatía hacia Andrés Manuel López Obrador; b) una predilección por Marcelo Ebrard, y c) una descomunal ignorancia y una patética falta de argumentos. En las entrevistas que hizo en la marcha “del sector sexualmente diverso de la población”, se repite la liga: los antiobradoristas prefieren a Marcelo y aparecen los y las obradoristas que apoyan a Claudia Sheinbaum. También aparece aquí otro par de mancuernas evidentes: ignorancia antiobradorista y proobradorismo informado. En tercer lugar, entre los morenistas de Iztapalapa, aunque también presenta a un joven que se inclina a favor de Marcelo, la gran mayoría apoya efusivamente a Claudia.
— No, pues si aquí fuera la encuesta, ya estuvo que ganó Claudia, eh —editorializa Gómez.
Siguen algunas entrevistas en el Hipódromo: ¡sorpresa!, algunos se declaran obradoristas… y en todos los casos ebrardistas.
— Creo que va más con mis political belives… ¿Cómo se llama? —expresa una jovencita que olvida el español, quizá pupila de la doctora Dresser.
Después, otra vez en la marcha LGTB: más antiobradoristas en favor de Marcelo. Mucha papa en la boca, mucho lente oscuro… De regreso a Iztapalapa: más obradoristas que quieren a Claudia. Mucha gente que se dice o incluso se ve de bajos recursos. Luego entrevista a Facundo, el personaje televisivo, que se inclina por Claudia —ojo: no se sabe si se declaró o no obradorista o antiobradorista—; tres entrevistas en las que se critica a Marcelo —críticas informadas, por cierto—; una chava que le concede a Gómez ser anarquista y se inclina por Claudia… El video termina con una chispa de color: un muchacho afirma que le gusta más Claudia…
— ¿Por qué?
— Porque me gusta más ese nombre.
No es necesario mucho análisis para darse cuenta de que el video de Hernán impulsa decididamente a una corcholata y afecta a otras —más que a Marcelo, a Adán Augusto, a quien sólo menciona una vez—. Y si bien no sabemos qué tan representativa es la edición final respecto a todo lo que halló en la calle y mucho menos qué tan representativos serían los grupos elegidos de la ciudadanía en su conjunto, las entrevistas que se presentan sí que tienen una fuerte carga de verosimilitud. En concreto, los personajes antiobradoristas despliegan sin ambages un perfil de tartufismo e ignorancia que suele aparejarse a cierto conjunto social.
A lo largo de su conversación más reciente con R. J. Eskow —The Zero Hour—Richard Wolff disertó en torno al consumismo, el fetichismo y en general acerca de lo que Marx llamaba el opio de las masas. La sencilla explicación con que Wolff pertrecha a quienes atiendan su alocución resulta invaluable, tanto en lo que respecta a los mecanismos perversos del consumismo como acerca de la manera fetichista en la que tratamos a las mercancías y en general a esa pantagruélica abstracción que denominamos el mercado. En un momento dado, cuando hablaban sobre lo difícil que resulta espabilar a la gente del embrujo en el que la mayoría vive debido a las triquiñuelas de la publicidad y, en general, de la maquinaria superestructural, el profesor Wolff trajo a cuento una anécdota que, estarán de acuerdo, es un garbanzo de a libra, una perla de conocimiento:
Recuerdo que una vez fui a una iglesia afroamericana en New Haven, Connecticut, y una mujer, una pastora, ofreció el sermón. Y comenzó diciendo: “Muchos de ustedes dividen el mundo entre los que tienen y los que no tienen, pero quiero que sepan, dijo, que el mayor problema no es con los que tienen ni con los que no tienen, sino con la gente a la que deberíamos llamar los que creen que tienen.”
Los que creen que tienen, los que se desviven por aparentarlo, en principio ante sí mismos… También los conocemos como los wanabi, las turbas que, sin ni el menor rescoldo de conciencia de clase, suelen repetir acríticamente las consignas de la ideología dominante y así bregan en contra de los suyos y de sí mismas. Los pobres son pobres porque no le echan ganas, los pobres pueden salir de pobres si generamos más riqueza para los ricos, no hay que de darles pescados a los pobres sino enseñarlos a pescar, etcétera, etcétera, etcétera…
El wanabinismo clasemediero chilango fue bien retratado.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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