Pobre diablo

Apabulla la cantidad de sandeces que se anima a publicar la prensa tradicional.  Va un botón…

Semana y media después de la jornada electoral, El Economista publicó “¿Cómo queda el mapa político en México y cuáles son los retos de una democracia todavía frágil?”, un texto de opinión de Juan Jesús Ramírez Ramírez.

El editorialista da cuenta de los resultados de los comicios echando mano de una frase que impele al lector a retrotraerse consciente o inconscientemente a tiempos pretéritos y muy feos: habla de “la aplastante victoria de la alianza oficialista” y denuncia “un regreso a escenarios de ‘carro completo’”. Una artimaña: referirse a la coalición del PT, el Verde y Morena, como “la alianza oficialista” no es decir mentiras —estas fuerzas efectivamente detentan el poder desde 2018—, pero ese fraseo tiene su historia y se oye muy del siglo pasado y sobre todo muy priísta. Ni qué decir de la expresión “carro completo”… Con ella se quiere enunciar que Morena y sus aliados ganaron casi todo, pero, tanto o más que la frase anterior, nos obliga a recordar el larguísimo período durante el cual el PRI se quedaba con todas las rebanadas del pastel, pero, a diferencia de lo que ocurre actualmente, sin competir contra nadie y sin que realmente importaran los votos. Así que mentar “la aplastante victoria de la alianza oficialista” y denunciar “un regreso a escenarios de ‘carro completo’” es una treta: sin decirlo con todas sus letras, iguala a Morena con el PRI, desdeña la voluntad de casi 36 millones de votantes, y afirma que ha ocurrido en México algo que por ahora es imposible: un retorno a tiempos idos. Luego Ramírez Ramírez apunta algunos datos con el afán de retratar el susodicho “carro completo”: que la coalición Sigamos Haciendo Historia obtuvo 59.8% de los votos; que, con sus aliados, Morena alcanzó la mayoría absoluta en ambas Cámaras, y la calificada en la Cámara baja; que se quedó con siete de los nueve estados en disputa, y que será mayoría en 27 de 32 Congresos locales… Enseguida, el autor dispone algunos parrafitos dedicados a los dichosos contrapesos —aquí hallamos juicios tan sólidos como “Lo deseable es que existan pesos y contrapesos.”—, para después subtitular con negritas: “El voto popular puede debilitar los contrapesos democráticos”. ¡Sopas! Como lo les: “El voto popular puede debilitar los contrapesos democráticos”. Un contrasentido… Hasta ahí llegué… Por puro morbo, previendo una barbaridad, me fui hasta el final del sesudo texto… Y sí, ahí estaba el despropósito: “La primera presidenta de México tendrá una gran mayoría de su lado. Una de sus grandes responsabilidades será utilizarla para corregir el rumbo y no caer en la seducción de volverse una líder autócrata”. ¿Qué? “¿Corregir el rumbo?” ¿Pero por qué tendría que hacerlo, si el voto popular fue precisamente en favor de la continuidad? Ahora, “¿volverse una líder autócrata?” Como la memez anterior, la de que el voto popular puede debilitar los contrapesos democráticos, a la advertencia subyace el siguiente absurdo: la persona más votada en la historia del país para alcanzar la Presidencia, la persona con el mayor respaldo democrático que ha tenido México… ¡puede hacerse una autócrata! 

Seguro estarás pensando que esta película ya la vimos… Cierto. Como en 2018, los agoreros del desastre andan sobreexcitados… Hace seis años se desgañitaban alertando que estábamos a punto de convertirnos en Venezuela, ahora —y no invento, traigo a cuento el galimatías que publicó hace unos días Silva Herzog Márquez—, anuncian que se ha instalado una “autocracia popular”.

Son los mismos profetas de la fatalidad que, por más que lo intentaron a lo largo de todo el sexenio, no pudieron engañar a la mayoría de la gente. Uno los escucha y es difícil no llegar a la conclusión de que no han entendido nada. Uno los lee y constata que muchos de ellos no han podido digerir el mandarriazo de realidad del 2 de junio.

No ha sido para ellos nada fácil comprenderlo, pero poco a poco les está cayendo el veinte… Nueve días después de la jornada electoral, Pascal Beltrán del Río, por ejemplo, tituló su columna en Excélsior: “A esta oposición ya la chupó el diablo”. ¡No, bueno, qué perspicacia! Algo más tardo, al otro día, Leo Zuckermann, en el mismo diario, muy a tono con el resto de la opinocracia conserva que ahora se desvive repartiendo culpas, determinó, ¡oh, agudeza!, que “los partidos del pasado”, refiriéndose al PRIAN y su chipotito amarillo, están en fase de extinción. 

Sí, el PRD desapareció y no merece ni un RIP. En cuanto al PRI, al parecer, la libró…, pero cuidado que las apariencias engañan. Pienso que en realidad el PRI es ya un muerto viviente o dicho menos dramáticamente no es más que una pandilla de facinerosos que tan pronto se acabe el botín que les queda se dispersará. Del PAN queda más… o quedan más: lo cual sólo permitirá que la noche de los cuchillos largos que ya comenzó dure menos y sea más sangrienta. 

Vuelvo a la editorial de Beltrán del Río. El señor dice que “tiene la impresión” de que el PRI y el PAN ya no sirven para nada, “que incluso mantener sus siglas sería un error”, porque “a esas marcas… ya las chupó el diablo”.  Por mi parte, tengo la certeza de que todos ellos, los opinócratas que trataron de inflar la quimérica candidatura de la señora X lo hicieron profesionalmente, es decir, que cobraron por hacerlo. Diría que sería justo entonces que también se los chupara el diablo, pero él, el diablo, qué culpa tiene.

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