Una de las propuestas contempladas en la iniciativa de reforma constitucional en materia electoral, enviada por el Ejecutivo a la Cámara de Diputados el pasado mes de abril, es la reducción del financiamiento a los partidos políticos. La medida, contrario a lo que afirman los detractores de oficio y beneficio, contribuiría decisivamente al fortalecimiento de la democracia. Veamos.
A principios de los años 70, el PAN sufragaba sus gastos de operación mediante la rifa de automóviles y casas. Exhibía el vehículo en una esquina de la plaza principal de la ciudad mientras sus militantes ofrecían los boletos a quienes pasaban por ahí. El partido representaba a las clases medias conservadoras y éstas lo mantenían con sus cuotas. Más lo de las rifas.
El partido todavía no había sido invadido por los neopanistas (los bárbaros del Norte, comandados por Manuel J. Clouthier) ni se había transformado en el organismo fachada de los empresarios que es hoy, y las pasaba negras para salir adelante con los gastos. Era tal su penuria que en los años 60, en Durango, el gasto por el perifoneo de los mensajes panistas se liquidaba en las oficinas del PRI. Hay quien recuerda el hecho.
En la izquierda partidaria –pongamos que fuera el PMT (Partido Mexicano de los Trabajadores)- era todavía más heroica la resistencia en cuestión de financiamiento porque, al no contar con registro electoral, no recibía un centavo por las prerrogativas contempladas por la reforma política de 1977. Eso no era obstáculo para que en muchas partes del país hubiera un pequeño local del partido.
Los militantes pagaban renta, luz y agua de su bolsillo, más los pasajes de segunda clase en el tren para asistir a las asambleas del partido en el Distrito Federal. Parte de los recursos provenía de los llamados “boteos” que se efectuaban al tiempo que se volanteaba algún escrito.
Los términos “pinta”, “pega”, “boteo” y “volanteo” se referían a los trabajos de los militantes para difundir el mensaje del partido, y había que hacerlos personalmente porque no se podía pagar a alguien para que los hiciera. Hoy, esos términos se encuentran en desuso. Que era el “oro de Moscú” el que financiaba la actividad de la izquierda no pasa de ser una patraña para consumo de inocentes.
El PRI sí que disponía a manos llenas de recursos para sus campañas. Llenaba de banderines y pasacalles las avenidas y acarreaba campesinos organizados por la CNC (Confederación Nacional Campesina) y trabajadores de la CTM (Confederación de Trabajadores de México) para darle cara de evento democrático de apoyo al candidato a aquella lastimosa imagen de acarreo. Pasado el candidato, todo se iba a la basura.
Y fue ahí donde el PRI invitó a los partidos a sumarse a la simulación a través del descomunal financiamiento público que en la práctica acabó con la vida partidaria y la ideología de los partidos al atraer a las actividades públicas a una serie de personajes más preocupados por el cargo que por el encargo.
Y quizá sea ese uno de los riesgos más notables del excesivo dinero en las arcas de los partidos, ya que siempre habrá alguien sin ideología y sin interés que piense que parte del dinero del partido abonaría muy bien en su cuenta bancaria. Y buscará la forma de llevárselo.
El otro riesgo es que los partidos gasten en artículos que poco y nada tienen que ver con las actividades políticas, lo que se vuelve sospechoso. Daniela Barragán reporta en el portal de noticias sinembargo.mx (Libretas de lujo, viajes, ventiladores y otros gastos exóticos que pagamos a partidos https://www.sinembargo.mx/10-05-2022/4179332) que todos los partidos gastaron millones en “la compra de Libretas Moleskine, pines, tazas, un escritorio de chapa de madera y tacto piel, pruebas COVID, viajes, ventiladores y cursos”, más la parte que quedó en la opacidad sin comprobar.
Cinco mil doscientos cincuenta millones de pesos ($5,250´000,000.00) son muchos miles de millones para que anden sueltos por ahí sujetos al capricho de quienes dicen ser representantes del pueblo. Conviene entonces ponerle un freno al gasto que nos facturan los partidos a los ciudadanos, como si desempeñaran un papel tan relevante.
Si el partido representa la opinión de sus militantes y de quienes simpatizan con su ideología, no suena descabellado pedir que sean ellos los que financien al partido de su preferencia para que de veras lo sientan suyo y puedan exigir a sus dirigentes responsabilidad sobre el dinero.
La reducción del financiamiento a los partidos fortalecería la democracia porque desaparecería a las castas dirigentes que gastan lo ajeno como si fueran pachás y se generarían condiciones para la creación de verdaderas bases militantes que darían vida a los cadáveres públicos que son hoy los partidos políticos.
La cereza en el pastel corre a cargo de Horacio Duarte: “(…) es un viejo reclamo de la gente de que se deje de estar gastando dinero en los procesos electorales y el dinero que se pueda ahorrar se destine a temas sociales, de infraestructura y de educación”. Cualquiera pensaría que son exactamente las mismas causas por las que luchan los partidos.
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