Cuatro encuestas publicadas recientemente señalan que la aprobación popular al trabajo de la presidenta Claudia Sheinbaum al frente del Poder Ejecutivo ronda índices de 80%. Dicho de otra forma, ocho de cada diez mexicanos creemos que la presidente conduce al país correctamente y sólo dos de esos diez rechazan las evidencias de esta labor.
Pensado sólo como ejercicio, si ese índice se tradujera mecánicamente en votos, Morena –porque Claudia representa a Morena y sólo por circunstancias de la política fue candidata del PT y del PVEM- obtendría 240 de las 300 diputaciones que habrá una vez aprobada la futura y necesaria reforma electoral, y 51 de los 64 escaños en la Cámara de Senadores. El ejercicio, por supuesto, tiene sus aristas porque para empezar no todos los candidatos morenistas serían Claudia Sheinbaum, pero de ese tamaño sería el descalabro para la oposición.
Los números de las encuestas pueden leerse de dos maneras. Una, que hombres y mujeres de todos los estratos sociales y de todas las edades, con grados de educación diferentes, con distintas ocupaciones, ven de manera positiva las tareas emprendidas por la presidenta, lo cual echa por tierra el fatigado argumento opositor de que la entrega de programas sociales es sólo para asegurar una base de apoyo a Sheinbaum.
La segunda lectura indicaría que a pesar de los gritos y estridencias de los que se alimenta la oposición, poca o ninguna mella consiguen en el ánimo de la gente. A pesar de que los medios de comunicación masiva a su disposición le sirven para magnificar sus aberrantes despropósitos, como el de sugerir la intervención de Estados Unidos en asuntos de la competencia exclusiva de México, o declaraciones por lo menos imprudentes y clasistas, como llamar “golfos del bienestar” a los jóvenes que reciben una beca para continuar sus estudios, la oposición ha sido incapaz de articular un programa que atraiga las simpatías de la gente.
Así, se van quedando cada vez más solos los periodistas que hacen del periodismo la inmundicia que todos conocemos, los académicos que se vuelven púgiles para golpear no con argumentos sino con rencores, los políticos de la derecha que saben que esta es su última oportunidad para alzarse con los fondos públicos. El retrato más cruel pero certero de esa soledad y de ese desamparo en el que van quedando es la del Poder Judicial de la Federación y las sillas vacías que colmaron una de sus recientes reuniones.
En su soledad, los opositores hablan con las piedras del campo para contarles que el país hundido en la catástrofe económica, aunque el INEGI señal, en su comunicado de septiembre de 2024, que la Población Económicamente Activa (PEA) sumaba entonces 61 millones de personas, de las cuales se hallaban ocupadas 59.3 millones, o el 97.3% de dicho total, y estaban desocupadas 1.6 millones, o el 2.7%.
Fantasmales casi, hablándole al auditorio de sillas vacías ilustrado por los supremos jueces de la nación, periodistas y opinadores y académicos y políticos quieren convencer al pueblo de que el país se halla en la ruina económica, cuando el promedio de cotización diario al IMSS es de $581.57 pesos, o $17,447.10 pesos mensuales. Con esas cifras, al menos en nuestro país, es difícil convencer del desastre a las mayorías.
Pero ni así abandonan las élites su empeño de propalar mentiras. No saben, no pueden, no quieren intentar otro camino, el de la organización popular, por ejemplo. Pero, ¿cuándo, desde su fundación, el PAN se propuso organizar a las masas para la toma del poder si sus bases eran los pequeños comerciantes, la pequeña clase media, pequeña en sus alcances ideológicos y espirituales? O el PRI, ¿cuándo intentó una organización que no fuera la manipulación forzosa de obreros y campesinos, sujetos a los corruptos sindicatos y ligas agrarias donde la única divisa era votar por el PRI?
En la orfandad, no les queda otra opción más que ponerse en las manos de los López Dóriga, los Ciro, los Alazraki, los Brozo, y el conjunto de chayoteros que hacen lo que pueden, pero se ve que no pueden mucho porque sus múltiples y constantes marrullerías no alcanzan a opacar la labor de la presidenta Sheinbaum.
En un arranque lírico, se diría junto con el poeta Bécquer: “¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!”. Los muertos políticos a los que sólo dos de cada diez mexicanos les aplauden y los vitorean. Qué solos, pues.
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