En la tradición contracultural mexicana Rockdrigo González es un sacerdote, que sigue pontificando creatividad, desparpajo e irreverencia a través de sus letras y música. Cada 19 de septiembre el recuerdo trágico de los sismos, nos trae como una ola de mar que regresa cada año al mismo y exacto lugar, el recuerdo también trágico del cantautor que fue sepultado y paradojicamente catapultado por los escombros del destino.
En una idea más amplia el propio Rockdrigo bautizó a la aldea de personajes, urbanohistorias y canciones con alma de poesía, como “la historia de la no historia”, erigida desde la periferia de los gustos establecidos por la parafernalia consumista que domesticó al rock con afanes industriales y mercantiles, y no sólo desde afuera de esos círculos, sino desde abajo, al ras de los caminos del subterráneo del México profundo y verdadero.
Por eso Rockdrigo no es un músico, sino también un cronista y un ideólogo historicista, cuya obra contenida apenas en unas cuantas cintas magneticas que persisten más allá de las banalidades del tiempo, y que con el paso de los años y las modas no solo no se olvida sino que regresa con nuevos y mayores epicentros, pues cada rola del profeta del nopal parecería una brecha por la cual nos pide -desde la memoria- seguir trazando nuevos caminos musicales.
La historia de la no historia, “de los pueblos sin sentido” versa Rockdrigo, es precisamente esa historia olvidada, cotidiana, muy incomoda para el poder, alumbrada por personajes como la ama de casa un poco triste, el perro en el periférico o el asalariado. Por ello quizá dentro de sus presentaciones en su corta y vigorosa existencia, el músico se le recuerda por tocar en cárceles habitadas por el placer del asalto chido.
No está nada mal que sea costumbre o lugar común hablar de Rockdrigo en el contexto del doloroso 19 de septiembre, pues lejos de morir en el plano físico, el compositor tamaulipeco parece haber sido parido por esa vieja ciudad de hierro que lo cautivó y que lo hizo suyo para situarlo en la estela de la inmortalidad, y no es casualidad que la víctima más presente, y, un símbolo de las miles de víctimas del desastre natural combinado con la negligencia gubernamental, sea un chavo bien chilango, que llego de “fueras” y que con una guitarra de palo fue componiendo una ciudadela de historias e himnos mientras caían al bolsillo algunas monedas de transeúntes y asiduos a bares semi clandestinos de la añorada década de los ochenta.
Rockdrigo no se propuso convertirse en una leyenda, un mito urbano (era más bien moto decían), en un santo laico de músicos callejeros de metros, troles o los temibles microbuses, sino fue la mismísima Coatlicue quien lo elevó al altar de las conexiones con el universo creador, nuestro Jim Morrison no murió de congestiones alcohólicas con champán o wihsky, sino de un pasón de cemento. Rockdrigo no se propuso ser una estatua de bronce en el Metro Balderas, pero quizá con una sonrisa sardonica mire desde el infierno que incendia, las miles de personas que no lo voltean a ver cuando transitan como autómatas del trabajo al hogar, y del hogar al trabajo, pues, no tienen tiempo de cambiar su vida.
Que le dice Rockdrigo a los más chavos, llanamente que hay otros caminos culturales ajenos a los establecidos por el status quo, y que vienen a contradecir los intereses mercantiles que han masificado y estandarizado la música para rebajar la alegría de crear y el sueño de inspirar a la estulticia de las letras del Reguetón, y no lo expresa desde la moralidad barata, sino desde la misma vida en la calle.
Que maravilloso que Rockdrigo no suene en la radio comercial ni en la televisión convencional, que subsista primero desde el casete que roló de mano en mano, como la humedad filtrándose desde los puestos del Chopo callejero y ahora hasta en el Spotify.
Hoy Rockdrigo es el abuelo, el tío, el padre, el manto glorioso y protector de quienes ejercen su libertad de pensamiento, desde la música huapango- blues- rock, es el cimiento de quienes no sacrifican sus principios e ideales en aras del egoísmo y el individualismo trepador.
“Esta es una historia/ Como un piso remonsado/ Como un viento inconsciente…”
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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