Sobre la reforma electoral

Opinión de Carlos M. López Hernández

Uno pensaría que en estos tiempos donde la tecnología reluce por doquier; donde se tiene acceso a la información por diversos medios, la desinformación sería un problema menor. Sin embargo, tal parece que no es así.

Este pasado domingo se presentaron diversas manifestaciones en “defensa del INE”, pero que varios de los manifestantes desconocen el contenido de la propuesta de reforma electoral.

Tanta ha sido la desinformación que varios incluso están de acuerdo con la reforma, sin saberlo. Se ha preguntado, por ejemplo, si están de acuerdo con que los consejeros y magistrados electorales sean elegidos por los ciudadanos y han respondido que sí, lo cual, dicho sea de paso, es cosa que se propone en la reforma.

Pero bien, fue en el pasado mes de abril que se presentó este proyecto de reforma ante la Cámara de Diputados, pero ha sido en este mes en que se abrió el debate.

Este punto es clave, ya que es con esto que se comprende que el escándalo ocasionado es un asunto fomentado por los partidos políticos, cuyos intereses se ven altamente afectados, mas no por los ciudadanos.

De no ser así ¿qué ha impedido que el debate sobre la reforma electoral, en la agenda nacional, no se haya realizado desde abril? Pues bien, una vez ya politizado el tema, toca echar mano de lo que se dice. Entre lo más sonado se asegura que el INE desaparecerá, cuando solo se le agrega un sufijo, para quedar como: Instituto Nacional Electoral y de Consultas (INEC).

Tal cambio obedece a que ya no solo se encargaría de organizar elecciones, sino también tendría a su cargo mecanismos de participación ciudadana, como la consulta popular o la revocación de mandato.

Además, se podría decir que lejos de eliminar al INE, en realidad lo fortalece, pues tendría mayor oportunidad para fomentar la participación ciudadana. También, lo haría “más ciudadano”, pues sus consejeros, que pasan de 11 a 7, serían elegidos por voto popular; y ya no por los partidos.

Otros cambios que presenta la reforma electoral es la propuesta de disminuir representantes en ambas cámaras: de 500 diputados a 300 y de 128 senadores a 96.

Por una parte, este cambio parece afectar a aquellos partidos pequeños, pues no podrían competir para ganarse en un lugar en el Congreso de la Unión.

Sin embargo, la crisis de representatividad y cómo los partidos juegan con ella no es algo de hoy. En Nuevo León, por ejemplo, tanto diputados como alcaldes en funciones, decidieron migrar al partido oficial. A nivel nacional, el caso más ilustrado es el cambio de bando de Lili Tellez, quien pasó de Morena al PAN.

Ambos casos son un ejemplo de cómo algunos políticos no les interesa mucho sus votantes (a quiénes representan) como para ahora hacer apología a la democracia representativa.

Basta con señalar que estas decisiones no dejaron muy contentos a los electores que votaron por ellos ni a los partidos políticos que los promovieron.

Pero, por otra parte, los tiempos del estado constitucional permiten que los partidos políticos no tengan una única ideología, sino varias que encuentren puntos de acuerdo, y con ello se tiene la oportunidad a una mejor representatividad.

No se necesitan más partidos para que todos se sientan representados. Sin embargo, en eso han fallado los partidos políticos en México. Nuestra sociedad es pluricultural por lo que debería promover la tolerancia, mas no la exclusión.

Por último, hay otros puntos que trata la reforma, como: (1) el voto electrónico; (2) disminución del umbral de la consulta popular del 40% al 33%; (3) reducción de tiempos de propaganda política en radio y televisión; y (4) el financiamiento público a los partidos solo sería sus campañas electorales.

Quizá sea este último punto el que haya detonado la mayor preocupación. A final de cuentas, hay demasiado dinero en juego, como para no movilizarse y hacer un escándalo a gran escala.

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