La política de “abrazos, no balazos” ha sido cuestionada por una derecha acostumbrada a la violencia como método para la solución de los asuntos públicos: la represión a pobladores de San Salvador Atenco, en 2006, a las feministas en Irapuato o los manifestantes en contra de la privatización del agua en Querétaro, ambas en este año, son algunos ejemplos con el sello de la casa azul.
Podría incluir en el recuento la represión a rockeros leoneses cuando el hoy senador Carlos Medina Plascencia fue presidente municipal de León, con disparos de la policía municipal y jóvenes, periodistas y militantes detenidos por el delito de oír rock, pero no viene al caso contar anécdotas personales.
También, como desesperado argumento, ha servido a la oposición y a sus “jilgueros” para insinuar sin ninguna prueba que existe un acuerdo escondido para no actuar en contra del narco. Esa errónea percepción sólo puede partir de un desconocimiento profundo de lo que es el pueblo y lo que son sus necesidades porque les falta barrio a los adversarios de la 4T.
El neoliberalismo se desentendió de las demandas populares en general y las de los jóvenes (trabajo, cultura, educación y recreación) en particular, y desarticuló el de por sí débil tejido que cohesionaba a la sociedad para imponer sin contrapeso una política de saqueo y una ideología individualista donde el logro personal y el éxito se miden en dinero.
Por citar un ejemplo de ese desmantelamiento social, la propia iglesia católica dejó de promover sus grupos de catequistas o los coros parroquiales integrados por jóvenes para cantar las misas. Desde luego, olvidó el espíritu de compromiso social del Vaticano II y tomó distancia del mundo obrero, al cual una vez se ligó mediante organizaciones como la JOC (Juventud Obrera Cristiana), la cual aportó más de un militante a la izquierda.
Durante la noche neoliberal se abatió a los sindicatos, que eran todo lo “charro” que se quiera pero al menos les tocaba fingir una oposición a la política económica contra los trabajadores. El más claro ejemplo del sometimiento de los obreros fue la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, que por décadas castigó tan duramente al salario que lo convirtió en una caricatura.
Los vacíos políticos fueron llenados por los sindicatos patronales como la Concamín, la Concanaco, la Canacintra, etcétera, los cuales se convirtieron en interlocutores únicos del gobierno.
A esta situación se sumó la falta de oportunidades de estudio y de trabajo para los jóvenes. A los irresponsables de derecha les resultó jocoso llamar “ninis” a estos jóvenes, como si fuera decisión de estos no trabajar ni estudiar.
En este marco de pobreza y demandas siempre pospuestas, sumado a la corrupción rampante de las élites económicas y políticas, sólo era cuestión de tiempo para que el narco y la droga hicieran estragos entre la población juvenil.
Hoy, la 4T impulsa políticas de atención a los jóvenes para reparar esa falta de oportunidades de estudio, capacitación y trabajo. A eso se suma el movimiento de la propia gente para mejorar su entorno, como las siguientes tres referencias que no son historietas sino que fueron reporteadas en el lugar.
Acá, un señor forma una banda de guerra e invita a los jóvenes a integrarse a ella para participar en desfiles y procesiones. Otro, encabeza un grupo de danzantes singular por su sincretismo cultural: como el promotor del grupo trabajó en los Estados Unidos, los miembros visten atuendos apaches y suma a su música instrumentos eléctricos.
Otro más, sin recursos económicos, entrena en el deporte a un grupo de niños y niñas basado en su propia experiencia, ya que fue profesional en el futbol y la lucha libre y si no llegó a Primera División ni debutó en la Arena Coliseo, algo habrá sabido hacer bien porque le pagaron para que lo hiciera y de eso vivió.
Sin conocerse entre sí, los tres comparten semejanzas: a) desarrollan su trabajo en colonias conflictivas, y b) para pertenecer a los grupos los muchachos deben alejarse de las drogas y del alcohol; si no, los suspenden hasta que reconsideran su conducta. Los tres tienen éxito en su propósito.
Son la educación, la cultura, el deporte, la recreación y el trabajo los que pueden alejar a los jóvenes de la delincuencia. Sólo que para entender eso se necesita conocer a la gente en sus necesidades y sus aspiraciones. A la oposición que concibe la realidad desde sus privilegios le cuesta trabajo aceptar que más gises son menos balas y más guitarras son menos armas. Pero no hay de otra.
¿La queja es porque el programa puede tardar años en ofrecer resultados? Tal vez sí, pero, bueno, nadie planta un nogal pensando que podrá recoger nueces a fin de mes.
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