Más de 4 años desde que la mayoría del pueblo de México decidió respaldar rotundamente el proyecto de transformación social, económica y cultural que López Obrador había venido promoviendo. Más de 4 años en los que hemos experimentado, como nunca antes, la denuncia pública y decidida hacia el racismo y clasismo, principios de diferenciación social que, aunados al sexismo, han naturalizado el sistema de injusticia y dominación de ciertas élites económicas, políticas y culturales sobre la mayoría del pueblo.
Más de cuatro años de intentar hacer cada vez más visibles las divisiones sociales que han persistido en México, como herencia del sistema colonial. Más de cuatro años y la oposición no ha logrado reconocer la antigüedad, profundidad y prejudicialidad de su racismo, clasismo, sexismo y, en general, del pensar esencialista a partir del cual construyen su imagen identitaria, a la vez que construyen al otro del que buscan distinguirse, es decir, al pueblo.
Laura Zapata, actriz caracterizada por sus sobreactuaciones melodramáticas en muchas telenovelas de Televisa y, últimamente, por su odio iracundo hacia López Obrador, expresó hace unos días, frente al propagandista de la derecha fascista, Carlos Alazraki, que, si México apoyaba al presidente, era porque “somos un país de huevones, de estira la mano, de ‘no me da’, ‘deme’, ‘deme’ y este les avienta, los maicea con 2 mil pesos […] y ellos se conforman con eso”. Como sabemos, el pensamiento clasista de esta actriz no es aislado, y por eso creo que es necesario tratar de deconstruirlo. Intentaré abonar a esa deconstrucción.
El clasismo es un tipo de pensamiento esencialista, un tipo de idea que clasifica a los grupos de personas a partir de su poder económico, su origen familiar, su grado de “cultura”, su tipo de profesión, etc., asignándole cualidades deterministas, concebidas como cosa innata, natural y, por lo tanto, inescapables. Una persona clasista suele afirmar que otra persona, por ser pobre, es inculta, floja, tonta, que no le gusta trabajar, que no entiende “del mundo”, sólo por mencionar algunas de las características que continuamente se le atribuyen. En contraste, la persona clasista, suele pensar que ella y el “selecto” grupo al que pertenece son los que mantienen al país, los que sí trabajan duro, los que sí entienden el mundo, los que sí saben de política, economía, cultura y prácticamente cualquier tema público.
Normalmente, una persona clasista suele pensar que su posición social la debe a una cuestión natural -o divina-, piensa que tiene lo que tiene, que hace lo que hace, que se comporta como se comporta, que sabe lo que sabe, porque así estaba destinado a ser desde antes de su nacimiento. Una persona clasista es incapaz de entender que el poder económico del que se beneficia -o al que aspira- es producto de un sistema social desigual; que la formación o “cultivación” que tiene -o a la que aspira- y que la puede “distinguir”, diferenciar, de la mayoría de las personas, es decir, del pueblo, no la traía de nacimiento, sino que fue adquirida gracias a la lógica del mismo sistema desigual. En suma, los privilegios económicos, sociales y culturales son entendidos por la ideología clasista como un atributo propio a la persona que los ejerce, por el simple hecho de ser ella. Mientras que las desventajas, el hambre, la miseria, la violencia, el despojo, la discriminación y la exclusión son construidos como cosa natural de los grupos “inferiores”, por el simple hecho de ser ellos.
El problema, según el pensamiento clasista, no está en el sistema desigual, ese ni siquiera lo consideran realmente problemático; el problema está en quienes no se ajustan a su visión y a ese sistema, a quienes no entienden que la clave “está en ellos”, que “el pobre es pobre porque quiere”. Para este pensamiento, todas esas personas que se levantan desde muy temprano a limpiar casas y oficinas -como mi madre-, a construir, vender, atender, servir, enseñar, etc. y que aún así no logran ganar lo suficiente para vivir dignamente, son unos “huevones”, unos “estira la mano”, unos “maiceados”.
Para ellos que, en una salida al Sonora Grill, una noche en un hotel medianamente decente, una botella en un bar VIP o un perfume, se gastan fácilmente 2 mil pesos, es muy difícil entender el cambio que implica, para la mayoría del pueblo, poder contar con un ingreso adicional a la economía familiar.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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