Etiqueta: Miguel Martín

  • ¡Viva México! (Selectivo)

    ¡Viva México! (Selectivo)

    Que viva el México de las sonrisas de niños y niñas, con los ojos radiantes de quien aún cree en los Reyes Magos; ojos que nos infunden esperanza para seguir mirando hacia un mañana mejor. No merecen otra cosa sino crecer rodeados de amor y seguridad, que nunca les falte de comer, que siempre tengan tiempo para jugar hasta cansarse, que tengan siempre una escuela cerca de casa que los reciba gratuitamente y los forme hasta que sean adultos humanistas con un trabajo remunerado y encuentren la felicidad. Nadie es más sofisticado o inteligente por manifestar que odia a niños o adultos mayores.

    Que muera el México del odio, el racismo, el clasismo, el machismo, la homofobia, la apatía y también la hipocresía, que sigue presente incluso en las huestes de los nuevos conversos a la izquierda. No es del todo su culpa, pues vienen de muchos años de adoctrinamiento por el triunvirato que formaban iglesia, gobierno y medios de comunicación; y no a todo mundo le es fácil deslindarse de prejuicios fosilizados. Pero una cosa sí es cierta. Resulta antinatural vivir en el México del siglo XXI, el de la cuarta transformación, sin profesar amor y respeto no solo por todas las personas sin distingo alguno, sino también por todo lo vivo, todo lo que crece, todo lo que mantiene el equilibrio que se venía rompiendo desde hacía cinco siglos con la conquista. Todos tenemos un valor único. Ni tus gustos, aficiones, conocimientos o formación te hacen más especial que el resto.

    Que viva el México de quienes se forman y forman a los demás. Que quede claro, si el conocimiento es poder, éste siempre debe ser un poder compartido de manera irrestricta. Todos parejos en todo sentido y sin pretexto. Los círculos de estudio, las asambleas, las transmisiones de redes sociales, las casas de cultura, los centros comunitarios, el boca a boca; todo sirve para aprender y enseñar. Todos potencialmente somos maestros, y en el momento que el conocimiento llega a nosotros, estamos obligados a transmitirlo. Preservar solo en nosotros mismos el conocimiento sin transmitirlo a los demás solo para sentirnos superiores, es una postura reaccionaria. Prefiero pensar que el conocimiento es amor; demuéstralo.

    Que muera el México elitista del «pásele, licenciado». Deben ir quedando atrás los tiempos de las élites ilustradas que son adoradas por una chusma intencionalmente desinformada. Basta del culto a las profesiones, porque si impera la igualdad, lo correcto es que todos podamos estudiar lo que queramos y hasta donde queramos. Al rendir pleitesía al que sí pudo estudiar, seguimos normalizando la desigualdad. Y la pertenencia a una u otra institución no nos hace mejores personas, eso se demuestra con los actos y no con una credencial, ni portando emblemas, ni poniendo estos mismos como foto de perfil en redes sociales, ni con un papel enmarcado colgando en un muro. Regala libros, recomiéndalos, ayuda a los jóvenes a estudiar o a ingresar a una escuela pública. Propicia que todos lleguen tanto o más lejos que tú.

    Que viva el México fraterno en que cien manos se tienden ante ti para levantarte cuando caes, en que todos nos acercamos a empujar el auto que se quedó parado por una falla en medio de la calle, en que recogemos la mercancía del tamalero a quien se le volteó su carrito, en que levantamos la fruta caída de un puesto del tianguis en vez de embolsárnosla o patearla, en que ayudamos al hermano migrante que no vino aquí por gusto, como no lo hicieron nuestros paisanos en EEUU. Ese México en que las tragedias son más llevaderas cuando se desata la ayuda humanitaria en oleadas, por la vía económica, en especie o en voluntariado. El México en que la fiesta del pueblo la preparamos entre todos y al final todos recogemos nuestra basura. Y no por procurar nuestra legítima felicidad dejemos de mirar hacia afuera. Que viva Palestina libre.

    Que muera el México de la desinformación. Los núcleos urbanos ya no deben distinguirse por albergar a personas enconchadas en una vida cómoda en la que se tiene la percepción infundada de que uno parece más inteligente cuando critica al gobierno solo porque eso pensabas de quienes lo hacíamos en décadas pasadas, cuando vivíamos en el régimen neoliberal. Aunque cueste trabajo aceptarlo para algunos, al gobierno actual sí le importa el pueblo. Lo que toca es salir de esa burbuja de entretenimiento barato en que vivimos por inercia para informarnos por la vía de los múltiples esfuerzos independientes que existen actualmente y que hicieron que millones se politizaran a ritmo acelerado. No por nada, AMLO dice hasta la fecha: «benditas redes sociales». Que se queden en el basurero de la historia los voceros de la oligarquía con todo y su aspecto pulcro para la pantalla televisiva o su voz impostada que en la radio solo disfraza el odio y la ignorancia.

    Que viva el México orgulloso de su pasado y su presente. Ya es motivo de orgullo portar a Quetzalcóatl en fiestas patrias y a Mictlantecuhtli en día de muertos. Somos una nación multiétnica donde se hablan 68 lenguas originarias, que son lenguas, idiomas; no dialectos. Aprendamos al menos una para acceder a todo un mundo de cosmogonía poética y conexión con la naturaleza. Escuchemos pirecuas, huapango, canto cardenche, chilenas, banda sinaloense, mariachi, son jarocho, polka, trova yucateca, norteñas y hasta el hip hop callejero de nuestros jóvenes, a quienes debemos seguir formando para que aprecien todo lo demás. Explora a fondo tu pasado y el de tu comunidad. Siéntete muy orgulloso de todos los recuerdos que atesoras y vive intensamente junto a quienes amas para crear nuevos recuerdos que puedas atesorar, y así, cuando envejezcas, se conviertan en experiencias y sabiduría que podrás transmitir a quienes vienen detrás.

    Que muera el México malinchista que considera “naco” todo lo que representa la mexicanidad en términos populares. Nombrar las cosas en inglés u otras lenguas europeas no es ningún timbre de orgullo o prestigio. Si un producto es “americano” o alemán no tiene por qué ser mejor que uno mexicano; recuerda que simplemente son nuestros socios comerciales y la idea es competir en igualdad de condiciones. Hablar inglés no te hace más inteligente ni “preparado”. El idioma que hablamos y nuestra particular versión del mismo atienden exclusivamente a nuestra necesidad de comunicarnos. La lengua española nos tocó de rebote, y pues ni modo, ya es parte de nuestra identidad. Sin embargo, ir por la vida rindiéndole pleitesía a la “real academia” no te hace mejor persona que todos aquellos que no tuvieron las mismas oportunidades para instruirse y aun así viven digna y felizmente sin perseguir quimeras aspiracionales para agradar o impresionar a terceros.

    Que vivan tú, tu nombre, tu sonrisa, tu recuerdo y tu legado; y que vivan por siempre. Que tu alma nunca sucumba ante la oscuridad y que siempre que extiendas la mano, incluso en el momento más oscuro, ésta se toque con otra tan amorosa y fraterna como la tuya. Que viva la lucha que te trajo hasta aquí y la de los gigantes desde cuyos hombros miramos hacia el futuro.

    Mexicano por designio divino y privilegio cósmico, álzate orgulloso bajo este sol otoñal, con tu corazón latiendo y tus ojos brillando, para abrazar la nueva era que hemos forjado juntos. No sabes cuánto te amo, hermano revolucionario, hijo de Cuauhtémoc, que murió de pie como lo haremos nosotros.

    Y por supuesto, las veces que sean necesarias, hasta que se nos quiebre la voz de emoción:

    ¡VIVA MÉXICO, CABRONES!

    • X: @miguelmartinfe
    • YouTube: Al Aire con Miguel Martín
    • Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia
  • México en llamas

    México en llamas

    Durante este septiembre de 2024 estamos transitando por un periodo muy interesante e inédito. En los anteriores fines de sexenio, el presidente saliente tenía un lapso de hasta seis meses antes de dejar el poder el 1 de diciembre. Muchos factores hacen que todo sea distinto. Regularmente, la figura de quien estaba por dejar el poder se iba diluyendo mediáticamente. Cuando se había votado por la alternancia, es decir; un partido distinto al que había gobernado, el presidente en turno terminaba con una popularidad en números rojos y casi no se hablaba de él. Así fue con Enrique Peña Nieto, de quien muy poco se supo durante el tiempo entre el triunfo electoral de AMLO y su ascenso al poder el 1 de diciembre de 2018.

    En esta ocasión, el ascenso de Claudia Sheinbaum al poder, respaldado por una abrumadora cantidad de votos con respecto a la derecha en la elección pasada, genera enorme esperanza, pero no en detrimento o contraste con el obradorato, pues, al mismo tiempo y de manera espontánea, se van suscitando escenas inéditas que se pueden atestiguar a través de redes sociales. Se vuelve cada vez más intenso y palpable el sentimiento de melancolía que genera la partida de AMLO del poder. Hay personas que entre lágrimas no dejan de clamar la palabra gracias, mientras que otras tantas, sabiendo lo imposible de su petición, le gritan «¡no te vayas!». El propio AMLO no para de recorrer el país y recibir de primera mano estas y otras muestras de cariño popular que notoriamente le causan un nudo en la garganta.

    Y justamente en estos días, se vive la álgida discusión de la reforma judicial propuesta por el propio López Obrador, respaldada por Claudia Sheinbaum y exigida por los votantes del pasado junio. Aunque los ánimos de quienes se han involucrado de lleno están sumamente caldeados, en general se percibe tranquilidad por parte del grueso de la población que apoya a la cuarta transformación. Esto no se debe, como dicen los políticos y comunicadores de derecha, a que se trate de una masa ignorante que vota a ciegas y de manera inconsciente, lo cual, por cierto, sí es reflejado por su cada vez más reducida base popular; sino que, con plena confianza en la opción que eligieron en las urnas, el pueblo se dispone a llevar a cabo una vida feliz acorde con los tiempos que corren.

    Recientemente, el decadente bufón televisivo, ahora devenido en empresario de medios, Eugenio Derbez, publicó en redes sociales una especie de lamento y al mismo tiempo arenga audiovisual; un video en que instaba a las personas a dejar de ver La Casa de los Famosos, el infame reality de Televisa, para voltear a ver la polémica que envuelve a la reforma judicial, nombrada en su momento por el presidente como el Plan C. La incongruencia de Derbez lo descalifica en automático, aparte de considerar a los políticos de derecha como el bando de los buenos. Derbez llegó a ser el rey del rating en Televisa durante la época dorada de la televisión cumpliendo el papel de distractor y disuasor para que el pueblo no se politizara. Que no olvide Derbez cómo utilizó a personas con deficiencias mentales como Sammy Pérez (que en paz descanse) y Miguel Luis para ridiculizarlos y exponerlos al escarnio de esa sociedad desprovista de valores a la que ellos mismos cultivaban.

    Derbez habla de un México “dividido y en llamas”. Una vez más, aquella vomitiva caterva a la que llama Agustín Laje “derechita cobarde”, asoma la cabeza para reivindicar ese apelativo. Anteponen el nombre de nuestro país y lo usurpan de manera irresponsable, no se asumen como de derecha porque siguen apostándole a invisibilizar la distinción entre derecha e izquierda bajo la tramposa noción de las “instituciones democráticas” y el discurso “liberal”; todo aquello que durante años les resultó muy efectivo a subcriaturas como Denisse Dresser, Enrique Krauze, Aguilar Camín y otros tantos personajes encumbrados artificialmente por los medios y la academia para legitimar la farsa de régimen que teníamos en México para mantener la corrupción y la desigualdad, al tiempo que se mantenía al imperio contento con la conveniente falacia de la pluralidad y los contrapesos. ¿Y qué creen? Gracias a AMLO, subvertimos todo eso y los dejamos en la ignominia. Me alegro.

    Si hay aún asuntos por resolver, se deben mucho más a los arraigados flagelos causados por el régimen de saqueo, impunidad y desigualdad, que a cualquier posible ineficacia o falta de voluntad política del actual gobierno, que volcó sus esfuerzos hacia los estratos más bajos de la sociedad. Así pues, cuando AMLO dice que «el pueblo está feliz, feliz, feliz», es porque recorre el territorio donde no hay solo gente blanca y malencarada que se dice inconforme con este gobierno y que insulta visceralmente a cualquiera que lo apoye.

    La afirmación de AMLO, que, sin duda causa enorme ámpula y ha generado diversas réplicas que se regodean en la tragedia y en brotes de protesta para rebatirlo, muy seguramente se sustenta en que cabecita de algodón ha visto escenas que Derbez jamás verá:

    Una playa de Zihuatanejo donde un señor, dentro de los souvenirs que vende, ofrece el libro Gracias; un tianguis de Neza, Iztapalapa, Ecatepec o cualquier otro municipio, en que la gente pasea feliz, grupos de jóvenes liban micheladas y músicos callejeros deleitan a la concurrencia con interpretaciones envidiables; una fiesta patronal en las faldas del Iztaccíhuatl, donde todas las casas del pueblo hacen comida especial, con el mole y los tamalitos de frijol como principales protagonistas; el quiosco de un poblado en la huasteca potosina, donde, sin previo aviso, un violinista y dos cantantes, ninguno mayor de 16 años, comienzan a improvisar versos huapangueros, para luego ser parte de una enorme multitud que hace lo mismo y prolonga la fiesta por horas; leñadores de un bosque michoacano que ríen y cuentan chistes picantes con una botella de charanda mientras muere el sol en el horizonte; una familia que se toma una fotos y pide una canción a los músicos de la trajinera contigua en los canales de Xochimilco; dos hermanos migrantes que regresan en su impresionante troca a su pueblo de Oaxaca para abrazar a su madre, quien los recibe con una canasta de pitayas, un plato de cecina, salsa martajada y tortillas calientitas; surfistas en Baja California que dejan sus tablas en la arena para comer unos tacos de marlín alrededor de una fogata en el ocaso; chamulas que se calientan el corazón con una botella de pox con el canto de los saraguatos en la selva; mis sobrinos y yo peleando encarnizadamente por el balón para ganarlo, enfilarnos a la portería y meter un satisfactorio gol en una noche de viernes en medio de la jungla de asfalto; un niño y una niña que le piden a su mamá un penacho y un moño tricolor, respectivamente, así como buscapiés y banderas de México en un puesto que atiende una señora humilde, quien a su vez se ayuda con la pensión del bienestar para el adulto mayor; los juniors regiomontanos que, aunque sus padres empresarios no lo reconozcan, disfrutan con tranquilidad de su carnita asada y cerveza en exclusivo penthouse de Cumbres.

    No es el Aleph de Borges, Derbez y señores de la derecha. Es el México feliz, patriótico, fraterno y humano por el que luchamos. Salgan de sus zonas exclusivas, que más bien deberían llamarse zonas de exclusión, y contemplen la felicidad y el amor. Acepten su derrota. Se les cayó el castillo de naipes mediático. Desperdician su dinero al pintar el caos en sus espacios cuando la gente está visitando museos y parques en familia, compartiendo la mesa, estudiando y trabajando con menos preocupaciones que en los sexenios pasados. Ya lo dijo Ramiro Padilla: «Nosotros ganamos; nosotros ponemos la agenda y controlamos el discurso». Y cuando digo nosotros, me refiero al pueblo. Sigue siendo un honor estar con Obrador.

    • X: @miguelmartinfe
    • YouTube: Al Aire con Miguel Martín
    • Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia
  • ¿A qué le tiran cuando odian?

    ¿A qué le tiran cuando odian?

    «Chairos, apóstoles macuspanos. ¡Prófugos del ácido fólico!»

    Con este estrambótico y mezquinamente ofensivo pregón inicia sus disertaciones uno de tantos creadores de contenido pejefóbicos en la red TikTok, todas ellas rebosantes de más insultos y jocosas pifias expresivas que demuestran dos cosas: que debido a su vida cómoda jamás se había interesado en política, y que su argumento principal es un burdo y primitivo odio hacia fantasmagorías que su círculo cercano le ha ido creando para enardecerlo contra todo lo referente al movimiento encabezado por AMLO. Y desde el punto de vista lingüístico, cabe destacar el interesante uso que le dan al nombre del pueblo de donde es originario AMLO, ya que Macuspana es un sustantivo por ser el nombre de un lugar. Sin embargo, en un alarde de ingenio involuntario, convierte a la palabra en un adjetivo que para él tiene connotación negativa.

    De estas y otras subcriaturas se plagaron las redes sociales desde el periodo electoral. Esto no necesariamente responde a un genuino movimiento social masivo anti 4T que orgánicamente se manifieste en redes sociales, sino que, como ya ha sido comprobado en estudios realizados por grupos de investigación como Tlatelolco Lab o Infodemia. El posicionamiento de contenido en contra del gobierno se debe a una estrategia premeditada que consiste en promover y dar prioridad a todo aquello que pueda allanar el camino de la derecha de regreso al poder. Evidentemente no funcionó y así lo decretó el electorado en las urnas. Sin embargo, la inercia continúa, aunque con algunos matices que la diferencian del periodo electoral.

    Durante cinco años se construyó la narrativa, repetida por lo alto y por lo bajo, de que los programas sociales eran un instrumento de control de masas y garante de resultados electorales favorables al gobierno. Surgió incluso una categoría social que resultó ser simplemente una suerte de criatura mitológica que utilizaron como receptor de todo el racismo y clasismo que entraña su ideología: los “ninis del bienestar”. Según la narrativa de la derecha, y sobre todo de quienes realmente no tienen una ideología concreta, pero aspiran a parecer más ricos o más inteligentes insultando a la izquierda en redes sociales, existe un sector de la población en edad laboral, pero no integrado al aparato productivo, que, según ellos, percibe una subvención del gobierno con el fin de ser no solo un electorado cautivo, sino una especie de ejército capaz de operar elecciones en favor de los intereses de AMLO y el resto del movimiento.

    Sin embargo, y esto lo he tenido que explicar verbalmente a muchas personas que aún creen en esas criaturas mitológicas, que nadie que no sea adulto mayor, estudiante del sistema público, aprendiz en una empresa o madre soltera, empresario de pequeña escala que incentiva su negocio con las tandas del bienestar o los créditos a la palabra, ni cualquier otro beneficiario de los múltiples programas sociales; percibe sostenidamente un incentivo solo por existir. Les he dicho incluso, que, si me traen a una sola persona que realmente cobre una pensión o beca sin estudiar ni trabajar, sin tener una discapacidad y sin ser adulto mayor, renuncio para siempre al periodismo. Sin embargo, heme aquí en friega loca haciendo por la vida.

    Todo podría quedarse en las mentiras e insultos, pero pueden ir más lejos, pues los trolls de siempre y muchos nuevos que ahora proliferan en la red TikTok, muestran abiertamente sus deseos de que el país colapse y de que en general nos vaya mal para que así por fin se demuestre que ellos tenían razón, y que así sea mucho más fácil que el pueblo se desengañe y vuelva a votar por la derecha, a la que jamás llamarían derecha, por cierto. Este salto lógico, ostentado por personas que se ostentan como nuestros superiores intelectruales, así como por otros a quienes el conocimiento les produce sarna; es la principal motivación para empeñarse en que el peso se deprecie ante el dólar, que los videos de escaramuzas, balaceras e incluso incursiones con tanques en ciudades sean videos grabados en México, que el empleo caiga, que los paisanos dejen de mandar remesas o que incluso, por increíble que parezca, que la delegación mexicana en las olimpiadas de París 2024 pierda en todas las competiciones y no obtenga medalla alguna.

    Últimamente he escuchado con curiosidad y no pocos reparos al comuinicador hidrocálido José Luis Morales. Como muchos de los opositores a la 4T, se expresa desde la violencia verbal, el clasismo, el racismo y las acusaciones de corrupción como si estas tuvieran que ser por fuerza una característica inherente a la izquierda. De hecho, resulta interesante dilucidar cómo hay una serie de capas en este discurso, cuyo núcleo es el mero odio por la otredad, pero que queda invisible. Personas como Morales jamás verbalizarían su descontento con que estén en el poder quienes hacen a la población morena, humilde, sin estudios y con un acento del español no estandarizado, sentirse representada. Por encima de ese discurso se encuentran permanentes acusaciones de ineptitud, colusión con el narco, corrupción, indolencia ante los reclamos de víctimas, inoperancia ante desastres naturales y accidentes, así como falta de respeto a garantías individuales y derechos humanos. Cubren su odio irrefrenable con lo que parecen reclamos legítimos, pero que pocas veces están fundados. Y por cierto, recientemente Morales publicó un video en el que clamaba a los cuatro vientos que eran las peores olimpiadas de la historia para la delegación mexicana. Una contertulia de su programa le aclaró que no era así, que hubo ediciones de una sola medalla, pero él no hacía caso y cargaba contra Ana Guevara llamándola “pinche corrupta”.

    Me desconcierta la espiral de misantropía embarrada de nacionalismo e indignación en la que los opositores se metieron durante el periodo electoral y de la cual no han salido. En este sentido, creo que son más odiadores que opositores y sus motivos reales solo son verbalizados por algunos pocos que son tachados de radicales o cínicos. Otro tiktoker, cuyos videos desafortunadamente me aparecen con frecuencia en mis primeras incursiones dentro de esta red, se descuelga con peroratas como: «Chairos, estúpidos, imbéciles y traidores a la patria. Y si me quieren increpar en la calle, van a ver que puedo sostener lo que digo y que no va a ser fácil callarme, porque conmigo saldrían muy lastimados. Malditos ‘sápatras’ (sic)». Graba desde una oficina en el piso alto de un edificio y vestido con camisa formal, mostrando una taza del Tec de Monterrey. Su falta de argumentos y sus imprecisiones gramaticales nos hablan de una persona que ostenta “preparación” de forma sistemática, pero que no tiene apego alguno a las artes o la literatura, como dicta el neoliberalismo. Incluso deja entrever que practica alguna disciplina de combate o arte marcial y tiene ganas de lastimar físicamente a algún “chairo”, porque, en su cosmogonía, simplemente es lo correcto.

    Hay sin duda mucho por avanzar y mucho por eludir las agresiones de todo tipo que provienen de esa caterva enardecida de ciudadanos con un entendimiento sumamente corto de lo que realmente implica una transformación de la vida pública. El hecho innegable es que, aunque seguirán añorando el poder, al menos en lo inmediato se les vienen tiempos poco halagüeños. Sin embargo, la derecha nunca duerme. Todos los que integramos este movimiento debemos seguir firmes y haciendo las cosas cada vez mejor, cada quien desde su trinchera. El imperio y sus esbirros siempre encuentran la manera de regresar. Y aquí seguiremos nosotros, el pueblo politizado, con todo lo necesario para impedirlo. 

  • El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 2]

    El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 2]

    En la entrega pasada estudiamos los orígenes del PRI y el PAN, que, durante sus primeros años de existencia se distinguieron por operar con base en sus valores fundacionales, mientras que, durante el resto de su existencia se fueron poco a poco convirtiendo en lo que hoy son y tratando de abolir las definiciones de izquierda y derecha.

    Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el gobierno priista se alineó aún más a los designios estadounidenses. Muy conocido es el episodio en que la cúpula del partido mandó callar a mi general Cárdenas por su apoyo a la revolución cubana durante el incidente de Bahía de Cochinos en 1961. Y qué decir de las represiones, masacres y guerra sucia que se suscitaron durante los sexenios de Díaz Ordaz y Echeverría. Todo ello igualmente fue instruido por Washington. Sin embargo, y a pesar de todo eso, el PRI mantenía el discurso de que representaba a la auténtica izquierda, y que intentos como el PCM (Partido Comunista de México), no eran opciones genuinas para el electorado mexicano, pues, tal y como todo el bloque alineado con Estados Unidos sostenía, se trataba de oscuras fuerzas extranjeras que buscaban subvertir el orden social. Desde la guerra fría venimos arrastrando el estigma del comunismo y socialismo, aún recurrente en el discurso de ultraderecha para espantar a la población con el petate del muerto.

    En 1973, de la fusión entre Telesistema Mexicano y Televisión Independiente de México, surge Televisa, que en las décadas posteriores se afianzaría como el principal aliado del régimen. El ultraconservadurismo del PAN y la izquierda radical que a veces era rematada con los adjetivos de ‘marxista’ o ‘comunista’, cumplían con el papel de los perfectos enemigos que permitían al PRI paternalista de la segunda mitad del siglo XX posicionarse como una fuerza protectora de centro que salvaguardaba los valores de la revolución. Desde mediados de los 80 se había trazado el plan de implantar un régimen neoliberal en México por mandato de EEUU, de manera que era impensable dejar ganar a Cuauhtémoc Cárdenas, así que le fue propinado el fraude del 88 para poder continuar con el plan. Y dado que la televisión cumplía con creces su trabajo, nunca se dio nada parecido al estallido social que aquel despojo merecía.

    El neoliberalismo, aquella doctrina económico-política que tiende a reducir al Estado y dar manga ancha a los empresarios; vino acompañado de un discurso que resultó muy conveniente al PRI y al PAN en el contexto de la celebrada “alternancia” en el año 2000. Comenzó a posicionarse en medios la idea de que no existían izquierda ni derecha, pues intelectuales, así como el grueso del espectro radioeléctrico y editorial, se habían encargado de pintar al PRI como lo peor y al PAN como la cura de todos los males, por lo que su visión conservadora fue hábilmente cubierta bajo banderas como la “democracia” y un nacionalismo ramplón cultivado en las pantallas de Televisa durante décadas.

    La figura de AMLO era ya muy relevante, por lo que, una vez más, la maquinaria se puso en marcha, y como hubiera sido un contrasentido histórico y hasta un ridículo si se hubiera afirmado algo como «la izquierda es un peligro para México», se prefirió hacer a Andrés Manuel López Obrador poco menos que un quinto jinete del apocalipsis, por lo que la ingente campaña mediática en su contra y el fraude electoral llevaron a Felipe Calderón a refrendar ilegítimamente el poder del PAN, que, durante el gobierno de Fox conservó el talante ultraderechista, pero que, con Calderón, fue mutando cada vez más hacia un partido neoliberal en toda regla con los intereses puestos más en lo económico que en las prioridades de la agenda ultraderechista.

    Gris en cuanto a relevancia y rojo en cuanto a saldo fue el gobierno de Peña que llevó a AMLO al legítimo triunfo en 2018. De una manera muy pueril, la derecha siguió siendo sumamente cobarde al no transparentar sus verdaderas intenciones. Al no sincerarse, el gobierno de la ahora llamada Cuarta Transformación pudo tranquilamente refutar con hechos todo lo que se aseveraba. Se acusaron durante todo el sexenio malos resultados y el pueblo mexicano, que exponencialmente se fue politizando en cantidad y calidad, tenía cada vez más elementos para reconocer las mentiras vertidas sobre el gobierno y AMLO, quien se fue afianzando como líder social.

    Con miras a la campaña de 2024, al menos desde dos años antes, Claudio X González aglutinó a un grupúsculo de empresarios y políticos para tratar de recuperar el poder. Si el PRD y era izquierda, el PRI centro y el PAN derecha, al menos históricamente; esto ya no importó, como tampoco importaban las posturas políticas para los ciudadanos que decidieron apoyar a este esfuerzo anti obradorista. El chiste era quitar a Morena del poder, pero una vez más sin honestidad de por medio. «Trabajamos por México», era uno de los eslóganes más recurrentes del ahora decadente aparato neoliberal, que, de paso, tuvo el desatino de ungir a Xóchitl Gálvez como candidata. Y ya conocemos el resto de la historia.

    En diversas latitudes existen partidos que llevan su identidad en el nombre. No habría ningún problema si el naciente y anodino Frente Cívico Nacional (cuyo nombre no dice absolutamente nada a nadie) se llamara Partido Conservador. Si se creen “superiores” y con marcadas “influencias europeas”, como se llegó a decir en alguna de sus marchas, podrían copiar tranquilamente, si no el nombre, sí la valentía de llamar a las cosas por su nombre. Hay panistas como Teresa Castell o América Rangel, así como otros demasiado radicales para dicho partido, que tranquilamente dicen combatir a la izquierda. La verdad es que eso se agradece. Supongo que tienen miedo a ahuyentar al electorado que aún se mueve bajo esa lógica, pero si la izquierda no tiene empacho en asumirse como tal, lo menos que se podría esperar es que ellos se asumieran como lo que son sin esa patética fachada del nacionalismo marca Luis de Llano. No por nada, Agustín Laje los llamó “derechita cobarde”.

    He ahí una revisión del enorme atraso ideológico del que sufre el bloque conservador mexicano. Supongo que temen radicalizarse porque sienten que se quedarían solos, pero, y sin afán de regodearme, yo preguntaría: ¿podrían estar más solos de lo que reflejó el resultado de la elección pasada? En Claudia Sheinbaum, el bloque conservador encontrará a una hábil combatiente en el campo ideológico, dispuesta a trazar los puentes necesarios para el entendimiento, pero implacable ante la mentira y el juego sucio que durante el sexenio pasado trataron de utilizar sin éxito. Ojalá maduren y, como dicen ellos, «por el bien de México», abandonen la hipocresía. De otra forma, por más partidos y frentes que formen; nosotros, el pueblo politizado, siempre tendremos con qué combatirlos y neutralizarlos. La cuarta transformación continúa.

    • X: @miguelmartinfe
    • YouTube: Al Aire con Miguel Martín
    • Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia
  • El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 1]

    El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 1]

    Es muy complejo y apasionante el mundo de la semántica, esa subcategoría de la gramática que estudia los significados. Si nos ponemos a reflexionar un poco al respecto, habrá que empezar diciendo que el significado lo construimos los hablantes con el uso mismo de la lengua. Queda descartada la hipótesis, muy popular entre ciertos sectores de la población, de que primero se publican las reglas por parte de la Real Academia y luego debemos salir a acatarlas.

    Sin embargo, muchas veces se analiza la lengua circunscribiendo sus fenómenos solamente al ámbito de la cotidianidad, lo cual, aún más en esta era digital, resulta ser un enfoque cuanto menos limitado. Incluso, en el área de la lingüística, las únicas parcelas donde tangencialmente entran en juego los medios masivos de comunicación son el análisis del discurso y la semiótica. Por ello, hay que empezar por decir que las categorías de la ciencia política que se manejaban hasta hace unos años en México no provenían propiamente de fuentes académicas, sino de los propios medios corporativos, que a su vez fueron instruidos por el PRI hegemónico y el PAN, que durante dos sexenios le cuidó el changarro.

    El PRI, antes PNR, fundado formalmente en 1929 tomando al partido Bolchevique como modelo y enarbolando la bandera de la revolución mexicana (lo que sea que eso signifique a estas alturas).  Debido a su raigambre y a ideólogos de la altura de Madero y los hermanos Flores Magón, así como a las caudillescas figuras de Villa y Zapata, el PRI se definió desde sus inicios como una importante fuerza de izquierda, equiparable en prominencia con lo que para Sudamérica fue en su momento la gesta libertadora de Simón Bolívar. Justo antes de fundarse, pero con la estructura ya definida, el PNR evidenció los mismos vicios del partido que le sirvió de modelo. Durante los años 20 se gestó el Maximato. Calles detentó el poder incluso haciendo mártir al llamado último caudillo de la revolución, por lo que, el asesinato de Obregón en julio de 1928, ejecutado por la ultraderecha, pero, según diversas fuentes, planeado por el propio Calles; le sirvió bastante bien para evidenciar a los grupos de extrema derecha que poco a poco iban tomando fuerza en el bajío y occidente del país, y que, después de la guerra cristera en 1929, fundaron movimientos como el sinarquismo, el yunque y los tecos. Sin embargo, el daño estaba hecho, y, por increíble que parezca, el PRI dejó claro que la izquierda era el camino y que la derecha era intransigente y hasta asesina si no nos andábamos con cuidado.

    Pero si el PNR quería distinguirse inequívocamente como una fuerza de izquierda que privilegiara el Estado benefactor, para ello llega mi general Lázaro Cárdenas en 1934, que funda instituciones que aún día siguen siendo esenciales, como el IMSS y el IPN. Implementa una genuina educación socialista que se refleja en los libros de texto de su época, donde las situaciones irreales se cambiaron por escenarios rurales en que los hijos de padres obreros y campesinos podían perfectamente ligar su realidad inmediata con el aprendizaje de las escuelas públicas. La puntilla para los grupos ultraconservadores fue la gloriosa expropiación petrolera en marzo de 1938.

    Dolidos por no haber logrado realmente nada en la guerra cristera y ofendidos por el despojo del energético más preciado de la región, los grupos ultraconservadores fundan el PAN en 1938, integrado por “próceres” simpatizantes de Hitler como Manuel Gómez Morín, Efraín Gómez Huerta o Luis Calderón Vega (padre del más célebre consumidor de Bacardí), quienes ponían de manifiesto su ideario a través de la revista La Reacción; el panfleto pro nazi mexicano que nadie pidió. La figura de Cárdenas y el comunismo a nivel internaciona, así como la defensa de la religión católica y otras banderas menos halagüeñas, como la eugenesia, fueron los motores para aglutinar a los sectores conservadores en torno de un partido que previamente funcionaba como la asociación civil llamada Acción Católica, pero que, con el paso de las décadas y las pifias del PRI en lo que a congruencia se refiere, los harían afianzar la noción de que su principal bandera era la “democracia”.

    Entra Manuel Ávila Camacho en 1940 y tiene la desgracia de verse obligado al mandato del Washington en plena Segunda Guerra Mundial. Ya desde 1938, el partido se llamaba PRM (Partido de la Revolución Mexicana), pero este nombre perdió toda significación cuando, por mandato del Roosevelt menos popular de la historia de los Estados Unidos, tuvo que cuadrarse y abandonar toda intención de ser un modelo de Estado benefactor para simplemente pasar a ser una nación aliada, pero con estatus de honorífica. No solo hubo que mandar a la guerra a tirar bombas y a hacer labores de reconocimiento al célebre Escuadrón 201, sino que las políticas de educación, economía y diplomacia, se tuvieron que ceñir a lo que la nación del norte dispusiera. Incluso, ante la despoblación de los puestos de trabajo, se creó el programa Bracero en 1942, que permitió la entrada de miles de trabajadores mexicanos para contribuir con labores productivas en territorio estadounidense, lo cual, a su vez a nivel de la cultura popular creó todo un imaginario que se ve reflejado en la música de Eulalio González, mejor conocido como El Piporro, quien, hasta su muerte en 2003, siguió rememorando la gesta de quienes cruzaron el Río Bravo para ponerse en contacto con la cultura anglosajona en aras de mejorar el porvenir de sus familias.

    Por esta semana aquí le dejamos. En la próxima entrega explicarmos el contexto dentro del cual el PRIAN, que hasta donde hemos analizado, no existe como tal, abolió, en aras de un discurso anodino y muy cómodo para los poderes fácticos los conceptos de izquierda y derecha. Hasta entonces, feliz semana. Cada vez está más cerca la toma de posesión de Claudia Sheinbaum y el último grito de independencia de Andrés Manuel López Obrador, con las respectivas lágrimas que ambos eventos conllevan.

    • X: @miguelmartinfe
    • YouTube: Al Aire con Miguel Martín
    • Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia
  • Suave transición

    Suave transición

    Agoreros, catastrofistas, señoras de rosario en mano, señoras de piel blanca, playera rosa y lentes oscuros enmarcando un gesto de furia, empresarios cínicos, comediantes con ínfulas de intelectuales, intelectuales muy amigos de la cámara y de los gobernantes antiguos, trolls sin rostro en redes sociales elitistas, snobs clasistas, periodistas trajeados, influencers ignorantes, clasemedieros que insultan a través de shorts y reels, aspiracionistas que consideran a México inferior con respecto a Estados Unidos y Europa, cínicos y despolitizados trabajadores del Estado.

    Son suficientes para abultar un párrafo, pero totalmente insuficientes para ganar una elección. Una vez más se comprueba que un grupúsculo con mucho dinero es capaz de invertir millones en hacer ruido mediático y tener una presencia invasiva en redes sociales, sí, pero eso no es suficiente para determinar la intención de voto del grueso de la población, sobre todo de los menos favorecidos, quienes finalmente pueden constatar que las promesas de un gobernante no son vacías, abstractas y lejanas, sino que se traducen en una mejora sustancial en su calidad de vida.

    Queda muy poca gente viva que haya experimentado el gobierno de Lázaro Cárdenas, el escenario es prácticamente inédito. Y cabe señalar que, en ese momento, todo el sistema se encargó de que “no se repitiera el error”, pues el PRI se cuadró ante los designios de Washington a partir de la Segunda Guerra Mundial, y aparte, los reaccionarios enojados con las políticas de corte social fundaron el PAN en 1939 para asegurarse de hacer verdadera presión política en favor de sus causas.

    Es cierto que ni Morena ni AMLO inventaron los ahora tan mencionados programas sociales. Sin embargo, hay enormes diferencias. Cuando gobernaban el PRI o el PAN, los programas sociales eran discrecionales, se entregaban de una manera desorganizada y aleatoria, toda vez que el presupuesto realmente no alcanzaba para distribuirlos entre todo el espectro poblacional que realmente lo necesitaba, de manera que su ejecución era simbólica y solo para salir en la foto. La ejecución de los programas a nivel territorial estaba a cargo de auténticos coyotes que podían vender despensas o incluso desayunos escolares por la cantidad que ellos quisieran, así como otorgárselos solo a sus conocidos. Estos coyotes eran igualmente los encomendados por esferas más altas para juntar gente en las barriadas o zonas rurales para llenar camiones de personas que asistían a mítines cuyos protagonistas y contenido les eran totalmente desconocidos y nada relevantes. Asimismo, estos programas sociales eran finitos, o bien, cambiaban de nombre para convertirse en moneda de cambio, digo, promesa de campaña del siguiente candidato.

    Ahora, los programas sociales, esos que peyorativamente son llamados “dádivas” que “compran voluntades”, ayudan a que el que no comía pueda hacerlo, el que vivía una vejez decadente ahora lo haga con dignidad o el que no podía estudiar estudie. Es algo muy sencillo. Y, de hecho, para eso se crearon las instituciones y la democracia en general. El problema es que, con el aparato mediático cargado hacia las élites, se engañaba a buena parte de la población y a otra tanta se le disuadía haciéndole pensar que su opinión no cambiaría nada. Una de las muestras más genuinas de que este régimen es diferente es la prevalencia de los programas sociales sin importar el cambio de gobernante, así como su ascenso a rango constitucional, es decir; ahora los programas sociales son leyes que se deben cumplir y respetar. La totalidad de los personajes mencionados en el primer párrafo de este texto se la pasaron durante cinco años y medio despotricando en contra de los programas sociales, mientras que, irrisoriamente y por mandato del equipo de campaña de la fallida Xóchitl Gálvez, tuvieron que pasarse -de mala gana- cerca de medio año diciendo que respetaban los programas sociales y que Gálvez garantizaba que de ganar ella se mantendrían. El resultado lo conocemos todos.

    La tranquilidad que impera en el ánimo colectivo, emanada de la certidumbre de haber elegido correctamente, configura un escenario igualmente inédito. Para empezar, el periodo de transición es mucho menor a los anteriores, ya que se llevaba a cabo la elección en verano, pero el ungido tomaba posesión hasta el 1 de diciembre. La transición entre Peña y AMLO estuvo marcada por la prominencia de la figura de este último, en concordancia con la cantidad abrumadora de votos que recibió, mientras que, para el caso de Peña, su figura fue teniendo cada vez menor notoriedad hasta casi diluirse. Hay que recordar que veníamos de sexenios en que las apariciones de la figura presidencial eran esporádicas y su relación con la ciudadanía era entre limitada y nula. Esto igualmente estuvo marcado por el periodo en que las personas se comenzaron a emancipar de los contenidos televisivos, por lo que desconocer a Peña era parte de reconocer el error de haber votado por una candidatura construida más que nunca en los medios y con base en elementos de marketing, más que de genuina política.

    La no intromisión de un expresidente en los asuntos de gobiernos subsecuentes era un pacto no hablado que se solía cumplir a cabalidad. Sin embargo, este pacto fue pisoteado por los dos cínicos expresidentes panistas: Fox y Calderón, quienes, bajo el argumento del “amor a México” -asqueroso eslogan reaccionario, si se me permite- trataron de hacer campaña en contra de AMLO y recientemente en contra de Claudia Sheinbaum. Pero pese al empeño que parecen poner, sus alcances son solo de nicho, pues fuera de la red social X, donde se dan cita la crema y nata de las élites misantrópicas y donde son celebradas sus intervenciones; para la mayoría de los mexicanos, duermen ya el sueño de los injustos.

    AMLO está allanando el camino de Claudia Sheinbaum de una manera inusitada. Sin perder protagonismo, pero también instruyendo al pueblo para no dejar sola a la futura presidenta. Muchos comentócratas avizoraban rupturas y otros tantos un maximato. Sin embargo, los acontecimientos se van dando de tal manera que todas esas aseveraciones van quedando en simples infundios motivados por el ardor. Debe ser sumamente doloroso atestiguar la caída de un régimen que les dio a ganar tanto dinero y los encumbró en el prestigio, ese que hoy arrastran o del que incluso adolecen.

    Era un lugar común, generalmente en sentido negativo, el afirmar que un pueblo siempre tiene a los gobernantes que se merece. Pues ahora esa frase cobra sentido, pero esta vez de manera positiva. La población mexicana desoyó al aparato mediático, se politizó, abrazó el pensamiento comunitario, puso en perspectiva histórica los acontecimientos que vivimos actualmente y se mantiene informada y con la capacidad de exigir a sus gobernantes elegidos democráticamente que cumplan lo prometido y que no traicionen sus principios.

    Confío en que este sexenio sea incluso mejor en todos los sentidos, y creo que están en la misma postura otros 35.9 millones de mexicanos. Todos nosotros, haciendo eco al eslogan de la coalición ganadora, seguiremos haciendo historia.

    • X: @miguelmartinfe
    • YouTube: Al Aire con Miguel Martín
    • Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia
  • El segundo piso

    El segundo piso

    Los cambios sociales suelen ser analizados a posteriori en libros de historia, y siempre se señala que fueron procesos de muchos años; en algunos casos décadas o hasta siglos. Sin embargo, el abandono de los medios corporativos, la normalización de la política como tema cotidiano de discusión, así como el ansia irrefrenable de buscar información y conocer el panorama histórico que nos trajo hasta aquí, constituyen, junto con el trabajo de Andrés Manuel López Obrador como líder social y presidente; lo que denominamos como cuarta transformación. Las transformaciones anteriores fueron la independencia, la reforma y la revolución. Hay que decir que jamás se había involucrado tanta gente en un proceso como éste.

    La irrupción de AMLO con su “fuera máscaras” permitió que mucha gente cayera en consciencia de lo importante que es tomar partido en una ideología, y que no estaban los tiempos para tibiezas ni cómodas neutralidades. Y resulta que, al ser México un país latinoamericano de pasado colonial y población mayormente pauperizada, llegado el momento de elegir, y con los suficientes elementos a la mano gracias a las redes sociales, la mayoría se inclinó hacia la izquierda.

    Y por supuesto que, como en toda democracia, también hubo quienes prefirieron optar por la derecha, aunque no estén tan conscientes de ello. Ya se dijo que el movimiento obradorista está integrado por personas que buscamos y compartimos grandes cantidades de información con perspectiva histórica. Sin embargo, los ciudadanos que en esta elección han votado por Xóchitl Gálvez, lo han hecho habiendo abrevado en los medios corporativos y motivados por el odio hacia AMLO que les infundió la industria cultural durante años. Todas las parodias, imitaciones burdas, alusiones y francos insultos a la figura del hoy presidente, tienen aún a mucha gente pensando que se trata de un personaje maligno y perjudicial.

    Las derechas en el mundo comienzan a asentarse cada vez más y a articularse en torno a lo que ellos llaman “la batalla cultural”, para combatir a todos los males que “el comunismo” trae consigo. Algunos de ellos se denominan “libertarios” y su buque insignia en la actualidad es Javier Milei, que en un desliz del electorado argentino, ha llegado al poder. En México tenemos a Lilly Téllez, Eduardo Verástegui, Giancarlo Portillo, Raúl Tortolero y algunos otros de menor relevancia. Algunos relacionados con el PAN y otros demasiado radicales para el partido de origen católico. Sin embargo, y aunque articulen movimientos bastante visibles en redes sociales, no corren buenos tiempos para ellos en México. La abrumadora mayoría de izquierdistas o “zurdos de mierda”, como ellos nos llaman, los tenemos bastante acotados y aún sin acceso real al poder.

    Claudia Sheinbaum llega a esta jornada habiéndose ganado el cariño, la confianza y el respeto de la mayoría de los mexicanos, y eso ha quedado demostrado en las urnas. Seis años de clasismo, racismo, burla y menosprecio no hicieron mella en el ánimo popular. Ese grupúsculo de gente cuya naturaleza es el odio se disgregará para volverse a juntar en el próximo periodo electoral. Muchos de ellos, que solo se han politizado de forma transitoria, volverán de lleno a la frivolidad diciéndose decepcionados de la política.

    El trabajo de Claudia Sheinbaum no será ya de convencimiento como lo fue el de AMLO. Sus retos son de carácter, sobre todo, legislativo. Hay que inscribir en la constitución más programas sociales y lograr las reformas energética, judicial y electoral, aunque si se puede también la laboral, mucho mejor. El sello de los gobiernos de derecha no está solo en el ejercicio diario del poder, sino en el paulatino cambio de identidad que hacen de la constitución para beneficio de los poderes fácticos.

    Las palabras con las que Claudia se dirigió a las mujeres en su cierre de campaña fueron muy contundentes y aún me enchinan la piel cuando las recuerdo: «llegamos juntas». El tamaño de líder social que tenemos dio para allanar el camino de las mujeres hacia el poder en un país que cada vez más deja a un lado el machismo que lo caracterizaba. Que se a tiempo de mujeres y que lo hagan muy bien.

    Estamos construyendo el segundo piso de la cuarta transformación de manera formal. Probablemente algunos no ascenderemos a él directamente, pero sí nuestros hijos y nietos, que gozarán de la prosperidad compartida y de derechos laborales que generaciones como la mía perdieron por estar embobados en la televisión. Estamos resarciendo los errores del pasado y haciendo honor a todos los que lucharon antes que nosotros.

    El 1 de octubre iniciará una era de la que afortunadamente podremos reponernos en lo sentimental, porque tenemos a Claudia, tenemos una lideresa con los objetivos claros, la inteligencia y la bondad que cualquiera de nosotros pondría al servicio del pueblo si estuviera en su lugar.

    Ha sido un honor estar con Obrador, y probablemente en el corazón siempre lo estaremos. Y ahora, por supuesto que será un honor estar contigo, Claudia, mi querida presidenta.

    • X: @miguelmartinfe
    • YouTube: Al Aire con Miguel Martín
    • Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia
  • La recta final

    La recta final

    Hace seis años, quienes por mucho tiempo pugnamos con esperanza por el progresismo, nos maravillamos con la irrupción de las masas, otrora aletargadas por la cultura televisiva y ahora politizadas y conscientes de que nuestro país necesitaba aun cambio definitivo. Y cual si fuéramos un país europeo, de esos donde la gente vive en civilidad, pero a la vez no se guarda nada cuando de discutir se trata por el grado de información que manejan; nos convertimos en punta de lanza para Latinoamérica como sociedad. Se desató una auténtica batalla cultural y una lucha de clases que no llega a ser encarnizada, pero que se vive de manera muy intensa en redes sociales y en cualquier espacio de la cotidianidad donde haya cabida para el debate, que, afortunadamente, cada vez es más frecuente.

    Puede que algunos no lo recuerden y otros tantos no estén conscientes de ello, pero cuando la derecha y sus partidarios -de los cuales pocos están dispuestos a asumirse como derecha- hablan de que AMLO polarizó o dividió al país, admiten que les gustaba más aquel antiguo estatu quo en que el desconocimiento, la ignorancia y el desinterés por la política como una postura que supuestamente daba prestigio social, pues para ellos era un escenario idílico. Preferirían que los temas de discusión giraran en torno a las tendencias del entretenimiento provisto por las grandes televisoras; los reality shows, el fútbol, las telenovelas y alguno que otro escándalo de corrupción intencionalmente visibilizado para que las audiencias afianzaran su creencia implantada por el mismo sistema de manera muy conveniente: todos los políticos son iguales, todos roban, la política es para los políticos, solo prometen y no cumplen, etc.

    Como trabajador del Estado, reflexionaba con una compañera hace unos días sobre estos temas, pero sobre todo me preguntaba por qué los fondos de retiro de los trabajadores se encuentran en manos de privados, ahora que estuvieron las famosas Afores en la discusión pública. Concretamente me planteó esa pregunta y yo le respondí que eso se debe a dos factores: el primero es que teníamos gobiernos que en todo momento hacían lo posible por escatimarles a las clases populares derechos que derivaran en “gasto excesivo”, y si se podía llevar esto hacia las arcas de los empresarios, qué mejor. El segundo es que éramos una sociedad aletargada por la cultura televisiva y que concretamente, cuando la iniciativa en cuestión se votó en el Congreso, estábamos despreocupados viendo las nominaciones de Big Brother.

    Uno de los cambios más importantes que hemos experimentado es precisamente que ahora el pueblo está al tanto de las iniciativas de ley que se votan en el Congreso. El sistema estaba diseñado de tal forma que si una persona en el entorno familiar, laboral o de amistades emitía algún comentario sobre las iniciativas votadas, sobre la clandestinidad y el ocultamiento de los medios de la aprobación de iniciativas lesivas para el pueblo; se le estigmatizara y se le dijera amargado, rojillo, paranoico, conspiranoico, huevón, argüendero y demás adjetivos, muchos de ellos provenientes de la propia televisión, donde se caricaturizaba a personajes disidentes y se hacía énfasis en características negativas. La llamada división y polarización que acusa la derecha consiste básicamente en pensar que todos éramos hermanitos y estábamos muy felices antes de estar politizados. Solo por dar un dato sobre cuánto hemos cambiado como sociedad, en la votación por la reforma energética, en abril de 2022 nos congregamos más de 2000 personas afuera del recinto de San Lázaro para estar pendientes del resultado. Asimismo, hubo coberturas de medios independientes y la gente los sintonizó por iniciativa propia. El resultado no acompañó debido a que no se contaba con mayoría calificada, y esto no derivó en disturbios ni nada parecido, de manera que incluso, en nuestra evolución acelerada nos saltamos la etapa de violencia que a veces ha sido necesaria en otras revoluciones modernas. La nuestra es pacífica, pero avanza sin retrocesos.

    Sin embargo, aunque una gran parte de la población se ha politizado, ya sea hacia la izquierda o hacia la derecha, sigue existiendo un espectro muy amplio de personas que dicen «yo no voy a votar». Ya de entrada, el escuchar de viva voz esa frase es realmente escalofriante. Los argumentos de quienes tienen la osadía de declarar tal despropósito -porque realmente en estos tiempos, tener una postura tan irresponsable resulta oneroso- están motivados por el atraso. Algunos aún están en el esquema de entretenimiento televisivo o simplemente se adaptaron al nuevo esquema del entretenimiento barato en redes sociales. Ambas opciones conforman un mensaje disuasor, que sigue alejando a la gente de la política de manera muy conveniente. Pero como lo dije antes, esto es cada vez menos común y vaya si hemos avanzado en estos años.

    Y ante todo este panorama, se vienen las últimas dos semanas para las campañas. Realmente no ha habido cambios. Claudia Sheinbaum sigue haciendo una campaña decorosa y de contacto con el pueblo. Xóchitl Gálvez, en su afán de llamar la atención habla de más y evidencia mucha ignorancia, así como menosprecio por el pueblo, como en un reciente mítin en que penosamente utilizó un acento fingido para tratar de empatizar con pobladores de una zona rural hidalguense. Jorge Álvarez Máynez, aunque representa la anodina opción política de otra facción de la élite que solo quiere servirse del poder, ha podido abrirse camino y restarle votos a la opción del PRIAN. No es nada descabellado que termine en segundo lugar.

    Aunque algunos analistas, sobre todo de la oligarquía -siempre bien representada en los medios tradicionales- acusan una campaña sosa y aburrida, hay que recordarles que no se trata de generar rating, sino de que la democracia funcione. Las campañas pasadas tenían un cierto componente de estupor e incertidumbre, y solo se volteaba a ver a la política por una cuestión de morbo en periodo electoral. Esta campaña les puede resultar aburrida porque la tendencia jamás cambió, pues Claudia Sheinbaum va arriba en las encuestas debido a que las convicciones de quienes votaremos por ella se han venido solidificando en seis años, y todo gracias a la buena gestión de AMLO, pero también a la labor que, con él a la cabeza, hemos llevado a cabo como movimiento. Aunque el término “revolución de las consciencias” pueda resultar demasiado pomposo, la verdad es que realmente se va consolidando de forma satisfactoria.

    No hay emoción por saber quién ganará la elección. Lo que realmente entusiasma es que le daremos continuidad a lo que denominamos Cuarta Transformación. Esos que piden el voto para Xóchitl Gálvez “por amor a México” son la gente que extraña los millones de pesos en sus cuentas originados por la corrupción, para gastarlos en viajes por Europa. Los apátridas y sus corifeos de los medios tradicionales, que se ostentan como “periodistas profesionales”, van a sufrir otra derrota de la cual tardarán mucho en recuperarse. Van a seguir inventando nexos con el narco, supuestos escándalos de corrupción y promoviendo el odio. Sin embargo, el proceso que estamos viviendo no tiene vuelta atrás, y eso me hace por fin sentir orgullo genuino porque el pueblo mexicano atendió al llamado de la historia. Pero como esto es una democracia, lo digo con toda tranquilidad: para quienes opinen distinto, este 2 de junio, impávidas e inequívocas estarán esperando las urnas. Todo lo demás, como diría el buen Andrelo, es pura politiquería.

  • Veinticuatro años de ventaja

    Veinticuatro años de ventaja

    «En el 2000 Marta es una lombriz», cantaba Natalia Lafourcade en todas las radios de la Ciudad de México. En aquel año yo tenía apenas 16. Fui un niño de periferia que creció en una familia de clase media baja. Aunque mi hermano y una de mis hermanas estaban politizados gracias a La Jornada y a los círculos sociales de sus respectivas escuelas, en general mi entorno funcionaba dentro de la normalidad, o sea; el dominio de las masas por parte de la cultura televisiva. En ocasiones anteriores, los medios corporativos no habían hecho grandes esfuerzos porque la gente se interesara por la política. De hecho, se cumplía con la ley entonces vigente al condensar propuestas y entrevistas de los diferentes actores políticos en un espacio televisivo llamado Partidos Políticos, que convenientemente se transmitía en el canal 5 de Televisa a las 6:00 pm de lunes a viernes, antes de que comenzara El show de Tommy y Jerry. Evidentemente se trataba de un plan con maña y no interesaba si dicha producción lograba tener algo de rating.

    Una combinación entre la incipiente recuperación económica tras la crisis de la década pasada y el abaratamiento de costos permitió que la televisión por cable fuera más accesible para muchas familias de la periferia, cuyos hijos que cursaron la universidad en los 90 ya comenzaban a traer dinero a la casa materna, sin prisa por independizarse. Así pues, muchos niños pudimos crecer viendo contenidos de Cartoon Network o Nickelodeon. Eso empezaba también a romper la hegemonía de Televisa en el segmento de la televisión infantil, pues en los canales de paga no nos recetaban un programa sobre Rincón Gallardo o el “jefe” Diego en medio de nuestras caricaturas favoritas. Igualmente, por los mismos factores, había cada vez más computadoras personales en los hogares, por lo que algunos comenzábamos a descubrir las bondades de la llamada ‘red de redes’. Comenzábamos a bajar música con Napster, a chatear con amigos por MSN Messenger, a bajar juegos y emuladores, así como también libros gratuitos en formato de Word.

    Muchos niños fuimos presas del marketing invasivo de marcas como Nike y Pepsi que explotaba la pléyade de virtuosos que militaban en las mejores ligas de fútbol europeas. Tal vez ya no queríamos ser futbolistas, pero sí salíamos a la calle con nuestros flamantes tenis de fútbol con suela de goma comprados en el tianguis para tratar de imitar las proezas de aquellos cracks extranjeros y de alguno que otro mexicano a quienes Televisa y TV Azteca mantenían a flote. Sonaban en la radio éxitos absurdos de Maná, Tam Tam Go, Café Tacuba, Ricky Martin y demás productos cutres que la industria cultural elevaba a rango divino y nos obligaba a escuchar en mercados, taquerías, y en la radio de casa mientras las hermanas hacían su quehacer.

    Cuando yo hacía el mío seguía poniendo a los Beatles. Con ellos sobreviví a la secundaria sin escuchar a Molotov. Dos años más tarde, las descargas gratuitas de música pirata me permitieron descubrir a Bob Dylan.

    Como lo dije antes, mucho de lo que se hablaba, se pensaba y con lo que se soñaba, tenía que ver con la televisión. Jóvenes y adultos estaban totalmente dominados por las infames producciones de Televisa como Big Brother y Otro Rollo. Aunque el fútbol, los noticiarios y telenovelas mantenían la hegemonía de siempre, fueron estos programas los que marcaron la identidad de esa generación, con una falsa noción de irreverencia y libertad, que se vio reflejada en la concesión que Gobernación, censor del contenido televisivo, tuvo que hacer ante la normalización de la palabra güey, que de tanto que aparecía, removió la penalización de multa ante cada vez que dicha palabra fuera pronunciada. En Big Brother, el reality show de recomendados, se aprovecharon los huecos de la ley electoral de entonces, que se distinguía por ser un queso gruyere, para insertar menciones a favor de la campaña de Vicente Fox. Igualmente, Adal Ramones en Otro Rollo entrevistó de manera sumamente tersa al ahora vergonzoso expresidente, así como a Francisco Labastida, su contendiente del PRI. Cuauhtémoc Cárdenas no se prestó al circo. El tiempo le daría la razón, pues Ramones poco a poco fue dejando ver que si tenía una ideología política, ésta no era de izquierda, ni tampoco lo fue nunca la de aquel show, que aunque decían que era desenfadado, apolítico y “para chavos”, nunca desaprovechó la oportunidad de marcar tendencia con sus hasta 6.5 millones de personas de audiencia en sus mejores cotas de rating.

    El mensaje de la industria cultural siempre tendía a disuadir a las masas de politizarse, pues creaban intencionalmente la percepción de que se trataba de un ámbito turbio, soso y complicado donde los resultados y las ideologías no importan, donde todos son corruptos y no hay a quién irle. Sin embargo, eso cambió en el año 2000, pues de repente salían hasta en la sopa menciones del candidato del PAN, y de repente se hablaba con toda claridad de 70 años de corrupción del PRI y se hablaba del “cambio”. Debo confesar que fue entonces cuando empecé a consumir contenidos de política, simplemente como parte de la masa que entonces recibió y acató la orden de politizarse bajo los parámetros dictados por Televisa para allanarle el camino a Vicente Fox.

    Aún faltaban dos años para que yo pudiera votar. Y aunque ahora sabemos que Fox fue simplemente el peor presidente de la historia de México por muchos motivos, el abrir la puerta a la politización, aunque fuera de manera incipiente, sirvió para un nuevo despertar después del letargo que siguió al fraude del 88, pues en el entonces Distrito Federal muchas personas que votaron por Fox también eligieron a Andrés Manuel López Obrador como jefe de gobierno, lo que inició el camino hacia la actual Cuarta Transformación, aunque también dio pauta a la creación de un nuevo enemigo público número uno por parte de la industria televisiva mexicana bajo órdenes de la oligarquía. Jamás debía llegar al poder.

    Este ataque de nostalgia no es repentino. La verdad es que se lo debo completamente a Xóchitl Gálvez. Sus groserías, sus bailes y actitudes infantiles, así como sus muestras de ignorancia, como preguntar murmurando a la gente de su equipo: «¿qué son poderes fácticos?». Todo ello recuerda a Fox y a Televisa queriendo vendérnoslo como la genuina esperanza de cambio y la solución a todos los problemas. Me vuelvo a sentir en el 2000 viendo a Xóchitl, pero han pasado por mí muchos libros, muchos discos, aunque también muchos tenis de fútbol y muchos partidos disputados.

    Evidentemente no somos los mismos que hace 24 años. Hemos madurado en muchos aspectos, nos hemos politizado, el hablar con datos reales sobre la corrupción del antiguo régimen es cada vez más común en la cotidianidad; con la familia o en el trabajo. La industria cultural ahora decadente ya no pudo mantener la estúpida máxima de que hablar de política y religión era incorrecto.

    Pero ese cambio que hemos experimentado como sociedad no lo entienden los oligarcas ignorantes que nos han subestimado desde dentro de su burbuja y nos ofrecieron un producto del año 2000 para consumir en esta elección de 2024. Me parece que justamente son 24 años de ventaja los que los llevamos; los que les lleva Claudia Sheinbaum. No será este texto ni el transcurso del resto de la campaña lo que los haga entender. Tal vez, ya en el recuento de los daños, descubrirán que su mayor error es haberse quedado congelados en el tiempo. Pero bueno, en fin. La transformación continúa y es saludable detenernos un poco a reflexionar por qué va esto tan bien. Seguimos adelante.

    • X: @miguelmartinfe
    • YouTube: Al Aire con Miguel Martín
    • Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia

  • La semiótica de la derecha

    La semiótica de la derecha

    Semiótica es uno de esos terminajos que aspirantes a intelectuales utilizamos en elevadas mesas de debate en las que muchas veces olvida la vocación didáctica que entraña la formación política. ¿Ya ven? A veces no se puede evitar. En otras palabras, dejamos muchas veces de explicar a qué nos referimos con ciertos conceptos que solemos dar por hecho que todo mundo entiende, sin olvidar que nuestra sociedad prácticamente acaba de nacer a una verdadera politización y a toda la terminología que a veces hace cada vez más falta entre más nos adentramos en el análisis de ciertos fenómenos.

    Pues bien, la semiótica es definida como la teoría general de los signos, propuesta en un inicio por Ferdinand de Saussure, el suizo que instituyó en el siglo XIX como ciencia la lingüística, dentro del marco teórico de la antropología. También llamada semiología, fue enriquecida y profundizada durante el siglo XX por autores como Charles Sanders Pierce, Roland Barthes y Umberto Eco. Fernando Buen Abad la define como la ciencia que estudia lo que hay detrás de las apariencias; abarca la historia, los orígenes, las implicaciones de un gesto, un escudo, una bandera, una conducta, etc. Se aboca a analizar todo lo que la cultura ha producido como formas de ser y representar el ser y el espíritu de lo humano. En este orden de ideas, vale la pena hacer un repaso de todo aquello que la derecha utiliza para reivindicar una supuesta bondad y altura moral.

    Es interesante de inicio destacar que apenas desde hace unos pocos años se habla con toda soltura sobre una derecha mexicana. Curiosamente se podía calificar como izquierda o derecha a gobiernos o partidos extranjeros en los medios corporativos, pero siempre se tuvo reparo en identificar al PAN como derecha. Todo esto era parte de un código impuesto por el PRI desde sus inicios en los medios, pero sobre todo en la era televisiva. Durante el neoliberalismo se acentuó la idea de que las categorías izquierda y derecha habían sido superadas. Muchos panistas y priistas de la actualidad siguen suscribiendo lo mismo y añaden que ellos están «del lado de México» o que «su partido es México». Esto tiene la implicación del permanente mensaje disuasorio que se difundía entre la población, para convencer a las masas de que todos los políticos son iguales y que por eso no vale la pena involucrarse ni votar.

    Por otro lado, y retomando las aseveraciones del párrafo anterior, se manifiesta en esta época como nunca antes, ese rasgo de nacionalismo artificial y exacerbado que muchas veces raya en el ridículo. Fuerza y corazón por México, Va por México, Sí por México, México Libre, Chalecos México, Campamento México. Estos son solo algunos de los nombres de organizaciones de mayor o menor alcance que surgieron a raíz del triunfo de AMLO en 2018. Todas son organizaciones de ultraderecha reaccionaria y con financiamiento de empresarios poderosos que se beneficiaban con el régimen neoliberal y que durante el presente vieron mermados sus privilegios mal habidos. Usurpan el nombre del país y hasta el resto de símbolos patrios con tal de convencer a la población de que ellos ostentan un genuino nacionalismo y tienen bien clara su defensa de la patria, la libertad y el estado de derecho, que son otros de sus conceptos recurrentes.

    Si bien el ultra nacionalismo y el chovinismo son una característica de prácticamente todas las derechas del mundo, para el caso latinoamericano se trata de un significante particularmente vacío, ya que, aunque proclamen todo en nombre de México día y noche y tengan frases tan repulsivas como «¡No le mientas a México!» (espetada por Kenia López Rabadán a Tatiana Clouthier en un debate televisivo), el perfil del político de derecha latinoamericano está muy influido por la colonización y resulta sumamente hipócrita cuando se llega el momento de rendir una pleitesía exacerbada al imperio. El clásico «Comes y te vas» de Fox a Fidel Castro, Javier Milei con el «My president!» a Donald Trump, Daniel Noboa con el asalto a la embajada mexicana en Quito o Lilly Téllez pronunciándose a favor de dicho acontecimiento; nos evidencian una diferencia fundamental entre el nacionalismo de la derecha europea o anglosajona y el de la latinoamericana. Mientras que la primera es proteccionista y altamente chovinista, la segunda ostenta por todo lo alto el nombre de su país y se envuelve en la bandera, pero no puede evitar inclinarse ante el imperio a la primera oportunidad, no solo en cuestiones diplomáticas, sino en cuanto a la forma de gobernar, que tiende siempre a entregar los recursos naturales e incluso humanos a las potencias hegemónicas tradicionales, pero a Estados Unidos por delante, porque para ellos representa el modelo a seguir como país y como cultura.

    Para el caso de México, el imaginario relacionado con el enaltecimiento de la mexicanidad de esa forma tan artificiosa fue implantado en la psique colectiva por una combinación enferma entre la clase gobernante y una visión paternalista por parte de los productores televisivos, que construyeron un sentimiento nacionalista sumamente banal, basado en la selección nacional de fútbol, las visitas de Juan Pablo II, las celebraciones del día de la independencia, el concurso Miss Universo, Siempre en Domingo y demás producciones en las que resaltaban una somera visión de lo mexicano que dejaba fuera totalmente el legado de los pueblos originarios y ponderaba un ideal de mexicano cosmopolita y consumidor de entretenimiento barato.

    La caída paulatina del imperio televisivo ha ido creando una nueva gama de signos; de referentes con significado concreto. La generación anterior a la mía, al menos en la Ciudad de México, tiene muy presente la campaña de publicidad que se desató durante el mundial de México 86, por lo que su sentimiento de nacionalismo está muy relacionado con los comerciales de las cervezas Tecate y Carta Blanca, que se transmitían en horario de audiencias infantiles, sin importar la hiper sexualización de una joven de 17 años a quien llamaron la Chiquiti Bum, y que causó furor como imagen de Tecate. Las generaciones actuales vienen atomizadas, disgregadas, sin consenso y con tendencias muy volátiles. Sin la televisión como agente cohesionante, su sentimiento de nacionalismo está cifrado en memes que reivindican a los mexicanos como ‘mexas’ y afianzan un estereotipo que entra en competencia a la palestra mundial de las redes sociales. Para la derecha es muy difícil interpelar a estos sectores que ya no fueron aleccionados por la corriente audiovisual hegemónica, porque aunque siguen tendencias mayoritarias, éstas son de naturaleza efímera y muchas veces son generadas por la comunidad misma y no necesariamente por un poder. A lo único que aspira la derecha es a insertar el mensaje reaccionario a través de la cultura pop, o sea, de los productos de entretenimiento de la industria cultural que se consumen de manera global. Sin embargo, dicho mensaje está configurado más en función de los valores del imperio, pero no llega a infundir un sentimiento de arraigo hacia nada, por lo que prácticamente atestiguamos la consolidación de generaciones apátridas.

    Por otro lado, cuando la derecha habla de defender el estado de derecho, lo cual suena en primera instancia como algo muy positivo; se refiere a la defensa de los privilegios de las oligarquías. Esto se explica de manera muy fácil. La constitución actual y las leyes que de ella emanan, datan de 1917, y en sus inicios fue la plasmación de los ideales revolucionarios. Sin embargo, conforme el régimen se corrompía, fue modificando todo el sistema legal de tal manera que beneficiara primordialmente a las clases privilegiadas, incluso manteniendo convenientemente las lagunas legales para dar margen a la corrupción. Cuando una persona de derecha culpa a la izquierda de ir en contra de las leyes y las instituciones, lo hace consciente de que ha vivido en un régimen fundado en un orden legal inequitativo que le favorece.

    El marketing político sigue siendo un servicio del que la derecha hace uso con especial ahínco. Las empresas dedicadas a ello están bastante bien cotizadas. Su función principal es la elaboración de todo un discurso con miras a convencer al electorado. Sin embargo, esta disciplina, que en otros momentos de la historia otorgó excelentes resultados, hoy necesita replantearse su metodología, pues no resulta tan efectiva ante una población cada vez más politizada y para la cual, los elementos de significación con los que es bombardeada, ya no tienen los mismos referentes. En otras palabras, cuando un conservador cualquiera, que cuenta con el privilegio de la exposición en medios, aparece diciendo algo como «Necesitamos salvar a México de la destrucción en la que AMLO lo ha sumido», el grueso de las audiencias soltará una carcajada, algunos otros una grosería y solo un sector muy limitado reaccionará conmovido a la falaz arenga patriótica. La semiótica, como la lengua misma, también cambia de un momento a otro. La derecha mexicana sigue sin encontrarle forma a esa evolución.

    • X: @miguelmartinfe
    • YouTube: Al Aire con Miguel Martín
    • Facebook: Miguel Martín Felipe Valencia