POR: EDUARDO BLANCO
El aumento del Mundial a 48 selecciones promete inclusión y espectáculo, pero también diluye la competitividad, estira el calendario y amenaza con convertir la Copa del Mundo en un torneo saturado.
La ampliación del Mundial a 48 selecciones para 2026 con sedes en Estados Unidos, México y Canadá se presenta como un hito histórico, pero entre especialistas y aficionados crece la percepción de que el fútbol pagará un precio alto por esta expansión. Aunque la FIFA defiende el cambio en nombre de la globalización del deporte, la estructura plantea dudas sobre la calidad del torneo, la exigencia competitiva y la coherencia deportiva.
El nuevo formato contempla 12 grupos de cuatro equipos y un total de 104 partidos, una cifra sin precedentes. Este incremento no sólo recarga el calendario internacional, sino que reduce el nivel de exigencia para clasificarse. En confederaciones como Conmebol, el 60 por ciento de las selecciones obtendrán pase directo y una más irá a repechaje, un escenario que parece desproporcionado. El riesgo es evidente: un torneo donde clasificar deja de ser mérito excepcional y se convierte en trámite aritmético.
La expansión también abre la puerta a encuentros que, si bien son pintorescos, generan dudas sobre el nivel general del certamen. La posibilidad de partidos como un hipotético Curazao–Burkina Faso en plena fase de grupos ilustra una realidad: el Mundial tendrá más historias, sí, pero también más desequilibrios. El encanto de ver a selecciones emergentes llega acompañado de la inquietud sobre si la competencia puede sostener un estándar alto en cada jornada.
Además, la saturación amenaza la preparación física de los jugadores, quienes enfrentan temporadas cada vez más cargadas. Con más partidos, más viajes y menos descanso, el Mundial podría profundizar el desgaste de una élite futbolística ya al límite. A esto se suma que las sedes de 2026 abarcan distancias considerables en un calendario comprimido, lo que añade un factor logístico que podría impactar rendimiento y espectáculo.
Aunque la diversidad de banderas y la presencia de nuevos actores representan un avance simbólico, la ampliación también diluye el carácter exclusivo del torneo. La Copa del Mundo históricamente reservada para las mejores selecciones del planeta corre el riesgo de perder parte de su prestigio deportivo al priorizar cantidad antes que calidad.
El Mundial de 48 selecciones, en suma, promete amplitud, pero siembra dudas. Más participantes no garantizan mejor fútbol, y la fiesta global podría convertirse en un evento extenso, disperso y menos competitivo. El reto ahora es demostrar que la expansión no sólo llena espacios, sino que realmente fortalece al deporte.
