Ante la llegada de Trump a la presidencia, se plantea un dilema geopolítico para México. El ya presidente estadounidense no cree en grandes acuerdos comerciales como el NAFTA, pero sabe que solo no puede ganar la batalla contra China y necesita a México y Canadá, al menos de escudos. China, como civilización, avanza; Estados Unidos, como imperio depredador, está en decadencia.
Ante tal escenario, México tiene pocas o ninguna opción geopolítica como segunda alternativa o escapatoria antes las eventuales agresiones y locuras de Trump. La retórica clasista y racista serán lo de menos ante la potencial crisis migratoria, presión económica e intervención militar que potencialmente puede sufrir México por el nuevo y recargado discurso Trumpista.
De todas las amenazas, ¿cuál es más preocupante y por qué?
En sentido económico, del nuevo gobierno estadounidense se espera un proteccionismo a ultranza, y como discurso económico ante el mundo eso puede sonar bien para sus votantes, pero en el caso de México es casi imposible que haga alguna locura, ¿por qué? Porque la mexicana y la estadounidense son dos economías que están tan imbricadas y tienen flujos de comercio tan altos, que intentar revertir esto sería potencialmente mortal para ambas economías. Puede intentar reducir el déficit y modificar la balanza comercial, pero México también jugaría sus fichas ante tal escenario, y la más importante de ellas sería intentar exportar y diversificar más hacia otros países, y China estaría feliz de que nos arrojáramos a sus brazos.
La parte migratoria puede ser bastante más delicada desde dos puntos de vista. El primero, la parte humana porque México se va a ver obligado a endurecer sus políticas migratorias en el sur, lo cual es sufrimiento y deshumanización garantizada para personas que huyen de la violencia y la pobreza de sus países de origen; y el segundo, porque puede haber deportaciones masivas de mexicanos en Estados Unidos de las formas más indignas y humillantes. En cualquier caso, el drama humanitario está garantizado. Estados Unidos bucará obligar a México a convertirse en tercer país seguro y las ciudades de la frontera podrían ser potencialmente caóticas, pero también lugares de paso a lo largo del país se verán llenos de migrantes que necesitan todo y tienen nada.
La parte más dramática viene en el tema de la seguridad, sin dudas. Estados Unidos buscará socavar la soberanía de México con el pretexto del narcotráfico convertido en terrorismo, y con ello, que las agencias extranjeras se apropien de territorio mexicano sin nada que poder hacer al respecto. De esta manera, ellos podrían controlar mejor los flujos migratorios, administrar mejor la droga que consumen de los cárteles y presionar al gobierno mexicano para lo que sea. Durante el gobierno de López Obrador, se recuperó la soberanía y la dignidad que México había perdido en gobiernos neoliberales y entreguistas, y Estados Unidos lo sabe, por eso no quiere correr riesgos y necesita apropiarse otra vez de “su patio trasero”.
Los panistas, empezando desde la apátrida Lilly Téllez y hasta el entreguista Marco Cortés, se frotan las manos ante una intervención estadounidense en territorio mexicano porque es la única forma de des legitimar a un gobierno que tiene una aprobación mayor al 70%. En su locura e incongruencia, condenan la “militarización” del país, pero piden a gritos una invasión disfrazada de colaboración.
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