En la entrevista más vista de Milenio de cara a la elección del 24, y sin dudas, la más interesante que ha hecho este medio a cualquier precandidato a la presidencia, Gerardo Fernández Noroña defendió todos los logros del gobierno de la cuarta transformación a capa y espada, como suele ser en sus entrevistas, y también hizo lo propio con el liderazgo del presidente Andrés Manuel López Obrador. Por cierto, es el mejor en ello y nadie debate como Noroña. Sin embargo, atinó a decir que la única crítica válida y no señalada por los panelistas, es que AMLO no pacificará al país como se lo había propuesto al final de su sexenio, y tiene razón.
Es innegable que la estrategia del presidente López Obrador es la correcta y que hay números que demuestran que se va en la dirección correcta, pero el ritmo no es el deseable, aunque también es cierto que esto no es responsabilidad, del todo, de este gobierno ni de nadie que ocupe la silla presidencial con independencia de colores e ideologías, ¿por qué? Pues porque el problema de la violencia no se resolverá en tanto exista un mercado abierto y legal de armas en Estados Unidos y el gobierno de ese país no haga nada al respecto, un mercado que permite a cualquiera portar un arma sin mayor limitación que una identificación, y peor, que a la delincuencia organizada le sea tan fácil adquirir dicho armamento por falta de controles y regulación.
La violencia en México es, desafortunadamente, de tipo estructural y su origen es multifactorial porque se explica a partir de diferentes fenómenos. Por un lado, el tejido social destruido en tiempos de neoliberalismo, o, en otras palabras, en tiempos de individualismo, egoísmo, aspiracionismo ingenuo, minimización de la comunidad, indiferencia por el prójimo y pérdida de los valores comunes. En una especie de “sálvese quien pueda”, y “mientras mi familia y yo estemos bien que se jodan los demás”, la gente dejó de preocuparse por el prójimo, dejó de pensar que pagar impuestos era útil para seguridad, salud y educación; porque lo que ganaban era solamente producto de su esfuerzo y no merecía la pena ayudar a los demás. Aunado a esta indiferencia por el otro, el crecimiento monstruoso de la desigualdad también hizo eco en forma de violencia en la sociedad mexicana.
Con sueldos de miseria en empresas maquiladoras de bienes de bajo valor añadido, evasión fiscal, cooptación del gobierno y un poder mediático al servicio de la plutocracia oligárquica, pero sobre todo, con un gran descuido hacia la juventud y las clases bajas y medias, se generó gran resentimiento que derivó en una espiral de violencia, porque como dijo Rafael Correa, ex presidente de Ecuador y líder de la Revolución Ciudadana: la falta de oportunidades, los bajos sueldos y la pérdida de la sensibilidad es igual a disparar balas cotidianas.
Para estas causas, la solución es intentar reparar el tejido social (aunque lleve mucho tiempo, es la única solución duradera y digna) pero esto no es suficiente. No se trata de tirar más bombas o tener mejores armas, se trata de evitar que la delincuencia pueda comprar armas de alto calibre por E-bay o Amazone, tal como hacen los estadounidenses, sin importarles el daño que se causan a sí mismos -como los tiroteos masivos en escuelas, centros comerciales, etc.- y el daño colateral que causan a México. Se trata de que dejen de suponer que los malos están al sur del Río Bravo, y al norte solo hay inocentes víctimas.
Mientras Estados Unidos no se haga cargo de ello, asuma su responsabilidad y tome acciones para la regulación de armas, no disminuirá la violencia en México como es deseable, lo que aumentará el flujo migratorio irregular en perjuicio de sus propios intereses.
Y lo más importante: el siguiente ocupante de la silla presidencial en México debe, sí o sí,poner el tema sobre la mesa con Estados Unidos e intentar negociar hasta donde sea posible, de otra forma, estamos condenados a ser un país violento y a expensas del poder adquisitivo (que es muy alto, por cierto) de la delincuencia para hacerse de armas de cualquier calibre y sin la menor traba burocrática o regulación.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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