El conflicto bélico que nos despojó de más de la mitad de nuestro territorio comenzó con una provocación montada por las tropas norteamericanas en abril de 1846, en la desembocadura del río Bravo que seguía siendo territorio mexicano. Casi al mismo tiempo, arrancaban las negociaciones entre el undécimo presidente de Estados Unidos James K. Polk y el general Antonio López de Santa Anna, quien a su vez conspiraba para retornar al poder en nuestro país -a cambio de ceder más territorio mexicano-. Al ser descubiertos estos tratos, el añejo militar no tuvo más remedio que organizar a las incipientes tropas para la defensa.
La quejumbrosa situación económica y la sostenida disputa política interna en México, no hicieron posible tener un ejército preparado ni contar con los pertrechos necesarios para los miles de voluntarios que carecían de formación militar y que estaban dispuestos a pelear. La batalla de la Angostura -cerca de Saltillo-, en febrero de 1847, significó, la última oportunidad perdida por decisión del propio Santa Anna, para contener a las tropas encabezadas por el general Taylor.
En este contexto aciago para la nación mexicana, se organizó la defensa del puerto de Veracruz y de la misma capital nacional. Pues la ofensiva norteamericana se dio por el norte, pero también por el Golfo de México. Las tropas a cargo del general Scott avanzaron por la misma ruta que utilizó el conquistador Hernán Cortés. Desarticulado el ejército mexicano, la resistencia fue valiente pero desesperada, a cargo de grupos irregulares, que lograron desesperar, pero no frenar a los invasores ansiosos por triunfar y negociar.
Estando rodeada la capital mexicana, ocurrió la heroica la defensa de fortificaciones como Churubusco y Molino del Rey; pero en medio del desastre generalizado, se presentó y guardó la memoria de los cadetes del Colegio Militar que no aceptaron de orden de retirarse ni rendirse cuando los norteamericanos tomaron el castillo de Chapultepec. Los nombres de Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez, Juan Escutia, Vicente Suárez y Juan de la Barrera fueron recordados por sus propios compañeros como ejemplos de la resistencia abnegada protagonizada por los soldados patriotas y el mismo pueblo de México. Fueron esos niños parte del episodio final, de la heroica resistencia preservada por un pueblo entero pero descabezado, ante una ruta de desolación en la que el presidente Polk logró arrebatar prácticamente la mitad del territorio mexicano existente hasta entonces, y que hoy en día se conoce como el Suroeste de Estados Unidos.
No obstante que el 2 de febrero de 1848 se firmó en la Villa de Guadalupe Hidalgo el “Tratado de Paz Amistad y Límites entre los Estados Unidos y la República Mexicana” -que legalizó la pérdida de 2 millones 400 mil kilómetros cuadrados de territorio nacional-, y que significó un golpe demoledor y traicionero a la naciente Nación mexicana independiente; todavía las fuerzas conservadoras lograron rehabilitar políticamente al general Santa Anna cinco años después, en 1853, después de permanecer exiliado; fue el 20 de abril de ese año, cuando el Dictador entró a la Ciudad de México y fue conducido a la Suprema Corte de Justicia para prestar juramento nuevamente como Presidente de México.
El 1 de diciembre de 1853 el “Consejo de Estado” otorgó a Santa Anna el título de Alteza Serenísima, el grado de Capitán General y un sueldo de 60 mil pesos anuales; y 16 de diciembre, le confirieron facultades extraordinarias como presidente por tiempo ilimitado, se le autorizó también nombrar sucesor en caso de fallecimiento o imposibilidad física.
Pero ocurrió que, en el subterráneo del pueblo y de la historia, en el México profundo, comenzó el resurgimiento de voces, pensadores y de mujeres y hombres de acción, que se propusieron trascender esa siniestra vorágine que anidada en el mal gobierno del Antonio López de Santa Anna puso en riesgo no solo nuestra incipiente Soberanía Nacional, sino incluso la viabilidad de México como Estado- Nación, para cambiar el rumbo de los acontecimientos, y como atestiguó el ejemplo de los Niños Héroes, actuar en diversos frentes con amor la Patria, y reivindicar nuestros orígenes, civilizaciones y culturas. Es decir, defender y reconstruir nuestra Nación.
En sus discursos, Andrés Manuel López Obrador nos recordó que un “hombre fuerte y tirano” Antonio López de Santa Anna fue once veces presidente de México; no obstante que el Partido Conservador de ayer, hoy y siempre se ha empeñado desde las plumas cortesanas y acomodaticias a las élites en presentar algunas “luces” del periodo de Santa Anna, en el pueblo no se olvida el entreguismo y la traición a la Patria de su actuación. En nuestra memoria nunca más un Antonio López de Santa Anna, que optó por acuerdos inconfesables con invasores extranjeros para preservar sus prebendas personales.
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