Parsimonia mundial

Opinión de Pablo Ocampo

*Dedicado a Julián Assange por el atropello a su persona y a la libertad de expresión.

“La gente no sabe lo que está pasando y ni siquiera sabe que no lo sabe”

Noam Chomsky

Cayó la noche que parecía día; en Alaska las cosas eran así durante 6 meses al año. El día nocturno te hacía querer enloquecer si no estabas acostumbrado, pero la mayoría de las personas que ahí viven, también son originarios de ese lugar.

En los comedores de paso, de esos que todavía existen por las gélidas tierras, se ve en el televisor al fondo del local, a una presentadora de noticias que habla sobre la invasión de los Estados Unidos a Irak, como retaliación por el atentado ocurrido en las torres gemelas. Los comensales escuchan atentamente que los soldados han tenido éxito en invadir tierras asiáticas, y con el paso de los días se sabrá de la captura y posterior ejecución del líder de ese país.

Las personas están contentas y gritan de felicidad al tiempo que alzan los brazos y cierran los puños cantando victoria, pero los medios que suenan tan gloriosos en ese instante, después callarían que las armas de destrucción masiva, motivo por el cual invadieron el país árabe, no fueron encontradas en ningún búnker o almacén de tipo militar; es más, no encontraron un sólo indicio de que ahí hubieran estado alguna vez, pero ya que invadieron el lugar, organizan un nuevo gobierno, y establecen sus condiciones para quedarse, que se basan en controlar el más grande tesoro que tiene aquel pequeño país: el petróleo. Mientras tanto, en los Estados Unidos el auge económico se nota y el país más poderoso del mundo, adquiere aún más dominio, mientras invade pequeños países y los saquea.

Más tarde en el tiempo, comienzan a aparecer en los cines de Nueva York, éxitos que reafirman las proezas de las armas norteamericanas; sus estrellas consiguen la hazaña de salvar una vez más a la humanidad de la tiranía de mentes siniestras que han urdido planes para controlar todo el orbe; se erigen como la policía del mundo y entonces los espectadores citadinos se marchan satisfechos de las salas de proyección, sabiendo que su milicia es la más chingona y que en donde hace falta, van de buena fe a repartir democracia, aunque para ello tengan que hacer uso de la fuerza con tal de llevar estabilidad a las zonas invadidas.

Por esos días, han elegido un nuevo presidente, ícono de los tiempos de cambio hacia la prosperidad, es decir, más todavía de la que ya gozaban en comparación del resto de países. Aquel nuevo mandatario, el primero de raza negra en llegar a dicho puesto, además ha sido condecorado con el premio Nobel de la Paz, y lo estrena dando la orden de que se lancen toneladas y toneladas de paz desde bombarderos hacia lugares donde sospechan que se esconden “rebeldes” y armamento, aunque sea conocido por sus cuerpos de inteligencia que entre las zonas a destruir se incluyen escuelas y hospitales. La misión es llegar hasta las últimas consecuencias para quienes pretendan establecer un gobierno soberano que se niegue a “cooperar” y entregarles lo que necesitan para vivir en la abundancia capitalista que han impuesto mundialmente. De nueva cuenta, los medios de comunicación hablan de las maravillas de sus armas, pero callan evidentemente lo que más tarde quedaría al descubierto, levantando el encono de los altos mandos estadunidenses.

Pero llegan tiempos de cambio, los planes de expansión económica se ven golpeados por una crisis global que sacude todas las economías, incluida la propia. Parece que invadir países y controlar sus recursos no es suficiente para vivir el sueño americano. En su propio territorio, las firmas especuladoras hicieron lo suyo y se enriquecieron con el dinero de los demás, dejando a miles en la bancarrota.

Surge de entre las pesadillas de la gente que perdió todo, el rostro bufonesco del nuevo líder: Un magnate que se declaró en bancarrota en distintas ocasiones para no perder su dinero y posesiones, y que ganó adeptos con sus declaraciones hostiles a quien se le antojara. Su objetivo principal serían los migrantes, esos que contrastan con su láctico tono de piel, provenientes en su mayoría de México, a quienes considera como secuestradores, violadores y delincuentes en general.

Gana las elecciones y los medios que callan las atrocidades fuera del país, por primera vez voltean a ver hacia dentro, a ese presidente incómodo que un día sí y otro también, realiza proclamas cargadas de polémica. La condena se vuelve mundial, ¿cómo puede el máximo líder tener tanta libertad para decir lo que los demás ya saben pero que se pretende ocultar a la gente, incluida la propia, con tal de conservar los buenos modos?

Es así que, cansados de que los ponga en ridículo por su ignorancia y aparente incapacidad para gobernar, los ciudadanos eligen un nuevo sucesor que los devuelva al buen camino de las apariencias, de las sonrisas fingidas, de las condenas enérgicas contra el eterno rival bolchevique, que solo vive en su imaginación. Arma un plan para desestabilizar sus fronteras, busca por todos los medios que sus aliados de antaño se unan en la tarea de preparar el escenario bélico, para aislar al enemigo y que todos puedan ver que ellos solo buscan protegerlos y a sus intereses. Mientras tanto los medios que alguna vez tuvieron el poder de dirigir con sus publicaciones, el ideario de la gente, comienzan a desfallecer ante sus casi nulos éxitos.

Por ahí se habla del caso de un activista, quien revela secretos de esa nación. La traición a su propio pueblo al no darles a conocer el panorama que se vive en los países en guerra, las carencias que han padecido los pueblos invadidos por sus fuerzas armadas, las decisiones que han tomado sus gobernantes, que les han escondido que ha perjudicado otras regiones, las acciones de militares que han torturado y masacrado a personas inocentes, incluso tomando dichas acciones a modo de juego.

Se encienden las alarmas, se unen gobierno y medios para condenar tales revelaciones que debían ser secretos de estado, que ponen en peligro la seguridad nacional, y demás serie de estupideces que ponen como excusa para tratar de llevar a sus calabozos a dicho personaje. Desde alguna oficina llena de personas vestidas de uniforme, se escuchan los gritos expelidos a los cuatro vientos: ¿Cómo se atreve?, ¡pero qué osadía!, ¿Con qué libertad se ha permitido exponer nuestros abusos? ¡Es un ultraje! ¡Debemos encarcelarlo por ejercer la libertad de expresión que nosotros no le dimos, es más, que no autorizamos!

Mientras tanto, en las calles de Nueva York, así como en los comedores de Alaska (que todavía existen) y en el resto del país, se dejan ver en los noticieros que el enemigo público número uno de los Estados Unidos de Norteamérica será llevado en próximas semanas hasta los juzgados, los grandes estudios ya preparan el próximo éxito taquillero con el actor de moda que le dé tranquilidad a los ciudadanos adormecidos y el mundo observa en silencio un atropello más, cometido por el país de las pretensiones.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

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