Confieso que uno de mis mayores temores en la vida son los temblores de tierra, he sentido en carne propia la energía que se desprende con los choques de las placas tectónicas. Tenía yo quince años cuando tuve mi primera experiencia con un terremoto fue aquel fatídico jueves 19 de Septiembre a las 07:19 de la mañana que el movimiento nos cambió la vida a la mayoría de los habitantes del Distrito Federal, estábamos alistándonos para irnos a la calle: Mi mamá iba a trabajar y yo me inscribía en la Prepa 6, vivíamos en la zona de Anzures y en el camino veríamos escenas que nos dejaron perplejas.
Estábamos preparándonos para salir, mi perro Toby esa mañana estuvo particularmente inquieto, pero no prestamos atención, en la radio escuchábamos “Batas, pijamas y pantuflas” en una estación que creo que se llamaba “Radio Cañón” cuando comenzó la oscilación, estaba leve al principio cuando de pronto vinieron unos jalones que no nos dejaban mantenernos de pie, mi abuela estaba en su cama y no podía levantarse, mi mamá se aferró al quicio de la puerta y no podía moverla para salirme, la casa parecía que tenía ruedas y el movimiento nos parecía eterno. Cuando acabó, no pensamos en revisar la casa, sí había cuarteaduras o sí algo se había caído, la luz se fue a medio temblor, aunque fue muy fuerte jamás pensamos que iba a alterar nuestra cotidianidad.
Y las obligaciones estaban primero y mi mamá y yo, nos despedimos de mi abuela y salimos al trabajo y a inscribirme a la escuela como siempre. Tomábamos un pesero que iba de la Torre de PEMEX a Villa Coapa, había fila y la mayoría de la gente que estábamos en la fila estábamos con cara de susto pero no dimensionamos la magnitud del temblor. Cuando abordamos a combi el chofer nos comentó: No salgan, regrésense a su casa, hay derrumbes.
Mi mamá y yo nos volteamos a ver, no hicimos caso y cuando fuimos por Circuito Interior y Río Mississipi todo era “normal”, había algo de tráfico pero no vimos nada extraño, no había ninguna estación de radio al aire, la tranquilidad se nos quitó cuando llegamos a la calle de Sevilla porque vimos el primer derrumbe en Sevilla y era una concesionaria de Autos Nissan que literalmente parecía una esquina de escombros.
Avanzamos y llegamos a Ave. Álvaro Obregón y varios inmuebles tenían los vidrios rotos, como una famosa mueblería FIRENZE que estaba con las exhibiciones en el suelo, las sillas patas arriba, los floreros tirados como sí un gigante hubiese pisado todo. Algunas personas estaban en la calle, llorando, en pijama y unos caminaban sin rumbo. Olía a gas, a lo lejos se escuchaban sirenas de ambulancias, en el Metro Sevilla no había servicio y muchas personas iban caminando rumbo a Insurgentes. Llegamos precisamente a Avenida Insurgentes esquina con Yucatán y Monterrey, Colonia Roma y estaban varios edificios como sándwiches, otros parecía que se habían hundido, uno más tenía los últimos pisos literalmente colgando del lado, francamente lo que veíamos no podíamos creerlo y sin exagerar puedo decir que parecía que había caído una bomba. Era impactante y en esos momentos no había transcurrido ni una hora del terremoto.
A medida que aquel pesero avanzaba la destrucción aumentaba, se percibía un ambiente sepulcral, solamente escuchabas exclamaciones de asombro, yo he de confesar que parecía que estaba viendo una película y no captaba la dimensión del desastre a pesar de lo evidente, las calles lucían empolvadas, a lo lejos se vislumbraba humo y personas vagando empolvadas y como evadiendo la realidad.
Cruzamos Monterrey, había varios edificios ladeados, uno muy impresionante en la esquina de Campeche; otro en el cruce con Baja California, era un negocio de pinturas. Gente en pijama estaba reuniéndose en las calles, algunas rostros estaban llorosos. Atravesamos el Viaducto y en Amores casi esquina con Obrero Mundial había otro edificio que albergaba unas oficinas de Gobierno que a primera vista se veía muy dañado, afortunadamente eran pocos los empleados que habían llegado porque la entrada era a las ocho am, estaba una escuela primaria y recuerdo a algunas maestras regresando a los niños que iban con sus padres, solo resguardaron a los pequeños que llegaban solos. El vehículo siguió avanzando y mi mamá se bajó en su oficina y yo me seguí con la idea de inscribirme, ni ella ni yo captamos el desastre a pesar de lo que vieron nuestros ojos, fue como un extraño letargo.
En el camino a Coyoacán la combi se fue vaciando y el chofer me llevó a la puerta de la Prepa 6; yo me bajé y me dirigí a la puerta, estaba cerrada, esperé un rato y algunos empleados llegaron con cara de miedo y un vigilante nos informó que las inscripciones se suspendían hasta nuevo aviso y me otorgaron el teléfono de la Prepa, en ese tiempo no había internet, ni nada parecido, los teléfonos eran públicos y ya.
Me fui a tomar mi combi a la calle de Abasolo, ahí comencé a sentir miedo porque ya había una fila de gente y pocas unidades que iban abarrotadas, decían que no había Metro y que muchas calles estaban cerradas por los derrumbes yo calculo que habrían pasado apenas tres horas desde que ocurrió el terremoto. Cuando logró subirme a la combi por fin pudimos escuchar la radio, era la transmisión de Jacobo Zabludowsky en donde iba recorriendo las calles y describiendo el horror que se vivía en las calles.
Hablaba de los derrumbes en Paseo de la Reforma, dijo que se había colapsado el Hotel Continental en la esquina de Reforma e Insurgentes, que cerca de Lafragua reportaron otros edificios a punto de caer; cuando llegó a Avenida Juárez explicó que había posiblemente personas soterradas en cada calle, que el Edificio de Salinas y Rocha, el Edificio Aztlan, el Hotel Regis, el Hotel del Prado estaban en ruinas y que el célebre reloj del Haste Stelee se había detenido justo a las 07:22 minutos, pues a todos nos tomó por sorpresa, poco a poco la gente empezaba a organizarse como podía para intentar levantar las piedras en búsqueda de sobrevivientes.
La combi no pudo avanzar porque las calles estaban cerradas, en Avenida Universidad se había caído un edificio de departamentos, no recuerdo en qué calle nos bajamos y yo caminando llegué al trabajo de mi mamá en un Internado de Niñas ubicado en Adolfo Prieto y San Borja. Ahí sí lloramos y estaba consternada por haberme dejado irme a la Prepa yo sola, pero de verdad les aseguró que no captamos la verdadera dimensión del desastre, yo tenía quince años y era un tanto ingenua, creo que el terremoto me volvió madura en unas horas.
Las noticias iban llegando y algunos padres de familia llegaron por sus niñas. Algunas maestras llegaron tarde, recuerdo a Cristina, la trabajadora social que llegó llorando porque se había caído él área de Gineco Obstetricia del Hospital Juárez en el que ella trabajaba y que estaba lleno de bebés, días después ahí se presentaría un milagroso rescate pues dieciséis bebitos sobrevivieron, no así sus madres, médicos y enfermeras. Todo el panorama era trágico.
Se cayó Televisa y la torre de transmisiones, el Café Súper Leche, el Edificio de la Secretaría de Marina, el Hotel Versalles, el Hotel de Carlo, el CONALEP, la Torre 4 del Conjunto Pino Suárez, el Edificio Nuevo León de Tlatelolco, el Hotel Romano, el Instituto Cultural Teresiano, la Secundaria no. 3 en Avenida Chapultepec, el Edificio del Periódico Cine Mundial, la Escuela de Computación DataMex en Insurgentes y Uruapan, los Edificios A1, B2 y C3 del Centro Urbano Benito Juárez, muchas vecindades en Tepito, la Colonia Morelos, La Merced y Peralvillo, algunas construcciones aledañas a Garibaldi en donde pernoctaban los Mariachis, el Hospital Juárez, el Cine Roble, el Centro Médico, Sears de Lindavista, muchas edificaciones en la Colonia Doctores, en la Colonia Obrera, varios talleres de costureras en Tlalpan y San Antonio Abad, los Televiteatros en dónde se exhibían “Kuman”con Tathiana y Cristal y Acero y “Vaselina” con Timbiriche, el Edificio de Radio Fórmula y un número incalculable de derrumbes.
Aquel jueves no recuerdo cómo volvimos a casa y afortunadamente toda mi familia estaba bien, nadie conocido murió en aquel día, no había servicio telefónico en algunas zonas, los teléfonos públicos fueron gratuitos, los soldados . Televisa e Imevisión transmitieron día y noche así como algunas radiodifusoras, las ambulancias no dejaron de sonar a ninguna hora, no había vehículos suficientes y los autos particulares trasladaron heridos. Los cadáveres se iban llevando al Estadio de Béisbol y se convirtió en la gran morgue. Hubo poca acción del Presidente Miguel de la Madrid quien rechazó la ayuda internacional, el terremoto sacó a flote su poca sensibilidad y su incapacidad ante la emergencia, que ya se había manifestado el año anterior con la explosión de la Gasera de San Juan Ixhuatepec.
Las Iglesias y los parques se convirtieron en albergues improvisados, la sociedad civil fue la que se organizó para ayudar cómo se pudiera a los miles de afectados que perdieron todo:Solicitaban latas, arroz, frijol, cereales, pañales, papel de baño, ropa limpia y en buen estado, cobijas, palas, materiales de curación y medicamentos. Todo hacia falta.
Yo recuerdo haber vaciado literalmente el ropero para llevar prendas al albergue de la Parroquia Nuestra Señora Reina de la Paz, repartir con mi mamá latas de atún y arroz para un lugar en la Colonia Cuauhtémoc por que ahí preparaban comida para los rescatistas, dos días después fui a ayudar a organizar despensas que Carmen Salinas (Éramos vecinas) iba a donar para las personas damnificadas de Tepito; los reflectores estaban también con Plácido Domingo quien tenía familiares que vivían en el Edificio Nuevo León y trabajaba en el rescate. Son muchos los recuerdos de la Ciudad Rota, del espíritu de Solidaridad que despertó en muchos de nosotros y también el nerviosismo y miedo de que siguiera temblando.
El viernes 20 de Septiembre a las siete cuarenta hubo otro terremoto y ahí muchos enloquecimos por que ya habíamos dimensionado la magnitud del desastre, también teníamos noticias dispersas de un tsunami en Michoacán, derrumbes en Acapulco, daños en Chilpancingo y el estado de Morelos pero la mayoría de los daños se centraron en la capital. Hubo escasez de agua en algunas colonias, no había luz, el olor fétido invadió las calles, fueron tiempos de tristeza y en algunos momentos renació la esperanza para los que tuvimos la fortuna de salvar la vida y nuestras viviendas.
Septiembre de 1985 nunca se me borrará de la memoria, algunos recuerdos son difusos y otros claros como el agua, fue muy fuerte haber repetido la experiencia el mismo 19 de Septiembre pero de 2017 horas después del simulacro volvió a retumbar la Tierra y hubo desastres, pero nunca como aquel jueves gris de 1985, ruego a Dios que nunca vuelva a temblar con semejante furia, aunque eso es impredecible.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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