Por Ricardo Sevilla
Humillado por el poeta inglés Lord Byron, el escritor John William Polidori se vengó escribiendo “El vampiro”. Pero, más que un monstruo, esta obra es una crítica a la élite y a sus excesos.
La figura del escritor John William Polidori (1795–1821) es el ejemplo arquetípico de un talento eclipsado por la celebridad de sus “amigos”.
Este autor ítalo-inglés, hijo de Gaetano Polidori, médico y secretario del influyente poeta italiano Vittorio Alfieri, terminó siguiendo la misma senda profesional que su padre al convertirse en el secretario del soberbio y arrogante poeta Lord Byron.
Byron, conocido por su colosal ego y su necesidad de admiración, solía humillar a Polidori con apodos despectivos, llamándole el “doctorcillo Polly Dolly”.
Hay biógrafos que sostienen, incluso, que estos maltratos, aunados a otras burlas e inseguridades, pudieron haber contribuido al suicidio de Polidori a los veintiséis años.
Antes de su muerte, sin embargo, Polidori se vengaría de su “amigo” Byron de la misma manera que el poeta lo había atormentado: a través del sarcasmo y las alusiones literarias.
El episodio de cómo nació The Vampyre es más o menos conocido en los círculos literarios. Sin embargo, bien vale la pena repasarlo para que los lectores de intereses generales lo conozcan.
Todo comenzó durante una cena en Villa Diodati, una mansión ubicada en Cologny, Suiza, cerca del lago de Ginebra, la noche del 15 de junio de 1816.
En esta reunión, Byron, la escritora Mary Shelley, el filósofo romántico Percy Bysshe Shelley y el joven médico John William Polidori se retaron a crear un relato de terror que superara a la novela “El castillo de Otranto” de Horace Walpole, considerada la obra fundacional del género gótico.
Byron prometió escribir un poema, pero lo abandonó al notar que se convertía en una historia pornográfica y cómica. Shelley, por su parte, escribió un complicado relato en verso sobre un amante que regresaba de la ultratumba, pero su trabajo se perdió o fue destruido. Mary Shelley, en cambio, creó “Frankenstein”, una novela que, aunque tiene elementos de la novela gótica,
terminaría consagrando a su autora como pionera en la literatura de ciencia ficción.
En respuesta a este desafío, Polidori, que bien pudo abandonar el proyecto sin que nadie lo notara, terminó reuniendo el suficiente tesón para escribir “El vampiro”, un relato en el que, aunque rezonguen sus admiradores, se inspiró en Lord Byron para crear a su protagonista: Lord Ruthven.
Este personaje, un dandi libertino y misterioso, se dedicaba a viajar por el mundo y despertando un temor inexplicable. Ruthven, un cadáver reanimado reanimado recurrentemente, que sobrevivía de la sangre de otros seres vivos, o de su energía vital. Una criatura que, en las sombras, hacía gala de un atavismo bestial que recuerda el inconsciente colectivo en la teoría de Carl Jung.
Pero, bien visto, la creación de Polidori no era un monstruo que habitaba en el inconsciente, sino un fenómeno literario y sociológico que escondía una crítica a la aristocracia parasitaria de su tiempo, donde Byron medraba a sus anchas.
De hecho, visto bajo la lupa de la crítica sociología, bien podríamos decir que este vampiro simbolizaba a una élite que se nutría, ávida depredadora, de la vitalidad de la clase trabajadora. Y, de hecho, Polidori formaba parte de aquellos que que no tienen nada que vender excepto su trabajo. Y le vendió su trabajo al jactancioso barón de Byron, que en política estaba adscrito a los whig, aquella facción presbiteriana radical de los covenanters que abogaba, con todas sus fuerzas y testarudez, por la monarquía.
Polidori, para decirlo con todas sus letras, detestaba a Byron.
El narrador Emmanuel Carrère, en su novela “Bravura”, desentierra la figura de Polidori, compadeciéndose del genio eclipsado.
El biógrafo y novelista francés, esgrimiendo una profunda empatía, describe la desesperación del joven médico con una frase aún tiempo poética y brutal: “Entre morir de sed o beber un agua que sabes envenenada no hay siquiera elección: la beberás siempre, porque el sufrimiento extremo obliga a actuar, da igual cómo”. Polidori, consumido por la sed de reconocimiento, bebió de la copa envenenada de Byron, y de ese veneno floreció la criatura que inmortalizaría su dolor y su venganza.
Por eso, no sorprende que John William creara a su vampiro, adjuntándole todos los rasgos más cuatreros y predadores del autor de “Don Juan”.
No es gratuito que el misterioso Lord Ruthven sea descrito como una criatura ávida de sangre y, de hecho, como un asesino. Su encanto y elegancia, nos dice una y otra vez el médico Polidori, eran una fachada para encubrir una naturaleza depredadora, reflejo del poder corrupto y decadente.
De hecho, en su historia, Polidori insiste en que la gente común no debería creer en los vampiros porque esas criaturas inhumanas y sin principios se aprovechan de las personas buenas para cometer sus actos sanguinarios.
En la obra de Polidori, la elegancia no es virtud, es la fachada de la depravación.
La ironía es que, a pesar de su venganza, Polidori no pudo escapar de la sombra de su verdugo. A los 26 años, consumido por la depresión y la falta de reconocimiento, se suicidó.
La literatura, que suele ser un arma de doble filo, fue el lugar donde el doctor Polidori, el “doctorcillo Polly Dolly”, finalmente se vengó, acaso pírricamente, de su verdugo, dejando, eso sí, una durísima crítica que arroja luz en los ojos de la vampiresca aristocracia que depreda en las sombras.
El verdadero parásito, al final, no era un monstruo de la noche, sino un aristócrata rengo que depredaba de día, amodorrado en los almohadones de la aristocracia.
