Durante más de un siglo, la Ciudad de México ha vivido de espaldas a su naturaleza. Debajo del Viaducto Miguel Alemán corre, invisible, el Río de la Piedad, uno de los antiguos cauces que dieron forma al valle. Hoy, el río está entubado, reducido a un drenaje profundo, pero sigue ahí, vivo bajo el concreto. Pensar en desentubarlo no es una idea romántica: es una posibilidad real de transformación ambiental, urbana y social.
Recuperar el Río de la Piedad a cielo abierto sería un acto de restauración ecológica y de resiliencia urbana. La ciudad podría reconvertir un canal contaminado en un corredor verde y fluvial, capaz de limpiar el aire, infiltrar agua al subsuelo y disminuir las temperaturas en una zona históricamente saturada de tráfico y contaminación. La vegetación ribereña permitiría capturar partículas suspendidas, absorber CO₂ y crear microclimas más frescos, mejorando la calidad ambiental de toda la franja central de la metrópoli.
Además, el río restaurado ayudaría a recargar el acuífero del Valle de México, actualmente sobreexplotado, y a mitigar inundaciones durante la temporada de lluvias, al permitir la filtración natural del agua. Convertir un drenaje cerrado en un cauce vivo sería una forma de reestablecer el ciclo hidrológico que la ciudad rompió hace décadas.
Pero los beneficios no serían solo ecológicos. También serían urbanos y sociales. Un río desentubado puede transformarse en un espacio público continuo, con parques lineales, ciclovías y áreas de convivencia. Donde hoy domina el ruido de los motores, podría haber vida, comunidad y paisaje. Experiencias internacionales, como la del Cheonggyecheon en Seúl o el Manzanares en Madrid, muestran que recuperar los ríos urbanos no solo mejora el ambiente: también revitaliza la economía local, reduce la inseguridad y fortalece la identidad colectiva.
Por supuesto, un proyecto así exige planeación técnica, inversión y voluntad política. Requeriría separar aguas negras y pluviales, instalar plantas de tratamiento y rediseñar la infraestructura del Viaducto. Sin embargo, el costo de mantener el sistema actual —obsoleto, contaminante y caro de operar— también es alto. En cambio, restaurar el Río de la Piedad sería una inversión en sustentabilidad, salud y futuro.
Desentubar el río sería devolverle el pulso natural a la ciudad. Permitiría reconectar a las personas con el agua, con la historia del valle y con la idea de una urbe que puede convivir armónicamente con su entorno. No se trata de volver al pasado, sino de imaginar un futuro más verde y humano, donde el progreso no se mida solo en concreto, sino en bienestar ambiental.
El Río de la Piedad aún existe, aunque la ciudad lo haya enterrado. Devolverlo a la superficie sería más que una obra hidráulica: sería un gesto de esperanza. Porque si dejamos que el río vuelva a respirar, tal vez la Ciudad de México también pueda hacerlo.
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