Números, testimonios y episodios exponen cómo los clubes de Salinas Pliego se han convertido en proyectos fallidos sostenidos con recursos públicos y decisiones cuestionables.
Ricardo Salinas Pliego se autodefine como un “Constructor de Realidades”, lo cual es un título grandilocuente que él mismo consagró en un documental. Sin embargo, existe un terreno en el que ninguna narrativa, reflector o despliegue de influencia le ha permitido construir, inventar, o aparentar éxito: el fútbol.
En un mundo donde él suele recurrir al argumento de que la riqueza es sinónimo automático de triunfo, sus clubes han sido la excepción que rompe su propio mito. Sus resultados trazan una línea incómoda: más que constructor, en este ámbito parece un destructor de proyectos.
El caso más reciente es Mazatlán FC, un equipo que en seis torneos ha generado tal nivel de frustración que incluso ha despertado nostalgia por el Monarcas Morelia, aquel club modesto pero entrañable que, pese a vivir siempre en la parte baja, tenía un carisma que su sucesor jamás ha podido encontrar.
El traslado del equipo marcó un punto de quiebre: una decisión empresarial revestida de modernidad que, en realidad, escondía negociaciones opacas, presiones económicas y un fracaso deportivo anunciado.
La historia del empresario en el fútbol comenzó en 1999, cuando adquirió al Morelia y tuvo un debut prometedor: un título en el Invierno 2000 que alimentó la narrativa del “Rey Midas”. Pero la estadística es una jueza implacable, ya que en 22 años aquel campeonato sigue siendo el único trofeo de Primera División que alguna vez levantó un equipo bajo su mando.
Ni Veracruz, ni Jaguares, ni Puebla, ni Atlas que solo pudo romper su maldición de 70 años después de salir de las garras del Ajusco, lograron trascender durante su administración.
Todos formaron parte de un mismo patrón: proyectos erráticos, inversiones inciertas y resultados discretos que jamás consolidaron una identidad sólida ni deportiva.
Morelia, que durante dos décadas funcionó como la carta de presentación futbolística de Grupo Salinas, nunca pudo convertirse en protagonista, pues vivió de chispazos, unas cuantas finales, talento a cuentagotas y momentos más recordados por lo surreal que por lo exitoso.
El equipo se salvó del descenso de manera milagrosa en 2017 y ese contexto de situaciones oníricas que lo hicieron popular en redes y que contrasta con el discurso empresarial que presume excelencia.
Pero el capítulo más polémico sucedió en 2020, cuando Grupo Salinas decidió mudar al equipo a Mazatlán. Detrás del anuncio, las revelaciones fueron inquietantes: la empresa habría solicitado 400 millones de pesos al gobierno de Michoacán para no abandonar la plaza.
La exigencia llegó en plena crisis sanitaria, cuando el estado destinaba recursos prioritarios a la atención de la pandemia, y ante la negativa gubernamental, la mudanza se volvió inevitable.
Lo más problemático no fue el traslado, sino las condiciones bajo las cuales se negoció: subsidios solicitados a lo largo de los años, convenios no transparentados y un estadio nuevo en Sinaloa levantado incluso sin tener equipo asegurado.
De acuerdo con diversas investigaciones periodísticas, el gobierno de Sinaloa destinó más de 652 millones de pesos para construir el inmueble que hoy ocupa Mazatlán FC, mientras que los contratos y beneficios otorgados a Grupo Salinas no han sido publicados ni detallados.
Expertos como Beatriz Pereyra han señalado que los acuerdos se realizaron sin claridad, repitiendo un patrón de relaciones opacas entre gobiernos y la televisora, en las que los recursos públicos terminan sosteniendo proyectos privados que no generan ni valor deportivo ni social.
En medio de ese panorama, el propio Salinas Pliego ha admitido que el fútbol no es rentable para él, ya que en entrevistas ha lamentado que “los dueños son los que pierden los millones”.
Un lamento peculiar para alguien que controla presupuestos deportivos, derechos de transmisión y estrategias de inversión. Ese discurso, sin embargo, ha servido para justificar lo que la cancha narra sin alegorías: sus equipos fracasan porque sus proyectos carecen de visión deportiva real y se sostienen más en convenios gubernamentales que en planeación a largo plazo.
La mudanza de Monarcas cerró una etapa sin gloria, pero abrió otra aún más incierta.
No cabe duda de que Mazatlán se mantiene como uno de los peores equipos de la Liga MX, atrapado entre decisiones ejecutivas, falta de identidad y un modelo de gestión que confunde espectáculo televisivo con proyecto futbolístico.
Mientras tanto, Morelia quedó reducido a un recuerdo melancólico del que solo queda nostalgia… y la lección de que no todo se convierte en oro, ni siquiera para quienes presumen un toque mágico basado en la chequera.
El mito del “Constructor de Realidades” se desvanece cada vez que un balón rueda en alguna cancha administrada por Salinas Pliego.
Porque en el fútbol, a diferencia de las redes sociales, no basta con insultar, exhibir o presumir riqueza: aquí la única verdad la dicta el marcador, y ese, desde hace 24 años, ha sido su crítico más severo.