Con la postpandemia vino para el mundo una reconfiguración geopolítica, el mundo que conocíamos ya no lo es más y día a día los cambios se aceleran. La paz subjetiva que reinaba el mundo desde la caída del muro de Berlín, ahora se transforma en incertidumbre ante nuevas potencias que surgen y un imperio que ve morir su hegemonía.
Nuestro siglo XX parece, como he dicho en otras columnas, una copia fiel de lo sucedido hace cien años; hago énfasis en copia, ya que incluso los símbolos comienzan a verse repetidos; desde el saludo “romano” de los ultraconservadores en los Estados Unidos, hasta la creciente popularidad del AfD en Alemania, sin dejar atrás el genocidio que sucedió al apartheid en tierras palestinas.
En América Latina los movimientos con características fascistas también comienzan a emanar como resultado de los países que habían durado décadas en crisis. Argentina actualmente tiene como jefe de Estado a un personaje que toda su vida política ha defendido los intereses de los grandes capitales internacionales en suelo sudamericano y, curiosamente, llegó al poder de un país con una de las reservas de litio mas grandes del mundo.
Sin embargo, en México nació una resistencia popular que ha impedido el ascenso de estos movimientos ultraconservadores. A diferencia de otras naciones latinoamericanas, donde la desesperación y el descontento han sido canalizados por liderazgos de extrema derecha, en México las mayorías han optado por un proyecto de transformación que prioriza la soberanía, el desarrollo social y la justicia histórica.
Esto no significa que el país esté exento de amenazas. La oposición, debilitada y carente de un discurso propio, ha recurrido a estrategias desesperadas, desde la judicialización de la política hasta la promoción de narrativas de miedo y desinformación. A ello se suma la presión de actores externos que ven en México un territorio clave en la disputa geopolítica global, ya sea por sus recursos estratégicos o por su posición como vecino inmediato del país que aún se asume como líder del mundo occidental.
En México la amenaza interna no es la del fascismo, en nuestro país tenemos como principal enemigo al fantasma del priismo que parece estar recorriendo los pasillos de las oficinas del que podría convertirse en un nuevo partido de estado. Sin embargo, este tema lo abordaré en la columna del siguiente miércoles. Por el momento podemos celebrar que somos una isla de izquierda en un mar de fascismo.

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