Un estudiante llamado Ricardo Flores Magón

Opinión de René González

A fines del siglo XIX Ricardo Flores Magón ya era un legendario dirigente estudiantil. Solo tenía 17 años cuando en 1892 participó en las movilizaciones estudiantiles contra la tercera reelección de Porfirio Díaz en la presidencia de México. El originario del pueblo de San Antonio Eloxochitlán, Oaxaca enclavado en la sierra mazateca había llegado desde niño a la Ciudad de México con todo un legado de la cosmovisión indígena a cuestas, para posteriormente estudiar leyes en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Su formación política inicial no solo devino de la educación básica curricular -sino esencialmente de las enseñanzas de su padre, quien amaba la tierra, su comunidad y los frutos colectivos y compartidos-, Teodoro Flores fue un militar mestizo de raíces indígenas que combatió en la guerra contra la intervención estadounidense, con el grado de teniente coronel, bajo el mando inspirador del presidente Benito Juárez García. Quizá por ese profundo amor a la Patria que le inculcó su padre, quien ofrendó su vida en la defensa de la soberanía contra el intervencionismo apoyado ingratamente por los conservadores, es que Ricardo Flores Magón desde sus primeros pasos participó en el despertar de los jóvenes estudiantes contra el tirano.

La primavera democrática que calentó el movimiento estudiantil de 1892, como un gran ejercicio de participación popular promovido por los jóvenes contra la reelección de Porfirio Díaz; en el que Ricardo Flores Magón y su hermano Jesús tuvieron una destacada presencia junto con cientos de estudiantes que al calor de estas batallas se iniciaron en la militancia política, informando, elaborando manifiestos, repartiendo periódicos, trabajando en brigadas y logrando la organización popular para la movilización; tuvo como respuesta la represión, y Ricardo estuvo a punto de ser fusilado sino es porque la propia masa radicalizada tuvo un último filo para resguardarlo. No obstante, este fue el año en que Ricardo Flores Magón pisó por primera vez la cárcel, donde pasó un total de 22 años en periodos intermitentes de su vida, como un asiduo frecuente a las rejas debido a nunca claudicar de sus ideas políticas.

Un estudiante llamado Ricardo Flores Magón comprendió a la luz del movimiento, que la formación política es resultado de la praxis colectiva de comunicarse con el pueblo y lograr su concientización; de ahí también se adentra en la labor periodística dimensionando la magnitud del poder de la pluma contra las injusticias. Del análisis y descripción de aquel momento negro en la historia nacional que correspondió a nueva reelección del Dictador en 1892, Flores Magón comparte una de sus frases icónicas: “Los hombres de nivel moral más bajo, ocupaban en el Gobierno los puestos más altos”. 

En el texto Apuntes para la historia. Mi primera prisión, Ricardo Flores Magón narra desde la cárcel del entonces “Condado de Los Ángeles, California”, la memoria de aquel 1892, que recupera y publica el 18 de mayo de 1908, como objeción de su propia historia personal, pues tres días había escrito y desplegado a la opinión pública un nuevo manifiesto del Partido Liberal Mexicano, que convocaba en concreto a la insurrección para derrocar al Dictador Porfirio Díaz.

Los Apuntes de Flores Magón sobre 1892 nos dan un panorama sobre uno de los movimientos estudiantiles y sociales fundacionales, que han estremecido la vida pública de México:

“Algo extraño ocurría en la ciudad de México al comenzar la primavera de 1892. La gente se movía, se agitaba, como si con la entrada de la estación se hubiera desentumecido en caduco organismo de la sociedad mexicana. Vibraciones juveniles reanimaban la vieja ciudad. Las sórdidas barriadas donde se pudre física y moralmente la gente pobre, ardían en una atmósfera de protesta. Las escuelas eran otros tantos clubs donde la juventud estudiosa hablaba de los Derechos del hombre, de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad. En los pasillos de los teatros, en los casinos, en las calles, en las plazas, en las cantinas, en las tiendas, en los tranvías se hablaba del Gobierno en tono rencoroso. Los ciudadanos lanzaban miradas torvas a los gendarmes. Los policías secretos eran designados a voces y perseguidos por la estruendosa befa de los estudiantes. A gritos se referían chascarrillos acerca de Porfirio Díaz y su mujer. Todo indicaba que la autoridad había perdido su prestigio”.

Posteriormente sobre el transcurrir de estas jornadas que marcaron un hito en la reorganización de la oposición a la Dictadura, y la corriente histórica y social emanada del juarismo y el liberalismo, a través de las cedulas madre de la articulación militante conocidas como clubes liberales; que lograron un gran movimiento democrático que, aunque fue derrotado significó el semillero de nuevos dirigentes sociales; Flores Magón nos comparte: 

“Los clubs organizaron una manifestación pública en contra de la reelección y se señaló la mañana del 16 de mayo para llevarla a cabo, siendo el lugar de ésta el Jardín de San Fernando. Desde temprano se vio invadida por la multitud la amplia plaza en cuyo ángulo se encuentra el panteón donde reposan los restos de Guerrero, de Zaragoza, de Juárez y otros hombres ilustres.

“La multitud hablaba alto; se sentía la necesidad de hablar alto después de tantos años de sepulcral silencio. El sol, el bello sol mexicano derrochaba su luz y calor; los rostros se volvían con frecuencia hacia el sitio donde duermen los héroes, como para arrancar una esperanza de vida donde reina la muerte. Una gran confianza y una gran fe henchían los pechos. Los estandartes de los gremios obreros y de las escuelas ilustraban el bello conjunto con sus colores fuertes y alegres. Abajo, se agitaban las cabezas de la muchedumbre acariciadas por un soplo épico. Arriba se balanceaban los penachos de los árboles al beso de la brisa de mayo.

“La muchedumbre, puesta en orden, comenzó a desfilar. De los balcones llovían flores. Todo México entusiasmado asistía a presenciar la manifestación. Vivas a la libertad y mueras a la tiranía brotaban de todas las gargantas. Los estandartes brillaban al sol. Las bandas de música emocionaban a la multitud con sus acordes heroicos. En cada guardacantón, en cada carro, donde quiera que hubiera algo que pudiera servir de tribuna, se encontraba un orador, ora de levita, ora de blusa, atildados unos, broncos los otros como la tempestad.

“El cielo azul ardía en la gloria de su sol de mayo. Más de quince mil personas formaban la enorme comitiva que se dirigió al barrio populoso de la Merced. A su regreso era un río humano de más de sesenta y cinco mil personas”.

Finalmente, ante la hora de la cruda represión porfiriana, el entonces joven estudiante Ricardo, rememora los sucesos del desenlace:

“Comenzaba yo a dirigir al pueblo un discurso de protesta contra la Dictadura cuando dos revólveres, empuñados por manos crispadas tocaron mi pecho con sus cañones, el gatillo levantado, pronto a caer al menor movimiento que yo hiciera, truncando salvajemente mi primer ensayo tribunicio. Rodeado de esbirros fui conducido a la azotea del Palacio Municipal donde encontré a una docena de camaradas de las escuelas que también habían sido detenidos. Tenía yo entonces diecisiete años de edad y cursaba el quinto año en la Escuela Nacional Preparatoria. Mis camaradas me informaron que también mi hermano Jesús había sido arrestado y llevado, como otros muchos a una de las Comisarías de Policía. El sol vaciaba lumbre sobre aquella azotea. La sed nos producía fiebre; pero el malestar físico era ahogado por nuestro entusiasmo. Soñábamos, pensábamos en alta voz. No se nos ocultaba que podíamos ser fusilados como tantos otros; pero éramos jóvenes, éramos soñadores y el miedo no se atrevía a llamar a nuestros corazones con sus dedos fríos. Formidables policías de a caballo dejaron sus bestias en el patio del edificio y subieron a vigilarnos. Nos decían que en la noche nos “darían agua”. Los déspotas mexicanos, por un eufemismo cruel cuando decretan la muerte de alguien, dicen a los esbirros: “den su agua a ése”. El cielo, irreprochable, brillaba intensamente. La vieja y maciza Catedral proyectaba en la bóveda de añil sus regios contornos. A lo lejos el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl levantaban sus nieves al cielo, como para evitar que lo manchasen los crímenes de los hombres. Algo como el bramido del mar sacudió nuestros cuerpos haciendo volar nuestros sueños y alejarse como mariposillas blancas. Era el pueblo que rugía”. (Flores Magón, Ricardo, 1908).

Fueron en esas hondas jornadas, donde el joven Ricardo fortaleció su visión libertaria, su perseverancia de recuperar el mundo feliz y de fraternidad que conoció en su comunidad de origen, donde no había necesidad de intermediarios ni opresores para ayudarse mutuamente y compartir el pan y los frutos de la tierra que libremente era de todos. Tierra y Libertad era el camino. 

En la praxis del movimiento de 1892 que topó con la brutal represión de la Dictadura, Flores Magón atisbó que los derechos se conquistan, que cada anhelo del humilde pueblo es terreno de disputa contra el poderoso. 

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