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  • ¡El Chavo del 8, el comediante de los dictadores!

    ¡El Chavo del 8, el comediante de los dictadores!

    Por Ricardo Sevilla

    La figura de Roberto Gómez Bolaños, conocido, dentro y fuera de México, como Chespirito, evoca, en el imaginario colectivo, un torrente de risas asociadas con el humor y la inocencia.

    Personajes como El Chavo del 8El Chapulín Colorado o El Chompiras, entre muchos otros, acompañaron y deleitaron a varias generaciones de niños, jóvenes y adultos en toda Latinoamérica.

    Pero debajo del traje del Chapulín colorado se escondía un hombre conservadorreaccionario y que simpatizaba con las dictaduras.

    Roberto Mario Gómez Bolaños, nacido en la Ciudad de México, en 1929, se jactaba de que la comedia y el humor blanco eran la piedra angular de su trabajo.

    Y, en efecto, sus programas no recurrían al lenguaje procaz ni a las vulgaridades, ni a los chistes subidos de tono.

    Y ese formato, que se esforzaba mañosamente en adherirse a los valores universales, hacía que su programa fuera apto y consumible para un público de todas las edades.

    Bolaños, que se juraba admirador de Shakespeare, diseñó a sus personajes con atributos simplones.

    Su fin era tratar de entretener a un público amplio sin complicarse la existencia y recurriendo a temas controvertidos.

    El Chavo del 8 nació en una empresa llamada Televisión Independiente de México, que después se convertiría en Televisa, y ahí, en esa empresa, que simpatizaba con el poder político en turno, cuidaban las formas y él lenguaje.

    Y justo por eso, Gómez Bolaños cuidaba, en todo momento, que sus personajes no emplearan un lenguaje ofensivo ni incurrieran situaciones inapropiadas.

    Gómez Bolaños, que tenía un carácter acobardado, no quería hacer enfurecer a Emilio Azcárraga Vidaurreta ni Eugenio Garza Sada, dueños y fundadores de aquellas empresas.

    Se trataba de un humor conservador con una alta dosis de ramplonería.

    De hecho, gran parte del humor de Bolaños se basaba en sketches anodinos: caídas, golpes, gestos exagerados y situaciones visualmente cómicas.

    Sin embargo, esos componentes no eran originales y, en su mayoría, estaban extraídos de la comedia clásica, especialmente de Charles Chaplin y El Gordo y el Flaco, a quienes Chespirito admiraba y se esforzaba en imitar.

    El personaje principal de Bolaños,

    El Chavo, era un niño huérfano que vivía en una vecindad.

    El personaje presumía tener un corazón enorme y una imaginación desbordante. Todas sus características y sus interacciones eran predecibles, y estaban acompañadas, siempre, por un giro cómico.

    El objetivo de Bolaños era generar una conexión inmediata con el público.

    Se trataba, en todo caso, de adultos interpretando a niños.

    Pero Bolaños tenía un objetivo muy claro: que sus personajes, El Chavoel Chapulín ColoradoDon RamónQuicoDoña FlorindaJaimito El Cartero y otros que llegaron después, representaran arquetipos fácilmente reconocibles en la sociedad.

    Sin embargo, detrás de todos estos velos de comedia e inocencia, se escondía una faceta poco conocida y que, actualmente, sus admiradores se han empeñado en eludir.

    Por alguna razón, los biógrafos de Chespirito han pasado de largo ante uno de los aspectos más controvertidos de la vida de Roberto Gómez Bolaños, que es su participación en eventos y espectáculos organizados por dictaduras militares en América Latina.

    Como se sabe, durante varias décadas las dictaduras militares sepultaron la democraciabajo un manto de plomo.

    Pero eso no pareció importarle al creador de El Chapulín colorado.

    Documentos y testimonios de la época confirman que Bolaños no solo realizó giras por diferentes países sudamericanos, sino que, sin oponer ninguna resistencia ni objeción, aceptó presentarse en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet y en Argentina bajo la Junta Militar de Jorge Rafael Videla.

    Y aquí es fundamental contextualizar el periodo de estas presentaciones. En Chile, el régimen de Pinochet, que subyugó a esa nación durante 17 años, de 1973 a 1990, es recordado por una brutal ola de crímenes, una terrible represión política y violaciones sistemáticas a los derechos humanos.

    El Informe Rettig, de 1991, por ejemplo, documentó 3 mil 197 personas asesinadas y desaparecidas por razones políticas, mientras que el **Informe Valech (2004)**registró 38 mil 254 víctimas de prisión política y tortura.

    Bolaños sabía perfectamente que la dictadura había prolongado su sombra por todo Chile. Sin embargo, eso no le impidió aceptar la invitación del gobierno de Pinochet y, en 1977, se presentó en el Estadio Nacional de Santiago. Se estima que unas 17 mil personas se dieron cita en el lugar para recibir a Chespirito y sus acompañantes.

    Hay voces críticas que aseguran que, antes de aceptar la invitación, Bolaños se enteró de que miles de hombres habían sido recluidos precisamente ahí, en el Estadio Nacional, mientras sus esposas y familiares se reunían en las afueras para saber en qué estado se encontraban sus seres queridos.

    Ahí, en el estadio que sirvió como escenario para las chanzas de El Chavo, los detenidos por la dictadura habían sido sometidos a torturas eléctricasgolpesvejaciones sicológicasmala alimentación y hacinamiento.

    Chespirito supo que en los camarines, salones y baños que utilizaron él y los actores que lo acompañaron habían funcionado como campo de concentración. También supo que, ahí mismo, donde fue vitoreado y aplaudido, habían muerto varias decenas de chilenos.

    No obstante, Roberto Gómez Bolaños recibió con indiferencia que aquel estadio hubiera sido utilizado como centro de detención y tortura.

    La mañana del el 12 de octubre de 1977El Chavo y su comparsa, se presentaron en la cancha del Estadio Nacional para ofrecer una función.

    Pero vayamos al meollo del asunto:

    El objetivo del dictador Augusto Pinochet era que, a través de Chespirito, el pueblo chileno se olvidara de las torturas eléctricas, de los golpes, las vejaciones sicológicas, la mala alimentación, el hacinamiento y la muerte de cientos de personas.

    Se calcula que aquella mañana se reunieron, en el Estadio Nacional de Chile, unas 35 mil personas para recibir su dosis de pan y circo, vía Chespirito.

    Un año después, en 1978Gómez Bolaños aceptó la invitación del dictador Jorge Rafael Videla, quien, en ese momento, era miembro de la Junta Militar y presidente de facto de Argentina.

    El sombrío Videla, poco después se supo, había sido autor de 469 crímenes de lesa humanidad66 homicidios306 secuestros97 torturas y 26 robos.

    Pero esos antecedentes tampoco impidieron que Chespirito y sus comitiva de actores aceptaran actuar en el estadio Luna Park de Buenos Aires, el 9, 10 y 11 de noviembre de ese año, en el Luna Park.

    Gómez Bolaños, que recorrió Latinoamérica intensamente durante esa década oscura, no pareció alterarle que, al igual que Pinochet, la Junta Militar encabezada por Videla, acumulara una espesa nube de sombras a su alrededor.

    La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en su informe “Nunca Más”, de 1984, estimó cerca de 9 mil desaparecidos, cifra que organismos de derechos humanos elevan a 30 mil.

    En ambos contextos, la presencia de una figura de la talla de Chespirito, con su poder de convocatoria y explotando su aura de “inocencia”, fue interpretada por algunos de sus críticos, como un aval implícito o una normalización de dichos gobiernos, o al menos, una manifiesta indiferencia ante las atrocidades cometidas.

    Y es que las risas arrancadas por Chespirito en aquellos escenarios fue percibida como una burla hacia las familias de las víctimas de la dictadura.

    Hubo quien aseguró que fue una cooptación del entretenimiento para distraer de la represión.

    Es importante destacar que el uso de muletillas y la repetición de gags o situaciones cómicas eran una constante en el trabajo de Chespirito. Y este “humor blanco” y simplón fue precisamente el que la ayudó a trascender barreras geográficas y culturales.

    Los regímenes dictatoriales suelen buscar la adhesión popular o al menos la pasividad de la población, y la presencia de figuras mediáticas carismáticas ayuda a proyectar una imagen de normalidadorden y bienestar. Esto desvía la atención de las violaciones a los derechos humanos y el terrorismo de Estado.

    La presencia de Chespirito en estos países, incluso si su objetivo era “llevar alegría”, operó dentro de una lógica de legitimación cultural.

    La dimensión sociológica de estos eventos radica en cómo la cultura popular puede ser cooptada para fines políticos, consciente o inconscientemente, por parte del artista.

    En el marco del concepto de “pan y circo”, descrito por Juvenal, estas presentaciones servían como un mecanismo de distracción masiva, ofreciendo un paliativo emocional que podía atenuar el malestar social y la crítica al régimen.

    En ese sentido, el Chavo fue la coartada perfecta para el olvido y la negación.

    En algún punto de su carrera, Roberto Gómez Bolaños decidió vender su talento al mejor postor, alzándose de hombros ante el costo humano.

    Ahora bien, la trayectoria política de Roberto Gómez Bolaños no se limitó a su presencia internacional.

    El apoyo explícito de Chespirito al panista Felipe Calderón en las elecciones presidenciales de México de 2006 es otro punto oscuro en la trayectoria del comediante.

    Es importante destacar que mirar a Chespirito desde esta perspectiva no busca “cancelar”su legado, sino comprender cómo las ideologías se entrelazan con el arte y cómo los símbolos culturales pueden ser utilizados para diversos fines, a veces, muy alejados de la inocencia que inicial o hipócritamente proyectan.

    Lamentablemente, para Roberto Gómez Bolaños, el antifaz del Chapulín no pudo ocultar sus posturas reaccionarias.

  • El Chavo, el Chapulín y el eclipse

    El Chavo, el Chapulín y el eclipse

    Fue sin querer queriendo…

    Hace medio siglo, exactamente el lunes 26 de febrero de 1973, en el Canal 8 de televisión abierta, se estrenó el programa cómico El Chavo del 8. Dos días más tarde, el miércoles 28, Roberto Gómez Bolaños y su equipo de actores iniciaron otro programa por la misma estación, El Chapulín Colorado. Ambos, El Chavo… y El Chapulín…, se desprendían de su antecesor, el programa Chespirito, que llevaba en el aire desde octubre de 1970. 

    ¡No contaban con mi astucia!

    Hace también cincuenta años, un día después de que comenzó a transmitirse el programa del antisúperhéroe mexicano, el 1º de marzo de 1973, la banda británica de rock Pink Floyd —Roger Waters, Nick Mason, David Gilmour y Richard Wright—lanzó al mercado su octavo álbum, The Dark Side of the Moon. En promedio, desde entonces cada año se ha vendido un millón de copias del disco. Con The Wall, es el álbum más exitoso del grupo. No resulta exagerado afirmar que The Dark Side of the Moon es un clásico de la cultura occidental contemporánea.

    Chusma, chusma…

    Hace cuarenta años me tocó participar en el portazo mediante el cual una chusma de escuincles salvajes y felices entramos en estampida al auditorio del Centro Universitario Cultural —el CUC, no confundir con el Centro Cultural Universitario, el CCU—, en Odontología 35, en las inmediaciones de CU. Ahí, en vez de llamar a la policía, los hermanos dominicos nos hicieron el favor de proyectar una película dirigida por Alan Parker, The Wall. El filme —entonces apenas comenzaba a exhibirse en México— se basa en el álbum homónimo de Pink Floyd. Ese mismo año, 1983, en marzo, la compañía discográfica Harvest Records puso a la venta en el Reino Unido el duodécimo álbum de estudio de Pink Floyd, The Final Cut, último disco en el cual participa Waters en el grupo. Por aquellos días, mi principal actividad consistía en terminar la preparatoria.

    Eso, eso, eso…

    Al año siguiente, 1984, después de salir bien librado del examen de ingreso que con otros miles presenté en el estadio Azteca, me hallaba cursando el primer semestre de la licenciatura en Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (FCPyS). Junto con los estudiantes de las otras carreras que se ofrecen ahí —Ciencias Políticas, Comunicación, Relaciones Internacionales y Administración Pública—, una de las materias del tronco común que cursábamos era Teoría Social. El preceptor más importante que tuve en la FCPyS fue Gabriel Careaga Medina (1941-2004). Para ello, intervino la fortuna. Entonces —no sé ahora— los alumnos teníamos que escoger a nuestros profesores, salvo en el primer semestre, cuando al azar quedaba uno inscrito en determinado grupo. Así me tocó a Careaga en Teoría Social I. En su primera clase, después de presentarse muy formalmente, nos pidió que levantáramos la mano quienes estuviéramos inscritos en Sociología…

    — Los demás no me interesan; están perdiendo el tiempo.

    En esa misma sesión, luego de dictarnos la lista de unas cuarenta lecturas que, como mínimo, tendríamos que hacer si no queríamos reprobar, nos dijo que él no regalaba calificaciones, que pediría tres ensayos a lo largo del semestre y que, independientemente de lo que en ellos asentáramos, no iba a acreditar a nadie que escribiera con faltas ortográficas, porque, si no lo habíamos notado, estábamos en la UNAM…

    — Quedan dos días para pedir cambio de grupo. El trámite se realiza en Servicios Escolares…

    De inmediato, la pelotera se abalanzó hacia la puerta en búsqueda de derroteros académicos menos peliagudos. Recuerdo que de cerca de un centenar de recién ingresados quedamos en el salón menos de quince.

    Lo sospeché desde un principio…

    El primer ensayo que nos pidió Careaga tenía que versar en torno al concepto de ideología. Para ello, recuerdo que al menos tuvimos que leer, estudiar y discutir en clase varios textos. No recuerdo todos, pero de seguro entre ellos estaban El manifiesto comunista de Marx y Engels, La dialéctica de lo concreto de Kosik, algo de Althusser, Los marxistas de Wright C. Mills… Mi trabajo resultó bien calificado por Careaga, sobre todo, según comentó en clase, porque en él afirmaba que la ideología se podía entender escuchando la última pista, la décima, del álbum The Dark Side of the Moon de Pink Floyd. La canción se titula Eclipse. La letra es de Roger Waters. Afirma que todo, pero todo lo que se dice todo —All that you touch and all that you see / All that you taste, all you feel / And all that you love and all that you hate…—, si bien está bajo el Sol, está eclipsado por la Luna: And all that is now and all that is gone / And all that’s to come and everything under the sun is in tune (Everything) / But the sun is eclipsed by the moon… Así la mentada ideología: eclipsa todo lo que percibimos. 

    Tenía que ser el Chavo del 8

    Varias generaciones crecimos viendo los programas de Chespirito. Hoy es difícil encontrar un mexicano que no sepa qué significa la frase “se me chispoteó”, aunque el verbo no aparezca en el diccionario. Igual, la enorme mayoría seguimos eclipsados por las maneras con las que el Chavo del 8 nos enseñó a entender el mundo. La ideología clasista, por ejemplo.