“Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.
Mario Benedetti
A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor”.
“La gente que me gusta” ha sido como eran mi padrino El Pifas y mi amigo Tin Tan. Imposible no encontrarlos juntos sonriendo y jugando bromas traspasando esas puertitas de color naranja en Avenida Cuauhtémoc casi esquina con Puebla, en los años del cambio del milenio, cuando la esperanza -de quienes en realidad no esperábamos nada-, colmaba los rinconcillos taciturnos de la gran ciudad, como lo era aquella, la original, única y mítica Hija de los Apaches, donde una vetusta pero infalible sinfonola brindaba la atmosfera musical de la malegría del barrio, propicia para degustar una tortilla blandita y caliente impregnada de sal y chile verde con un tarro de curado de avena.
La Hija era una casa de personajes insólitos e irreverentes, primero en tiempos sesenteros de parroquianos de La Romita, ese recoveco tan provinciano, enterrado de la simple vista, entre las calles de Morelia, Puebla y Durango donde, cuenta la leyenda urbana se filmaron escenas de Los Olvidados de Luis Buñuel y se paseaba según José Emilio Pacheco el hombre del costal: “(La Romita) Era un pueblo aparte. Allí acecha el hombre del costal, el gran robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el hombre del costal se queda con todo…” ¿Se habrá tomado un pulmón el robachicos en la Hija?
Ahí junto a albañiles, afiladores, voceadores, boleros, merengueros, carteristas, chafiretes y tantas celebridades de la urbe, el Pifas se fue curtiendo, sacando a los más borrachos a puño limpio, destartalando de un nocaut al ladrón novato que brillaba su navaja al cielo para no pagar los pulques.
A fin de siglo, la Hija siguió siendo un hogar para los personajes más vagos, místicos y extravagantes; las tribus de la Ciudad más grande del mundo, que paradójicamente no tenían cabida en los carísimos antros, los espectáculos del monopolio OCESA o en el Centro Histórico, que ya se decía: “es propiedad de Don Carlos Slim”, eran los darketos, punks, skatos, emos, chavos banda, hippies, metaleros, góticos, fresas, chacas, cholos y uno que otro letrado, que ahí abrevaban del pulque y de cruzar miradas, gestos, guiños, y sonrisas tímidas primero, y luego carcajadas, bromas y averías al calor del alipús, simplemente por coincidir al rojo de la tarde en una pequeña mesa, y tratarse como de iguales, más allá de provenir de Neza, la Mocte, Candelaria, Tacubaya, Condesa, Ecatepunk, Tepito, el Ajusco, o de cualquier punto de la capital desbordada.
El Tin Tan era un abogado que tenía sus oficinas abajo del reloj en el andén del Metro Niño Héroes. Si llamabas a su casa y preguntabas por Sergio no lo conocían, pues para todos era el buen Tin Tan, que se convirtió en inventario de la Hija, tanto como sus mesas y sillas. Después de cerrados los juzgados, los leguleyos también rondaban la Hija; una vez, el Tin Tan -luego de salir rebotando por las paredes añejas de la pulquería- se dispuso a orinar en “la vía pública” afuera de la Hija a plena luz del día, la patrulla presta para la orquesta hizo su aparición en la de por sí transitadísima Avenida Cuauhtémoc. ¿Sí el abogado está ebrio quién defiende al abogado? Salió El Pifas entró al quite y se intercambiaron los papeles, después de un largo alegato de Pifas “a favor de la honra”, “las libertades constitucionales son sagradas”, “el derecho al pulque es una bebida de los dioses”, “la calle es de todos”, “hasta dónde es pública la vía pública” y los correspondientes 200 pesos “que te los pasó aquí a la vuelta mi oficial”, el Tin Tan fue bajado de la patrulla y regresó a la Hija aclamado, con paso marino, entre aplausos de los presentes y alabanzas de los mirones de la calle.
En sentido estricto la Hija de los Apaches no era una pulquería, sino un segundo hogar para todos los descobijados de la familia, la escuela, las instituciones sociales y culturales del gobierno y súmele los damnificados de los trabajos precarios y fugaces; por ello El Pifas siempre fue un guía, un abuelo, un ser de luz, en un mundo a la contra de los chavos de coraza. En un tiempo de continúas adversidades.
Por el papel genuino e imborrable del Pifas en ese pedacito de ciudad -la Hija- era un lunar, un oasis en un desierto, una puerta ante la ausencia de oportunidades, y la prevalencia de la opresión social, la depresión y la oscuridad colectiva, como dijo Carlos Monsiváis en Apocalipstick:
“¿En dónde invirtieron el tiempo que les tocó en suerte en el reparto cronológico del siglo XX? ¿A qué lugares acudieron y en donde se eternizaron las generaciones de los pobres urbanos o de los no tan pobres, pero igualmente aquejados de la mezcla de soledad y espíritu gregario? ¿En qué tugurios, amontonaderos o antros deambularon, bailaron y bebieron los tercos y los renuentes al uso productivo de las horas? ¿En dónde se vitalizaron o se aletargaron los convencidos de que en su caso y en rigor; al ser autodestructivos no destruían nada?”
No había caminos verdaderos, no había escuela ni trabajo, no había empleo para los que alcanzaron a estudiar; las elites políticas y económicas comenzaban a llamar “ninis” a las nuevas generaciones para quitarse de broncas; eran momentos del inefable calderonismo. Encima de todo, el gobierno local de pseudo izquierda del PRD -en el gran colmo-, clausuró la Hija de los Apaches, un lugar que los necios habíamos hecho nuestro. Las autoridades sabotearon la obra social y cultural que las mismas instituciones dejaron de hacer, dando la espalda a sus propias comunidades. El cariño colectivo al Pifas, concitó la movilización, es quizá la única pulquería por la que ha habido mítines y movimientos sociales. La noticia del abuso de autoridad cundió como pólvora en las colonias de la ciudad y en los chavos de la luminosa era pre- reggaetón; irradió entonces la solidaridad francamente neta.
En un par de días se juntaron 679 firmas que acompañaron una carta en el Correo Ilustrado de La Jornada:
“El martes 3 de julio La Hija de los Apaches fue clausurada por las autoridades de la delegación Cuauhtémoc. Este sitio es uno de los últimos espacios con mayor tradición en la venta de pulque que sobreviven en la ciudad de México, catalogado como centro cultural, artístico y turístico en diferentes revistas, diarios y portales de Internet, incluso gubernamentales.
“La Hija de los Apaches es uno de los referentes de encuentro y convivencia de los jóvenes, alberga diferentes iniciativas culturales, artísticas y/o políticas, de artistas plásticos, músicos, poetas y escritores. Es también punto de reunión de varias generaciones de ex boxeadores; además, fuente de trabajo del ex campeón de ese deporte, Epifanio Leyva El Pifas, quien ha logrado mantener vivo desde hace 35 años este lugar, cuyos orígenes se remontan a los años 30 del siglo pasado.
“Los abajo firmantes manifestamos:
“Que exista sensibilidad de las autoridades de la delegación Cuauhtémoc para reconocer la trayectoria de espacios alternativos culturales de este tipo, para los cuales exigimos respeto y reconocimiento.
“Nuestra total solidaridad con Epifanio Leyva El Pifas y su familia, quienes cotidianamente respaldan diversas iniciativas de los jóvenes que, no está por demás decir, no encuentran cabida ni apoyo desde el ámbito gubernamental.
“Hacemos un llamado a las autoridades delegacionales y a los dueños del predio que alberga La Hija de los Apaches a que en el marco de la ley permitan que se regularice la situación administrativa del local.
“Estamos dispuestos a organizarnos y movilizarnos pacíficamente para defender este espacio, que es de la comunidad cultural artística de la ciudad, y apoyar a El Pifas en el pago de multas y trámites para conservar este referente cultural con añeja tradición”.
Nadie hizo caso y al día siguiente, sin plan de acción, pero con mucho empuje apoyados por líderes sociales profesionales -de esos que aparecen en sin ser convocados-, ahí estuvimos decenas de parroquianos cercando la sede de la delegación Cuauhtémoc aquel verano de 2007; una de esas líderes de comerciantes tuvo un desplante que nos pareció locuaz pero que ayudó a hacer escuchados, y se acostó en la puerta del delegado para no dejar pasar a nadie. El delegado cedió y dejó pasar una comisión encabezada por Meli -la ya legendaria y querida hija de El Pifas-. Meli le explicó la función social de la hija en calo muy profundo, y el delegado como siempre ocurre les echó la bolita a los funcionarios menores, un “usted disculpe”, y al día siguiente los sellos de clausura desaparecieron. Triunfó Pifas y el espontaneo movimiento.
Sin embargo, este no fue un hecho aislado, sino la primera jugada para sacar al Pifas del local por parte de los dueños del predio amañados con las autoridades. Cosa que finalmente lograron tras innumerables artimañas, creyendo ingenuamente que los asiduos a la pulquería seguirían yendo a un local en el mismo lugar, pero sin el Pifas. La Hija deambuló, se mudó de piel, pero se llevó a su raza consigo, que la acompaña hasta estos días en la calle de Claude Bernard. La Hija subsiste, porque como canta Silvio Rodríguez: “Será que la necedad parió conmigo/ La necedad de lo que hoy resulta necio/ La necedad de asumir al enemigo/ La necedad de vivir sin tener precio”.
Hace un año, el 4 de septiembre de 2021 Pifas partió, pero aquí entre nos, el sigue comandando esa noble Arca de Noe que nos trajo al nirvana, esa embarcación plácida, rumbante, generosa, techo de los necios, los tercos, los soñadores que le acompañamos en todos sus viajes, que nos salvó de tempestades, olas gigantescas y de la falsa sociedad; que llevamos en el recuerdo como un farolito al amanecer y cargamos en el pecho como arma para el porvenir.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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