Resulta imposible no celebrar el nivel que ha alcanzado el debate político en nuestro país, muestra de la elevada retórica y capacidad argumentativa de la sociedad en su conjunto. Desde luego que no es algo nuevo, el altísimo nivel del debate político nacional alcanzó grandes cimas desde hace 20 años, cuando se buscó el desafuero de Andrés Manuel López Obrador para terminar con sus aspiraciones presidenciales por el terrible desacato del que desde presidencia, asesorados por el siempre noble, siempre decente, siempre intachablemente tachable, don Diego Fernández de Ceballos, se le acusaba.
Desde ese entonces, el debate público no ha dejado de crecer a pasos agigantados, pasando de la campaña que argumentaba sin un solo argumento que AMLO era un peligro para México, a la de #NarcoPresidente, sin olvidar todo lo que hemos tenido en medio, de uno y otro lado del espectro político: presirvienta, que Xóchitl no hablaba ingles, que cómo sabemos si los desaparecidos son desaparecidos, el “yo tampoco confío en usted” de Adán Augusto, las p***nas del bienestar, el “bellaco” de Lilly Téllez, el “fuchi caca” a la corrupción, las continuas referencias a “dar las nalgas” de Alazraki, etcétera, etcétera, etcétera. Pero nada, como la última cima conquistada por los legisladores de la vanguardista de toda vanguardia Ciudad de México, nada como el “put* el que lo lea” con el que un legislador —o legisladora— cuyo nombre se mantiene en el anonimato, acompañó su voto para definir el futuro del Bosque de Chapultepec.
Desde luego que no faltarán, en ningún lugar, quienes afirmen estar profundamente ofendidos por una declaración tan política como la política misma. Los cuatreros cuatroteros de Morena, los PRIANistas, lo que queda del PRD, todos, absolutamente todos, manifiestan estar indignadamente indignados por tan indignante afrenta. Sin embargo, el elevado mensaje fue escrito por alguno de los legisladores que ellos nominaron para que ocupara la curul desde la cual escribió “put* el que lo lea”. A pesar de todo, no vale la pena reparar en la molestia que expresaron tras hacer acuse de recibo del mensaje, más importante resulta reparar en el complejo entramado argumentativo que descansa detras del acto de escribir “put* el que lo lea”, el cual nunca es simplemente escribir “put* el que lo lea”, y mucho menos si ese “put* el que lo lea” se escribe en un papel que se deposita en la misma urna en la que se depositan los votos. No. El “put* el que lo lea” que se contabilizó junto con los votos en defensa del Bosque de Chapultepec, es un contundente argumento politico, merecedor de un lugar entre los mejores discursos politicos de la historia nacional, patrimonio intangible de la humanidad, memoria del mundo de la UNESCO, y demanda ser deshebrado y analizado en lo más profundo de sus profundidades.
Y es que, a pesar de la aparente superficialidad del “put* el que lo lea”, detrás de él se encuentran los fundamentos mismos de aquello que fundamenta la política mexicana y el buen gobierno de las clases privilegiada y dirigente: el destinatario del mensaje, la contraparte, el otro, la ciudadania, merece ser despreciado, denostado, señalado, acusado y perseguido con tal de que no olvide que su lugar es uno ajeno al lugar desde el cual se toman las decisiones, con tal de que no olvide que pertenece a las sombras, a la marginalidad, a la periférica periferia que lo deja lejos de los centros de poder, a los cuales nunca tendrá acceso, y sobre los cuales ni siquiera debe atreverse a fantasear. Poco importa si la legisladora/legislador estaba a favor o en contra de defender el uso de suelo de valor ambiental en el Bosque de Chapultepec, poco importa el partido político al que pertenezca el legislador/legisladora, lo que importa es que quede claro, con toda claridad, donde se detenta el poder, quien lo detenta y las ventajas que implica tener ventajas. En pocas palabras, “put* el que lo lea” es un mensaje fuerte y claro, mandado de forma generalizada desde lo más honorable de nuestra putrefacta clase política, a todos y cada uno de nosotros; un mensaje democratizante que unifica a los mexicanos y que sólo reconoce una distinción, aquella que nace entre quienes detentan el poder —económico y político— y quienes no. “El que lo lea” somos todos y, esto es lo más importante para la preservación del status quo, No importa quién lo escribió, es un mensaje de los de arriba para los de abajo, de los privilegiados para los no privilegiados, es un amable y necesario de toda necesidad recordatorio de quien es quien y quien puede hacer que.
Entrados en gastos:
De nada sirve pertenecer a la privilegiada clase privilegiada, ni a la dirigente clase dirigente, si uno debe alinearse a las reglas a las que todos deben alinearse. Exigirle respeto y obediencia a las huestes hambrientas, a las masas trabajadoras, a las hordas de obreros, es justo y necesario para preservar el preservable orden público, pero exigir respeto y obediencia a nuestros legisladores, mata todo el encanto que lleva consigo ser legislador. Si lo hacemos, ni siquiera van a aceptar ser plurinominales. Todo orden social está diseñado para garantizar que no exista el desorden social y nada asegura mejor que todo se mantenga en su lugar que un amable recordatorio que le deje saber a las mayorías que no son, y nunca serán, como las minorías privilegiadas. El desprecio y la denostación son herramientas que contribuyen al buen funcionamiento de la sociedad. “Put* el que lo lea” es el grito de todo aquel que pertneciendo orgullosamente a la clase hegemonica, sabe que cualquier descuido puede amenazar su privilegiada pertenencia.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.

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