En estos días se ha reactivado un viejo ciclo de reproches y críticas contra mi amigo Miguel Ángel Yunes, a quien conozco personalmente desde hace más de veinte años. He caminado con él en colonias, en eventos públicos, en campañas, en desayunos improvisados en comunidades rurales e incluso en rutas de terracería y lodo durante recorridos 4×4. Esa cercanía me permite afirmar con plena convicción que detrás del personaje político existe un ser humano íntegro, disciplinado y profundamente comprometido con las causas que decide apoyar.
Hoy, como siempre, respaldo su decisión. Una decisión que, dicho sea con claridad, no fue producto de ocurrencias ni impulsos, sino de un proceso personal e intelectual profundo: leyó, estudió, analizó y asumió el riesgo de inclinarse a favor del proyecto de nación encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum. Ese viraje, lejos de ser un acto de conveniencia, representa la evolución natural de un político que ha madurado, un hombre que ahora es padre de tres hijos y que enfrenta situaciones personales como cualquiera, aunque muchos prefieran ignorarlo.
Sin embargo, la reacción no se hizo esperar. Ayer, un exdirigente partidista salió a atacarlo con estridencia, sin antes revisarse los bolsillos, sin examinar su propio historial y sin tomar en cuenta que el pasado, tarde o temprano, siempre habla. Entre ellos quienes han convivido durante décadas en los mismos espacios de poder conocen perfectamente esos expedientes. Y, por lo visto, Miguel sabe mucho más de lo que algunos quisieran recordar.
Este tipo de ataques no sorprende. Vivimos una etapa donde la confrontación política dejó de ser ideológica para convertirse en disputa de intereses. La llamada “guerra contra el gobierno” ya no digamos contra Morena está activa y viene con fuerza. Quien decide tomar un camino distinto es inmediatamente objeto de linchamiento mediático por parte de quienes no toleran que alguien se salga del libreto.
Pero también hay otra realidad que algunos pretenden minimizar: somos más los que apoyamos a Miguel, los que reconocemos su trayectoria, su capacidad de análisis y su derecho a evolucionar políticamente sin que ello sea utilizado como arma en su contra.
Lo que está en juego no es un nombre, ni una militancia, ni un cálculo electoral. Lo que está en juego es la autenticidad, la congruencia y la libertad de pensamiento dentro de un ecosistema político que, a veces, castiga precisamente eso: pensar por cuenta propia.
Ánimo, amigo. La política mexicana vive un reacomodo profundo y los ataques son parte del costo. Pero el tiempo como siempre pondrá a cada quien en su lugar.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.







