Polarizados desde el pasado

Opinión de Humberto de la Garza

Los mexicanos de hoy en día están viviendo un despertar a una realidad oculta, disfrazada y maquillada que durante años generó una enorme brecha entre unos y otros.

Debemos ser insistentes en generar un cambio drástico y fortalecido por cada uno de nosotros mismos y de igual forma hacer notar a las nuevas generaciones que el México de antes debe de transformarse, que el del siglo XX ya no es ni debe de ser el México manejado desde la creencia de una base feudal,  que aunque ello no debe ser impedimento para encontrar varias similitudes para nada sorprendentes en los últimos tiempos, y más entre una gran parte de la sociedad que se siente pertenecer a una clase especial, a una élite social diferente a todos los demás y más aún a esa marcada diferenciación entre quienes se creen y/o aspiran pertenecer a la clase media mirando con desprecio, con repudio y con un gran dejo de clasismo y racismo al grueso de los mexicanos y más aún a quienes aún representan y pertenecen al sector de la población del criollismo de antaño.

Ha sido mucha la demagogia cultural y política que se ha querido recrear en buena medida en torno a la figura del personaje político, del artista o el deportista, del periodista o el literato que se vale de la”cultura popular”, de la ignorancia del pueblo, de las tradiciones indígenas e incluso de las tragedias, en busca de la popularidad, de la fama, aunque en la realidad, sienten desprecio y repulsión por aquellos que los han encumbrado, que los han enriquecido: nada más falso, porque todos eso falsos ídolos, todos esos miembros de la “sociedad de élite”, solo han servido como puente para la dominación disfrazada como “identidad de todos”, de origen supuestamente popular y “festiva”, pero en realidad aristocrática y paradójicamente masificada.

El ídolo de opinión, el intelectual o el literato, la diva de telenovela, el cómico o el deportista de éxito, el político representante de la sociedad, no deben ser ni son una figura de autoridad sino de honor, de ejemplo, de proyección y representación de valores morales, éticos y cívicos, de educación y respeto, de solidaridad y empatía. Por desgracia, con vergüenza y con tristeza, vemos que todo eso es en realidad otra cosa: machismo, bravuconada, desplante, honor adulterado, suplantación de lo caballeresco, prepotencia, improvisación, clasismo, racismo y desde luego que no hay en todo ello nada de cívico mucho menos de moral.

Una de las características importantes del miembro de esa”clase social elitista” es el desprecio por un bien supremo, la vida, de la que si hubiera una mínima ética —ni se diga virtudes cívicas— no debiera disponerse así de las necesidades más básicas de la sociedad, dizque porque porque los más pobres, los más humildes, los de abajo, “no valen nada”.El “clase mediero”, “la dama de sociedad”, “el empresario de éxito”, “la diva de telenovela”, “el artista y el deportista popular”, “el legislador o el político”,  “el líder de opinión “, dan rienda suelta a la petulancia, la fanfarronería, el desprecio, la burla, la ingratitud, la liviandad, la frivolidad.

La destructividad que no encuentra límite moral, intelectual, cultural y es “hipertrofia desorbitada con carencia total de objetividad”. A partir de cierto momento, para algunos, México y figurar en los medios, salir de la nada y de la nada crecer con bonanza social, financiera y material se volvieron “supuestos equivalentes”, mismos que por cierto, se acrecentaron justo cuando dieron inicio los tan dañinos ajustes estructurales y la inequitativa austeridad durante el sexenio de Miguel de la Madrid, que lo único que provocaron fue la desfiguración de la herencia popular, convirtiéndola dolorosamente en marginal.

Una gran sensación de desencanto de fuerte magnitud se hizo presente desde los 70s en cierto sector de la clase media, lo que convirtió la “crisis de la moral social” en una frenética búsqueda a partir del sexenio de Miguel de la Madrid,  que fue en busca de “lealtades personales o de grupo, de confianza en las amistades, en las ‘relaciones’, en el afán de acomodarse”, pero sin ideales ni principios, y mucho menos con algún tipo de desinterés.Es en este mismo sentido que puede decirse que esa crisis no fue frenada por las instituciones del sistema político, al fin y al cabo endebles.

“El afán de ostentación, el carácter derrochador, la fanfarronería, según Fernando Benítez, eran casi siempre rasgos privativos del español avecindado en las Indias (…)”. La vida de la mayoría de los mexicanos se iba en deudas, fiestas para amigos, compra de vistosas galas para las mujeres o hasta “desplantes de millonario” en las grandes ciudades. La fiesta se convirtió en “el ambiente natural del criollo”, en un festín interminable apoyado en la espalda de “millares de esclavos desconocidos”. Se imponía el tono de un Martín Cortés, la “grosera descortesía”; es curiosamente la desvergüenza a la que se refiere Escalante y que es también la del narcotraficante.La falta de razón moral se convertía, no sin cinismo, en una “filosofía de vida”, una supuesta “ética distinta de las que rigen en otras latitudes”, según Tarabana, personaje de Guzmán. “Lo que ocurre —dice aquél— es que la protección a la vida y a los bienes la imparten aquí los más violentos, los más inmorales, y eso convierte en una especie de instinto de conservación la inclinación de casi todos a aliarse con la inmoralidad y la violencia”.

Ante la impunidad, el inseguro ha querido, ha intentado protegerse y no ha de importarle si para ello había que ‘ violar una ley o archivar un precepto moral.Con tal de “naturalizarse” y asimilarse a la élite, parte de la clase media está actuando a la usanza de los antiguos criollos: ostentando la fiesta (¿o su deseo de participación en el festín?), hasta el paroxismo en ciertos momentos del salinato, derrochando para “relacionarse” y haciendo del desplante una “identidad nacional”.La búsqueda de una identidad análoga a las élites sociales, ha llevado a muchos a la “americanización” de sus conductas e incluso agringando el pensamiento y el sentimiento de pertenecía, otros incluso, han ido en búsqueda desesperada de la europearización de sus raíces.

Como sociedad, como parte integral de una nación, quienes se han esforzado por la desintegración social, de la precarización cultural, de la polarización social han sido quienes con desplantes de superioridad se muestran o se intentan mostrar “privilegiados” y merecedores de un trato especial y único. Cientos de jóvenes que por desgracia viven inmersos bajo la presión que les supone la imperiosa necesidad de gustarle a todo el mundo, de ser aceptados siempre y en todo lugar, de ser el agrado de quiénes lo rodean, buscando siempre ser el centro de atención. Jóvenes que viven bajo la enfermedad de la autoadulación, poseedores de una profunda herida narcisista, que les lleva a querer mostrar sólo su mejor cara y evitar cualquier conflicto.

Seres humanos que a toda costa en lo profundo de su “yo privado” están propensos a probar un fuerte sentimiento de vergüenza que les hace sentir inadecuados en sí mismos o les atrapa la emoción de la culpa, al creer que no saben hacer las cosas. Este duro escrutinio autocrítico se activa cuando se sienten expuestos a la mirada del otro y les lleva a desaparecer detrás de una máscara de perfección. Los patitos feos suelen decir a menudo “no me importa” “no quiero líos” “no quiero que me vean como realmente soy” para justificar que detrás de las apariencias están renunciando a ser ellos mismos.

A todas luces y en todos lados les gusta pavonearse, lo que los identifica como enfermos de vanidad. Se sienten urgidos de la admiración del prójimo, y para lograrlo despliegan todo su potencial ante los demás, como lo hace el pavo real con su deslumbrante cola. Son vanidosos porque tienen la autoestima baja pero no lo saben o no lo asimilan. Algunos de ellos, por desgracia, se ven en la necesidad de acudir a terapia por presentar agudos crisis de ansiedad o ataques de pánico debido a la presión a la que se someten a sí mismos para cubrir sus propios estándares o porque las críticas les dejan devastados dada su vulnerabilidad narcisista.Su enfermedad es la soberbia.

Necesitan sentirse superiores a los demás y a ser posible el número uno del corral. No por un espíritu sano de competitividad, sino porque creen que los demás no le llegan ni a la suela de los zapatos. También pueden aparentar para manipular, vestirse de víctimas necesitadas para obtener algún beneficio (en el fondo consideran que los demás son unos bobalicones). Su postura narcisista les hace vulnerables porque necesitan compararse constantemente para sentir que ganan.

Daño inmenso el causado a los jóvenes por un sistema económico, político y social implantando desde décadas pasadas y que ocasionaron una erosión en la sociedad de tal magnitud que ha causado la división de la sociedad, incluso entre familias, llevando de la mano, dentro de esa polarización, el clasismo, el racismo, la xenofobia y el odio hacia el humilde, el pobre, el de abajo.Nos falta mucho para ser y tener una sociedad unida y con la suficiente empatía con los desprotegidos. 

“Las piruletas se derriten. Los globos se desinflan. El hombre espera” (Martin Levine).

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