Tepocatas, chachalacas y el presidente EVP

Hace 20 años, comenzó a circular en librerías La silla del águila. Nos encontrábamos a mitad del sexenio de Vicente Fox. Para entonces, a paso veloz y calzado en botas de charol, el optimismo democrático menguaba. El 1° de febrero de 2003, el mes en el que la editorial Alfaguara publicó la aludida novela de Carlos Fuentes, los obispos de la región occidental del país, cuna del movimiento cristero, habían declarado que tras las elecciones de 2000 “se han venido acumulando preocupantes desencantos que parecieran haber transformado el triunfo de la democracia en fracaso”.

Un par de días atrás, el Barzón y el Congreso Agrario Permanente, durante una megamarcha en la que habían participado más de cien mil campesinos, habían lanzado un ultimátum: “El presidente Fox está ante la última oportunidad para demostrar que realmente tiene interés por resolver los problemas del campo mexicano…”. Para acabarla, la iniciativa privada tampoco aplaudía al exgerente de la Coca-Cola, al contrario: la Canacintra reclamaba que Fox había ya perdido tres años “sin haber diseñado políticas de Estado para impulsar el desarrollo nacional y abatir la miseria”. Ni lo hizo ni lo haría.

Muy pronto el primer gobierno emanado del PAN, que había llegado al poder camuflajeado como opositor al PRI, mostraba escandalosas evidencias de que la alternancia de partidos no había significado alternancia democrática alguna. Y muy pronto también fue claro que el poder público seguía en manos de los mismos poderes fácticos. El día 3 de febrero, La Jornada colocaba en su portada un par de fotos de dos señoras besuqueándose muy contentas: Marta Sahagún, entonces presidenta de la Fundación Vamos México y esposa del presidente, y Elba Esther Gordillo, secretaria general del PRI y “líder moral” del sindicato magisterial. La continuación la sufrimos todos: las chachalacas no resultaron menos perniciosas que las tepocatas y las víboras prietas.

En La silla del águila, Fuentes imagina un porvenir atroz. Los hechos ocurren en el año 2020, un punto en el tiempo que para nosotros ya es pasado, pero que entonces distaba 17 años en el futuro. El escenario que pinta el novelista es horroroso: el PRI había regresado al poder. Hoy sabemos que Fuentes se equivocó un sexenio, porque el tricolor efectivamente volvió a Los Pinos, con apoyo del PAN, en 2012. Sin embargo, el desbarajuste en que dejó a al país el prianismo neoliberal no le pide nada a la caótica situación que el escritor proyecta. En la novela, el presidente de la República, Lorenzo Terán, nomás no da pie con bola. Las cosas están color de hormiga, y según el secretario de Gobernación, Bernal Herrera, los tres problemas más urgentes de “atender con celeridad y buen juicio” son tres huelgas:

… la de los estudiantes que se niegan a pagar matrícula o a pasar exámenes de admisión en las universidades públicas y que en protesta están ocupando las instalaciones de la Ciudad Universitaria. Segundo, la de los trabajadores en la fábrica de inversión japonesa mayoritaria en San Luis Potosí. Y tercero, la marcha de los campesinos de La Laguna pidiendo restitución de las tierras que les dio la reforma agraria del presidente Cárdenas, y que, poco a poco, les han sido arrebatadas por caciques corruptos del norte de México.

Al leer esto, a cualquier persona honesta y medianamente enterada le resultará evidente lo lejanos que, afortunadamente, nos encontramos hoy de aquello. Hace apenas unos días, mi buen amigo Manuel Campos, después comentar algunos extractos de La silla del águila decía: “¡Qué lejos se me hizo ese 2003!” Por supuesto, concuerdo con él: es impresionante, en apenas cinco años de la 4T hemos sido catapultados en el tiempo. Hacer historia es dejar el pasado realmente en el pasado.

Por lo demás, Lorenzo Terán, el presidente de México en 2020 en la ficción de Carlos Fuentes, es en muchos sentidos la antípoda de Andrés Manuel. El señor que en la realidad ocupa la Presidencia de nuestro país desde 2018 no sólo no es priísta —y significativamente, uno de los más injustos y groseros improperios que los prianistas espetan a AMLO es ese, priísta—, además es justo el actor político opuesto al personaje de la novela. En una misiva, Xavier Zaragoza Séneca le cuenta al presidente Terán: “usted es percibido como un hombre un poco abúlico. No se le ve hacer. Se le ve dejando hacer”. Difícil hallar una descripción tan opuesta a AMLO, un hombre de la tercera edad, con una condición de salud con varios focos rojos encendidos, y sin embargo el presidente de más enjundioso, voluntarioso y pertinaz que el México moderno ha tendido.

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