Que lo público no sea público

A todas luces, Andrés Manuel López Obrador, busca adueñarse no solo del discurso público, sino del hablar de los mexicanos. Muestra de ello, es esa terriblemente autoritaria manera de querer hablar para todos, de quererse dirigir a todos los mexicanos, de no utilizar intermediarios, de hablar de forma franca, sin eufemismos, que no busca más que eliminar la libertad de expresión, como valientemente ―con esa valentía que sólo puede ser valiente porque no corre ningún riesgo― señala Don Lorenzo Córdova, otrora marqués del INE, en una columna que nadie ha censurado, en un periódico de circulación nacional. Es tal el afán dictatorial de López Obrador que ha impuesto su hablar a sus opositores, se ha adueñado del decir público y, ¡horror de los horrores!, se empeña a dirigirse a la ciudadanía entera, hablándole de tú a tú. Garantizando que lo público se discuta públicamente.

La nuevalengua cuatrotera, como la llama Córdova Vianello, apoyándose en Orwell ―cuya distopía del gran hermano se quedó muy corta en comparación con la distopia de “Un mundo feliz” que se acerca más a la apuesta neoliberal que el mismo Córdova defiende― resulta “vulgar, reducida y simplificada”. Recurre a términos tan autoritarios como cuarta transformación para bautizar a su movimiento e insertarlo en una narrativa histórica que la emparenta con la Independencia, la Reforma y la Revolución ¡Así o más vulgar, todas esas transformaciones fueron tan populares como populacheras!

Andrés Manuel llama mañanera a la reunión informativa que tiene con los medios cada mañana, pueblo al pueblo, movimiento al movimiento político que encabeza, conservadores a quienes defienden el conservar el estado de las cosas, fifís a los fifís, neoliberales a quienes están a favor del neoliberalismo, clasistas a quienes desprecian a otros por no pertenecer a la misma clase social, racistas a quienes discriminan a otros por motivos raciales, privilegiados a quienes tienen privilegios, neoporfiristas a quienes defienden un régimen de corrupción, privilegios e injusticias, corruptos a los corruptos, y aspiracionistas a quienes pretender ser algo que no son ¡Así o más simplista! ¡Que feo que llame a las cosas por su nombre!

El reduccionismo a través del cual López Obrador “ha venido instrumentando ―de manera muy exitosa― una permanente y progresiva vulgarización, reducción y simplificación del lenguaje político”, es tan reducido que pudiendo nombrar las cosas de forma rebuscada y apoyándose en eufemismos que garanticen que diciendo no se diga nada, prefiere llamarlas por su nombre y poner el dedo en la llaga. El reducido reduccionismo, del que Lorenzo Córdova con sabia sabiduría acusa a Andrés Manuel de hacer uso extendido para reducir la realidad y apoderarse de ella, es tan reducido que termina reduciendo a nada el discurso opositor que intenta señalar la brutalidad autoritaria donde no hay brutalidad autoritaria, denunciar el acoso a la libertad de expresión donde no hay acos ¡He ahí la maligna malignidad del maligno Andrés Manuel! Ha instrumentado un lenguaje político tan reducido que resulta inidentificable, no rastreable, que no deja huella de su autoritarismo y monstruosa persecución, lo ha reducido al absurdo, a un absurdo tal que para el ojo no entrenado en las sospechosas artes del sospechosismo creelista ―en el cual Córdova Vianello ha sido entrenado― pudiera parecer que no existe ni autoritarismo, ni acoso a la libertad de expresión.

Otra historia, otra cosa, otro nivel, es el de Lorenzo Córdova que, como estoico representante de la estoica oposición que si bien no puede controlarse a si misma, tampoco puede controlar la forma desmedida en la que hace berrinches, no sólo tiene la estatura moral ―como proto líder opositor― para criticar los nulos abusos del gobierno en turno, sino que ha mostrado, en los hechos, lo que implica instrumentar un lenguaje no vulgar, no reduccionista y no simplificado; un lenguaje respetuoso que no elimine el hablar del otro y no se apodere de forma autoritaria de lo que se puede y no se puede decir, ni de como se puede y no se puede decir. Muestra de ello es lo que entre los conocidos conocedores se conoce como el fenómeno Toro Sentado.

Ese ejercicio de crítica lingüística que Don Lorenzo desarrollo luego de hablar con el jefe de la nación chichimeca y que le permitió concluir: “Se ve que este güey yo no sé si sea cierto que hable así, cabrón, o vio mucho Llanero solitario, con eso de Toro, cabrón. No mames, sólo le faltó decir: ‘Yo gran jefe Toro Sentado, líder gran nación chichimeca’. No mames, cab, está de pánico, cabrón.” Lamentablemente, la hipocresía de la sociedad mexicana, orillo a Córdova a afirmar que tan elevado ejercicio fue poco afortunado, un comentario jocoso. Si Andrés Manuel y las huestes cuatroteras pudieran expresarse con el nivel y desde la altura imperial desde donde Lorenzo Córdova Vianello ―conde de la marea rosa― se expresa, el nivel del debate político sería otro, gracias a la democrática y libertaria exclusión de quienes deben ser excluidos del debate público.

Entrados en gastos

Si, como indica Córdova Vianello, prócer del ensanchamiento del espacio público a través de la reducción del espacio público, “las democracias hacen de las libertades de pensamiento, de expresión y de manifestación de las ideas, uno de sus pilares básicos”, urge fortalecer ese pilar y protegerlo a toda costa. Y nada garantiza una mejor protección de nuestra democracia, de nuestras libertades de pensamiento, expresión y manifestación de las ideas, que el limitar quienes pueden pensar, expresarse y manifestar sus ideas, el pueblo debe ser pueblo para que la clase privilegiada sea clase privilegiada. Nombrar las cosas por su nombre permite que cualquiera entienda lo que sólo deben entender unos cuantos, esos que deben tener el control privado de lo público.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

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