Resiliencia urbana en la CDMX: resistir no basta

Introducción

La Ciudad de México es, sin duda, un territorio de contrastes. Una metrópoli vibrante, creativa y profundamente resiliente, pero también fragmentada, desigual y cada vez más vulnerable ante los efectos del cambio climático, la presión urbana y las crisis sociales. En este escenario, la resiliencia urbana ha emergido como una necesidad urgente, no solo para sobrevivir a los desastres naturales o a las fallas del sistema, sino para imaginar y construir un futuro más justo y sostenible.

Sin embargo, la pregunta clave sigue siendo: ¿hasta qué punto es realmente resiliente la capital del país? Y más aún: ¿esa resiliencia es equitativa o reproduce las desigualdades que históricamente han marcado su territorio?

La resiliencia en un contexto de múltiples vulnerabilidades

Hablar de resiliencia en la Ciudad de México es hablar de una ciudad asentada sobre una zona sísmica, con severos problemas hídricos, hundimientos diferenciales, contaminación ambiental y crecimiento urbano descontrolado. Es también hablar de una ciudad marcada por la desigualdad territorial, donde el acceso a servicios, espacios públicos, movilidad y vivienda de calidad varía drásticamente de una colonia a otra.

Estas vulnerabilidades no son nuevas, pero se han intensificado con el tiempo y con el modelo de desarrollo que prioriza el beneficio inmobiliario sobre el bienestar colectivo. A pesar de ello, la ciudad ha demostrado una capacidad notable de resistencia y adaptación, particularmente desde la sociedad civil. Las respuestas comunitarias ante los sismos, la pandemia y las crisis de servicios son ejemplos tangibles de una resiliencia construida desde abajo, muchas veces sin apoyo institucional.

Políticas públicas y avances institucionales

En los últimos años, la Ciudad de México ha comenzado a integrar el enfoque de resiliencia en sus políticas públicas. Desde la creación de la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil hasta la incorporación a la Red de Ciudades Resilientes impulsada por la Fundación Rockefeller, se han trazado rutas institucionales para enfrentar riesgos y fortalecer la adaptación urbana.

El Plan de Resiliencia de la CDMX (2016) propuso líneas de acción para enfrentar amenazas sísmicas, crisis de agua, movilidad ineficiente y fragmentación social. También se han implementado estrategias ambientales como los corredores verdes, el fomento a la cosecha de agua de lluvia y la transición hacia energías más limpias.

No obstante, estos esfuerzos enfrentan importantes limitaciones, especialmente cuando se topan con intereses económicos, con estructuras de gobierno fragmentadas o con la falta de voluntad política para democratizar la planeación urbana.

Desigualdades territoriales: el gran obstáculo

Uno de los factores que más debilita la capacidad adaptativa de la CDMX es la desigualdad territorial. Mientras algunas zonas concentran inversión, infraestructura y servicios de alta calidad, otras sobreviven en condiciones precarias, con falta de agua, transporte público deficiente y vivienda insegura.

Esta fragmentación territorial se traduce en una resiliencia desigual: no todas las personas tienen las mismas posibilidades de enfrentar una crisis, recuperarse de ella o participar en los procesos de reconstrucción. Los impactos del sismo de 2017 lo dejaron claro: los mayores daños y pérdidas humanas se concentraron en zonas populares con construcciones vulnerables y escasa supervisión técnica.

En este contexto, no se puede hablar de resiliencia sin hablar de justicia espacial. La resiliencia debe dejar de ser entendida como una capacidad técnica o una meta aislada, y ser reconocida como un proceso profundamente político, atravesado por disputas sobre quién tiene derecho a la ciudad y en qué condiciones.

Sociedad civil y capacidad de transformación

Pese a los retos estructurales, la sociedad capitalina ha demostrado, una y otra vez, una enorme capacidad para organizarse, resistir y generar soluciones comunitarias. Las redes vecinales, los colectivos ambientales, las iniciativas de agricultura urbana y recuperación del espacio público son expresiones concretas de una resiliencia social que se construye desde el vínculo, la solidaridad y la creatividad cotidiana.

Estos procesos, sin embargo, requieren ser reconocidos, apoyados y potenciados por las instituciones. No basta con que la gente resista; es necesario que tenga condiciones estructurales para vivir con dignidad y para participar activamente en la toma de decisiones que afectan su entorno.

Conclusión

La resiliencia urbana en la Ciudad de México no puede reducirse a protocolos de emergencia o a obras de infraestructura. Requiere repensar el modelo de ciudad, combatir las desigualdades históricas y garantizar una participación real de la ciudadanía en la construcción de soluciones.

Enfrentar el cambio climático, los desastres naturales y las crisis sociales exige más que aguante: exige transformación. Porque resistir es vital, pero transformar es esencial.

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