En la mañanera del miércoles volvió a repetir que se repite:
— Por eso yo parezco disco rayado, repito y repito y repito. Porque hay quienes se creen las mentiras y es momento que digo: les están mintiendo, les están jugando el dedo en la boca, es lamentable que no estén informados, que les manipulen…
Lo hace con frecuencia: el presidente López Obrador suele repetir que se repite, que tiene que ser reiterativo. También es usual que explique a qué se debe que lo haga y en quiénes está pensando al hacerlo:
— Y sobre todo hay que pensar en los jóvenes. La labor de un dirigente es concientizar, es como la de un predicador cívico, democrático, esa es la labor de un dirigente. Un escritor, un intelectual, no se debe repetir o no debe usar caminos trillados o lugares comunes, pero un dirigente sí, hay que estar constantemente hablando.
Consecuente, AMLO insiste sistemáticamente, repite y repite, machaca, y sin embargo, al mismo tiempo, abona nuevos temas y sigue marcando la agenda nacional. Resulta evidente para tiros y troyanos que él es quien se encarga de surtir la mayor parte del combustible que mantiene viva en México la discusión en torno a la cosa pública. ¿Discusión? Eso digo, discusión, a sabiendas de que la palabra suele entenderse mal, como sinónimo de pleito.
Discusión, de acuerdo con el diccionario de la RAE, tiene dos significados: primero, “análisis o comparación de los resultados de una investigación, a la luz de otros existentes o posibles”, y segundo, “acción y efecto de discutir”. Ahora bien, discutir, en principio no quiere decir pelear, reñir, sino “examinar atenta y particularmente una materia”. En segunda acepción, discutir significa “contender y alegar razones contra el parecer de alguien”.
Pero ¡ojo!, efectivamente discutir es sinónimo de contender, es decir, de disputar, de altercar, pero no picándose los ojos, gritoneando consignas y escupiendo mentiras, sino invocando razones, esto es, argumentos, demostraciones. A diferencia de lo que pueda creer un montón de gente que hoy en México se asume como oposición, uno no debe discutir para salirse con la suya a toda costa y como sea, sino trayendo a cuento razones. Si, como se supone, todo asunto enmarcado en el ámbito de la res pública debería ser atendido por todos y todas teniendo en mente como fin último el beneficio público, su discusión es por antonomasia positiva, benéfica. Nos conviene hablar de nuestros problemas comunes. La afirmación anterior, claro, no es más que una verdad de Perogrullo, una perogrullada que años y años de partidocracia, oligarquía y agandalle salvaje han hecho que olvidemos.
Recuérdalo: hasta hace poco tiempo México era un país en donde se solía tomar como sabio y prudente al sujeto que opinaba que lo más civilizado era no discutir ni de política ni de religión, incluso no faltaba quien agregara que ambos asuntos eran más bien cuestiones “muy personales”. Hago a un lado a la religión —y eso, nomás para no caer en digresiones—, y digo que no, que es justo al contrario: no hay nada más social y civilizado que discutir la cosa pública.
“La razón por la cual el hombre es un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario, es evidente: … el hombre es el único animal que tiene palabra” —zóon lógon échon—, sostiene Aristóteles en su Política, un libro que tiene más de dos mil trescientos años. Las bestias también pueden expresar placer y dolor, concede el filósofo, “pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, el solo, el sentido del bien y del mal, y de lo justo y lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la casa y la ciudad”.
Y únicamente tomando en cuenta esto es que puede entenderse a qué se refería exactamente el filósofo cuando definió al ser humano como un politikón zôion, expresión griega que suele traducirse como “animal social”. El sapiens es un ser vivo — zôion— que califica con el adjetivo politikón, es decir, perteneciente a la polis, a la ciudad, y la ciudad no es sólo un sitio geográfico, un conglomerado de edificaciones y habitantes, sino un conjunto social, una comunidad política: una comunidad de hombres y mujeres que se ponen de acuerdo para que les vaya bien. “La comunidad perfecta es la ciudad… que subsiste para el vivir bien”.
Aristóteles sostuvo que sin polis no hay propiamente sociedad humana. Pensaba que antes de la polis la humanidad no había alcanzado la plenitud de su propia esencia, que es la vida civilizada. Así que hablar de política civiliza, humaniza. Quien se esfuerza por politizar a la ciudadanía no polariza, al contrario: humaniza. Y sí, bien vale la pena repetirlo como disco rayado: la cosa pública no es un asunto personal, es un asunto público, de civilidad, y si alguien politiza, humaniza y hace bien.
- @gcastroibarra
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