En la antesala del escenario ominoso -que de acuerdo a todos los indicios podría representar el nuevo período de Donald Trump al frente del gobierno estadounidense-, un suceso fortuito como es la partida física de un ser humano, la muerte del ex presidente James Earl Carter o Jimmy Carter -al trascender los 100 años de vida-, marcará desde el imaginario un profundo contraste entre la línea política imperialista y los valores y posiciones que expresó Carter sobre todo en su etapa como ex presidente de los Estados Unidos.
Como magistralmente han reseñado David Brooks y Jim Cason en La Jornada, todavía, como “el Cid Campeador”, desde el camino al cielo Jimmy Carter ha ganado una batalla cargada desde el terreno de los simbolismos, derivada de una secuela de la propia liturgia del poder presidencial norteamericano: “Las banderas en sitios oficiales fueron izadas a media asta y, si se sigue la costumbre, eso durará 30 días. Por lo tanto, el día en que Donald Trump asuma la presidencia, el 20 de enero, las banderas permanecerán a media asta, algo que para muchos será simbólico de lo que implica su regreso a la Casa Blanca.”
Jimmy Carter gobernó Estados Unidos entre 1977 y 1981, en otros tiempos igualmente álgidos para la humanidad como fue la Guerra Fría; si bien la gestión del Presidente No. 39 del vecino del Norte no estuvo exento de críticas o divergencias, es prácticamente un consenso que fue bajo su gestión que precisamente se puso en el centro de las políticas el respeto a los derechos humanos universales.
El 14 de febrero de 1979 durante su visita oficial a México, Carter expresó frente al entonces presidente José López Portillo: “Aquellos de nosotros que somos líderes nacionales, tenemos la responsabilidad de hacer que se oigan nuestras voces cuando se violan los derechos humanos en el extranjero y también tenernos la responsabilidad de proteger los derechos humanos en nuestro país. Esto se extiende a los derechos humanos básicos de todas aquellas personas que, por cualquiera razones, se encuentren dentro de las fronteras de nuestros países. La lucha por los derechos humanos no es una cosa estática: ofrece nuevos retos a todas las nuevas generaciones.”
El político demócrata siempre mantuvo esa posición clara de respeto a los derechos humanos de todas las personas, pocos días antes de su partida física y después del triunfo de Donald Trump en las elecciones, calificó de “rídiculos” sus comentarios, que estigmatizaban por enésima ocasión a los migrantes mexicanos.
Después de su gestión, Jimmy Carter se convirtió en un referente emanado de la otra mirada del pueblo estadounidense, la perspectiva que realmente respeta y cree en la libertad, la democracia, la fraternidad y la justicia, y especialmente en el derecho de los pueblos del mundo a decidir su destino. Premio Nobel de la Paz en 1992, el ex presidente se caracterizó por figurar como un connotado disidente de los excesos del sistema político estadounidense, y trató desde su óptica y posibilidades, de ponerse siempre del lado correcto de la historia.
Parafraseando a Brooks y Carson, “Jimmy condenó el apartheid de Israel contra el pueblo palestino, salvó incontables vidas a través de su trabajo para erradicar enfermedades trasmitidas por agua insalubre en África, luchó contra los estigmas del contagio de SIDA, defendió los procesos electorales de Hugo Chávez, buscó la normalización de las relaciones con Cuba y construyó casas para los sin techo (literal con sus propias manos)”.
Aquel febrero de 1979 que como presidente de EU y por ende líder de uno de los dos grandes bloques hegemónicos del mundo, vistió el Ángel de la Independencia, ahí, después de depositar una ofrenda floral y montar la tradicional guardia de honor, el Presidente Carter firmó el libro de visitantes distinguidos, con las siguientes palabras: “Es un honor rendir homenaje a la bravía gente de México, quienes en todo tiempo han estado dispuesto a dar sus vidas por la libertad y la justicia”.
Menos Donald’s y más Jimmy’s. Habrá un gran vacío con la perdida física de un “hombre sencillo” como lo definió Bob Dylán; en el seno del Imperio también hubo quien no hizo suyos los abusos, ni el intervencionismo; pues se impuso en su credo el amor a la vida y la fe en la humanidad, quizá por ello Carter vivió más de un siglo y seguirá ganando batallas al atraso criminal de los alfiles del conservadurismo.
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