Que se avergüencen los pobres

Recientemente, la siempre lucida y nada estridente senadora y precandidata a la precandidatura para ser candidata a la presidencia por el nada homogéneo bloque opositor, al que sólo lo aglutina el interés por regresar al poder y sacar provecho personal de ello, Lilly Tellez, sostuvo que “a nadie debería avergonzarle representar una derecha moderna”.

Las palabras de la senadora, llenas de una honestidad raramente vista en la derecha, son muestra del orgullo propio de quienes considera que, por derecho, se encuentran por encima del resto de la población; orgullo de quienes conocen la realidad como la palma de su mano, porque su realidad se limita a la extensión de la palma de su mano; un orgullo que no debe esconderse como no se esconde la ignorancia de pensar que el mundo que ha construido la derecha es un mundo justo y lleno de oportunidades; un orgullo que debe gritarse a los cuatro vientos porque está a favor de “defender la vida, el esfuerzo individual, la familia, la propiedad privada, el orden y el Estado limitado […] un modelo de educación libre de adoctrinamiento partidista y de ideologías de género [que] agrede a la mujer y cancela a la familia como el espacio natural de la persona, porque desconoce el derecho legítimo a compartir valores, tradiciones y fe entre padres, hijos y hermanos”. Representar una derecha moderna, como dice la senadora llena de una sabia ignorancia, no debe ser motivo de vergüenza. Vergüenza deberían sentir los pobres por seguir siendo pobres, y la gente de izquierda por preocuparse por asuntos tan banales como la justicia social.

Urgen más voces como la de Lilly Tellez, voces que desde la incongruencia y el desconocimiento absoluto estén dispuestas a sostener que están dispuestas a “defender nuestras razones [las de ellos, que son las únicas que importan] frente a las ideologías que condenan al deterioro moral”. Urge una defensa de la moral desde el entendimiento de que el orden social ─tal como lo conocemos, con opresores y oprimidos─ y las jerarquías que velan por la sana preservación de ese orden social, no solo son inevitables en su forma actual, sino que a demás resultan deseables y se encuentran arraigados en la naturaleza humana ¿De que otra forma pudieron sobrevivir los primeros homínidos si no fue sometiéndose los unos a los otros? ¿Colaborando entre ellos? ¿Repartiendo los recursos que tenían? ¡Por favor! El que no aplasta al otro no tiene futuro, y quien se avergüenza de aplastar al otro se condena a si mismo, condena a sus hijos y condena a los hijos de sus hijos a vivir una vida miserable ¿Por qué habríamos de avergonzarnos de que existan diferencias de personalidad entre los individuos y de que esas diferencias condenen a unos a morir de hambre mientras que otros viven con excesivos excesos que jamás podrán terminar de disfrutar?

Es necesario que tengamos lideres con la diminuta estatura de Lilly Tellez y su precaria precariedad moral que pongan al individuo por delante de todo, la confesionalidad por encima de la razón, la propiedad privada ante cualquier cosa que atente con afectar la plusvalía y amenace con revivir soterradas pasiones colectivas; lideres que se opongan al reformismo social que amenaza la tradición de tener una clase privilegiada e inútil que este consagrada a si misma y parasitariamente explote a quienes deben trabajar para mantenerla. No hay nada de que avergonzarse en defender a ultranza la libre competencia entre aquellos bien alimentados y quienes a duras penas comen una vez al día, la libre competencia entre los grandes consorcios y la pequeña empresa, la libre competencia entre quienes pueden elegir y quienes están condenados a resignarse ¿De que podrían avergonzarse? ¿De sacar provecho de su situación? Una cosa es tener una posición privilegiada, y otra ser un oligofrénico que no se aprovecha de ello.

Entrados en gastos

Avergonzarse del sutil discurso antidemocrático de la derecha, que recurre al desprecio como método de adoctrinamiento para evitar que el otro piense que puede pensar que “en una de esas” es igual que la gente de clase privilegiada, es tirar por la borda toda una tradición que encontró su lugar en el mundo moderno el día que los diputados franceses que estaban a favor de preservar el poder absoluto del monarca se colocaron a la derecha del presidente de la asamblea. No es posible avergonzarse de defender el estado actual de las cosas, el orden establecido, la lógica de que unos deben estar arriba y otros abajo. No. En todo caso, si cabe alguna vergüenza entre los representantes de la derecha, es la vergüenza de haber perdido el poder y el control férreo que tenían del gobierno a manos de una turba enardecida que agresivamente salió a votar y manifestar sus preferencias. Eso si resulta vergonzoso: perderlo todo a manos de quienes no tienen nada.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

Salir de la versión móvil