Los integrantes de la cúpula del Poder Judicial consideran sus privilegios un derecho, así como algunos periodistas creen que es una prestación laboral el chayote. No conciben la vida sin estar dentro de un círculo donde nunca debieron estar y ese círculo se llama corrupción.
Se sataniza a jueces y columnistas, reporteros y ministros como si fueran el principio y el fin de la maldad, pero en ambos casos sólo son instrumentos, herramientas de un poder mayor. Incluso los medios son un poder medio, precisamente dentro del juego político que concentra en los agentes visibles la atención de la población, como si se tratara de pararrayos que reciben la descarga, al mismo tiempo que protegen el edificio en el que están instalados.
Lo que está detrás de ministros y medios, columnistas y jueces es lo que afecta al país directamente, es la fuerza que los utiliza como carne de cañón para proteger sus intereses; sin embargo, se consideran parte de esa riqueza desproporcionada que defienden, así como algunos empleados de la iniciativa priva, incluso del gobierno que se consideran parte del empresariado siendo asalariados, explotados, manipulados y desconocen las razones de esa intuitiva manera de adoptar una posición social o política.
En su aspiración de ser como ellos, confunden las distancias y desconocen las diferencias hasta que son despedidos cobran conciencia de su verdadero lugar en la sociedad. Lo que hay detrás de esa manera de considerar que la aspiración es una actitud más cercana a la fantasía que a la realidad mueve a buena parte de una clase media individualista donde el trabajo en equipo es una utopía, y sólo la competencia entre iguales puede lograr los sueños anhelados.
Detrás de grupos, posturas, movilizaciones, hay grupos poderosos que esos aspiracionistas que se consideran parte de una clase a al que no pertenecen y consideran tener un poder que no poseen impiden su visualización. Esa es la verdadera tarea de estos sicarios de la justicia y la información, por sólo citar dos actividades que encajan perfectamente en los poderes fácticos más despreciables en México, Latinoamérica incluso en buena parte del planeta.
La carne de cañón es la infantería que dice tener, en sí misma, razones para una guerra donde la victoria nunca les permanecerá aunque ganan todas las batallas. Su estridencia no hace más que ocultar los verdaderos rostros del combate.
Antes de las elecciones de 2018 empezaron a salir de sus madrigueras algunos de ellos, empezando por Claudio X. González, quien al salir primero a dar la cara no quiere decir que sea el más valiente sino el menos importante, es decir, el más necesitado en todos los sentidos, pero principalmente urgido por rescatar los privilegios. Mientras más rápido salen de su madriguera denotan el grado de urgencia y el nivel que ocupan en esa secreta cofradía de los poderosos.
Estar ocultos, forma parte del poder, no conocer el rostro es propio de quienes envuelven en un misterio, como una especie de deidad que debe ser ocultada y visible sólo para iniciados. En un rango muy similar al dela mafia, que posteriormente adoptarían los narcotraficantes, donde sólo los elegidos pueden tener contacto con quienes explotan y discriminan, marginan, engañan, manipulan a la población, pero como fueron considerados héroes en el pasado, mantienen ese rango de paladines aunque en realidad ocultan su modo de vida de bebés consentidos del sistema.
Es precisamente en esa inmadurez social y política en la que se desarrollan algunos de los más poderosos empresarios que no permiten, más por capricho que por conveniencia, que se les mueva el tablero del juego, por eso impiden reformas o retan las leyes o manipulan las noticias. Cuando las cosas cambian y no se tiene la capacidad de adaptación se lucha por el pasado pero también se teme al futuro en las grandes esferas de quienes están acostumbrados a ganar.
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