Transitamos tiempos malos para la confianza. Las verdades absolutas escasean en nuestros días. Incluso la que hasta hace poco se consideraba la incuestionable proveedora de certezas, la ciencia, ha perdido crédito. Para no ir más lejos, desde hace poco más de dos años, la soberbia fe en los llamados datos duros se desmoronó: un bichito microscópico zamarreó nuestra arrogancia tecnológica y desenmascaró la ridícula altanería de la datamancia y otras supersticiones modernas, para dejarnos sorpresivamente encuerados frente a la incertidumbre…
In deed, hoy día casi todos estamos de acuerdo en que lo más seguro es que quién sabe. Con todo, quedan algunas sentencias respetables, una que otra verdad que la enorme mayoría de la gente asume como axiomática y no pone en duda…, al menos de entrada. Una de esas máximas es la que a rajatabla establece que nada es eterno. Dejando aparte a los afortunados mortales que ahora mismo se encuentren sufriendo un episodio de enamoramiento, y haciendo a Dios a un lado —si algo así se puede hacer con un ser Omnipresente—, creo que no conozco a nadie que discuta el aserto: nada es eterno.
No obstante, hay ciertos casos ante los cuales tal certidumbre se tambalea. En concreto, estoy pensando en dos —que quizá, en última instancia, resulten ser el mismo—: la permanencia del capitalismo y de la hegemonía mundial de Estados Unidos. Me explico. Aunque tal vez hoy nadie se anime a defender la idea de que el capitalismo y el control del mundo por parte de los gringos sean perpetuos —como hace treinta años sostenía muy seriamente el señor Fancis Fukuyama (The end of history and the last man, 1992)—, a la hora que uno se atreve a decir que ahora sí el imperio del Tío Sam está en las últimas, ya no digamos que el capitalismo está terminando de terminarse, la respuesta generalizada es de franca incredulidad: No, no creo. Ni tú ni no veremos eso. Llevo un montón de años escuchando lo mismo, y ahí siguen y seguirán… ¿Será?
Hace apenas unos momentos leí lo que acaba de declarar el presidente de la Federación Rusa, Vladímir Vladímirovich Putin: “Los intentos de Occidente de crear un mundo unipolar han adoptado una forma repugnante”. El dicho, nada diplomático, importa por el contexto. Primero, Putin lo suelta en un momento de abierta confrontación con Washington, confrontación incluso bélica por intermediación de Ucrania y la OTAN. Segundo, Putin censura a Estados Unidos y a sus aliados —¿qué otra cosa es “Occidente” si no?— frente a su homólogo chino, Xi Jinping, en el marco de la cumbre de jefes de Estado de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la cual está celebrándose en Samarcanda, la segunda ciudad más poblada de la República de Uzbekistán. ¿Y quiénes están ahí reunidos? Bueno, los jefes de Estado de los ocho países que integran dicha organización intergubernamental: China, India, Kazajstán, Kirguistán, Rusia, Pakistán, Tayikistán y Uzbekistán. Y dicho así quizá no sea fácil justipreciar la proporción de la humanidad que se encuentra allí representada. Para comparar en corto, recordemos que el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, el famoso T-MEC, integra un mercado de 493 millones de personas.…
Bueno, tan sólo China ha sacado de la pobreza extrema en los últimos años a 800 millones de sus ciudadanos, y tiene tres veces más habitantes: 1,451 millones. La población total de los ocho Estados miembro de la OCS —de la que forman parte los dos países más poblados del orbe— asciende a 3.3 mil millones de seres humanos, es decir, 42% de la población total del planeta. Y si además consideramos a los otros seis países que participan en calidad de “asociados al diálogo” —Armenia, Azerbaiyán, Camboya, Nepal, Sri Lanka y Turquía—, deberíamos sumar otros 165 millones de hombres y mujeres —más o menos la misma cantidad de gente que la que habitamos México, Guatemala, Honduras y El Salvador, en conjunto—. Y podríamos anexar otro ingrediente: tanto Rusia como China e India forman parte de otra organización de cooperación internacional que trata de actuar al margen del dominio norteamericano, los Brics, en el que participan también Brasil y Sudáfrica, esto es, 272 millones de personas más, un monto que Canadá y México, principales socios de Estados Unidos, no alcanzamos juntos. Así que, si consideramos la OCS y los Brics, llegamos a 3,568 millones de seres humanos, el 45% de los sapiens.
Como he argumentado ya aquí, con el componente demográfico deberíamos considerar también otros recursos como el territorio, los energéticos, el agua, la población en edad de trabajar, la capacidad de organización social, los niveles de acuerdo sociopolítico… En fin, yo no apostaría mucho a la perennidad de lo que pomposamente todavía llamamos el orden mundial actual.
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