Margallate chilango

Margallate significa embrollo, enredo, maraña, y en última instancia confusión. La confusión ahora es chilanga, es decir, cunde en la CDMX. El margallate chilango al que me refiero no tiene que ver con el tránsito, sino con el próximo proceso electoral. 

El margallate chilango electoral no se halla del lado de la oposición. De aquel lado las cosas están absolutamente claras: no hay nada, quiero decir, no tienen ninguna posibilidad de triunfo. A la contienda electoral de 2024, en la CDMX la oposición no tiene nada que presentar más que impresentables. Y si no, díganme ustedes, ¿piensan que la aspiración de la señora Sandra Xantall Cuevas pueda tomarse en serio? ¿Y quién más? ¿De qué estará más cerca el señor alcalde de la Benito Juárez, de un juicio o de la candidatura? ¿O qué me dicen de la histrionisa Kenia López? ¿Y si el PAN le dejara la candidatura a la chiquillada, qué posibilidades reales tendría un priísta o un perredista en la Ciudad de México?

Me adelanto a cualquier reparo que provenga del recuerdo de los descalabros que la 4T sufrió en 2021 en la CDMX: no pequemos de ingenuidad, no estamos en 2021, estamos en 2023, aquello ya pasó: 1) la chilangada progre buena ondita que se tragó el cuento de los contrapesos ya sufrió los costos de su inocencia, y 2) el operador político que maquinó a la mala hace tres años desde Morena se encuentra hoy día muy desgastado. Y podría agregar un tercero: de entonces para acá se han acumulado más, muchas más evidencias de que la 4T a la CDMX le ha redituado beneficios palmarios.

El margallate chilango electoral no se halla del lado de la oposición, sino del lado de Morena. Es factible narrar el embrollo en tres episodios. Durante el primero de ellos, hace apenas unas semanas, la situación se mostraba aparentemente mucho más complicada, considerando la superabundancia de aspirantes, algunos de plano estrambóticos: por ejemplo, el gobernador del estado de Morelos, el delantero Cuauhtémoc Blanco, quien, avecindado, supongo, en Cuernavaca, decía que se iba a apuntar en el proceso. Pero, en fin, ese primer episodio se fue cerrando, y tanto el exfutbolista como el señor Ricardo Monreal se bajaron. Luego también hicieron lo mismo el presidente del partido, Mario Delgado, y el hoy vocero de la doctora Sheinbaum, el aguerrido petista Gerardo Fernández Noroña. Más allá del orden estrictamente cronológico de los eventos, en ese episodio inicial también cabe incluir la salida del señor Omar García Harfuch del gobierno de la CDMX (9 de septiembre). ¿Por qué? Porque salió diciendo que dejaba la Secretaría de Seguridad Ciudadana no para pelear por la candidatura de Morena sino para incorporarse al equipo de la Coordinadora Nacional de Defensa de la Cuarta Transformación. O sea, en ese momento, él era uno más que se bajaba. Así que al cierre del primer episodio cualquier analista con dos dedos de frente podía vislumbrar con claridad quién ocuparía la Jefatura de Gobierno de la CDMX, Clara Brugada, entonces aún alcaldesa en funciones de Iztapalapa.

El segundo episodio duró poco. Lo abrió el mismo Omar Hamid García Harfuch el 20 de septiembre cuando anunció que siempre sí, que había tomado la decisión de participar en el proceso interno de Morena para seleccionar al coordinador de Defensa de la Cuarta Transformación de la Ciudad de México. Dijo e hizo: el 22 de septiembre se fue a afiliar a Morena. La jugada causó descontrol. ¡Ah, caray! ¿Entonces la doctora prefiere a Omar? ¿Que no había estado impulsando la candidatura de Clara?

El tercer episodio, en el que estamos, podría subtitularse así: Ya éramos muchos y parió la abuela. Al día siguiente del cambio de jugada de García Harfuch, el 21 de septiembre, el doctor Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud del gobierno federal, externó en una entrevista con La Jornada que él también va por la candidatura chilanga. De inmediato los medios tradicionales y la furibunda panda de opinócratas se desgañitaron atacando a López-Gatell, haciendo tanto escándalo como lo estaban haciendo para difundir el destape de García Harfuch. Al día siguiente, en la mañanera, cuestionado al respecto, el presidente López Obrador dijo que sí estaba al tanto de la decisión de López-Gatell y que el galeno era un profesional. El 25 de septiembre, durante una entrevista con Maxine Woodside en su programa Todo para la Mujer en Radio Fórmula, el exsecretario de Seguridad Ciudadana —“… el hijo de María Sorté, quien en los medios es conocida como ‘La suegra de México’” — dijo que él no veía el proceso como una disputa…: “Por ejemplo, con mi compañera (seguramente se refería a Clara Brugada, pero no dijo su nombre), que también se inscribió o se debe de  estar inscribiendo en estos momentos, no es que ella y yo seamos una competencia”. Y algo así también ha dicho López-Gatell. 

En ese tercer episodio estamos. Un margallate en el que la base obradorista no tiene del todo claro cuál es la mejor salida, la que más conviene a la CDMX, al movimiento, a la 4T. Pero ojo, la duda, me parece, no está entre tres sino entre dos. Hasta donde alcanzo a ver, puedo decir exactamente lo mismo que tuiteó hace poco la doctora Leticia Calderón Chelius: “En mi pequeño mundo social clase media chilanga de izquierda no conozco absolutamente a nadie que apoye la posibilidad de que García Harfuch sea candidato”. No pienso que lo que más nos convenga para gobernar la CDMX sea el perfil profesional de un buen policía. No creo que la guapura de un aspirante deba ser un factor decisivo. Pero tampoco me parece que los antecedentes familiares de García Harfuch sea algo que deba considerarse en su contra. Ni creo, como ya dijo AMLO, que haya elementos que involucren al señor en la construcción de la ominosa “verdad histórica”. En suma, en su caso, no se trata de desestimar sus posibilidades porque sea malo, sino porque no es el mejor para gobernar la CDMX, considerando, claro, que tenemos un par espléndido de opciones: Clara Brugada y Hugo López-Gatell. ¿Y entre ambos? Mi próxima entrega está cantada…

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