Los achichincles del patrón

El filósofo y economista alemán Carlos Marx desde hace casi dos siglos ya hablaba de un concepto muy actual en la sociedad mexicana y mundial: Los desclasados. Quienes, siendo parte de la clase trabajadora, abandonan la lucha de clases y dejan de oponer resistencia a la explotación de la burguesía porque  reciben las migajas de sus patrones. 

Según mi interpretación, estos son individuos que no sólo son aspiracionistas (a consumir y tener más) sino que además como ellos ya se sienten acomodados y superiores, tienen terror a que las cosas cambien, quizá ser desplazados y se colectivice el bienestar social.

Crear desclasados ha sido y es uno de los objetivos del capitalismo, porque es el camino más corto para conseguir la ruptura entre el pueblo y tratar de desintegrar todo lo que suponga un obstáculo organizado y comprometido con la defensa de los intereses de la gran mayoría.

Los desclasados se caracterizan, no por ambicionar la legítima mejora de su status, sino por olvidar de dónde vienen, reproducir los valores de sus patrones y repetir sin una seria voluntad de análisis, los discursos de los líderes de opinión de medios de difusión pagados o propios de intereses empresariales nacionales y extranjeros. Por eso también son apolíticos, se dicen neutrales, pero en realidad, terminan siendo de derechas. Adoptan una actitud de tener y poseer “a como dé lugar” y de colocarse laboralmente muchas veces, sin méritos propios.

Hoy, más allá de ser carne de cañón en las marchas conservadoras, en el fondo están aterrados, no sólo por el gobierno de la Cuarta Transformación sino como dice Lorenzo Meyer “se trata del temor histórico a las clases peligrosas”, a los pobres que desde tiempos del cura Hidalgo han estado dispuestos a morir por mejorar sus más básicas condiciones humanas.

Los desclasados tienen sus orígenes en aquellos criollos que le dieron la espalda al movimiento independentista y que apoyaron a los españoles. Son a los que se les ha comprado la conciencia, regalado los derechos y que aseguran, hay un “orden natural divino” que predica que desde que el mundo es mundo hay ricos y pobres. A los aspiracionistas los medios comerciales les han hecho un “brainwash”  (lavado cerebral) como de zombies, desde hace siglos. Continúa el historiador Lorenzo Meyer: “…Basta leer la prensa de la época revolucionaria y su caracterización de los zapatistas, a los que describió como auténticos salvajes que debían ser exterminados para salvar a México.”

La cobardía y la ignorancia los distingue porque en su pensamiento superficial y pusilánime ellos ya pertenecen a la elite dorada aunque en realidad sólo sean los lacayos y mayordomos incondicionales: “Sí jefe, lo que usted diga jefe…”. Es más, si por ellos fuera ya sería mejor que el país vecino del norte nos invadiera y que todos fuéramos gringos (a ver si mejorábamos la raza). 

Son un sector al que cualquier molestia que se les cause la catalogan de anticonstitucional, sus derechos (que son los únicos que existen) han sido gratuitamente llovidos del cielo nada que ver con las luchas sociales de izquierda, obviamente creen ser de raza superior y en su egoísmo odian ferozmente (como ratas acorraladas) todo lo que ponga en peligro su frágil posición con el patrón. Como los capataces en las haciendas feudales que castigaban con más latigazos y más crueldad la osadía de la mirada rebelde de algún jornalero. No se identifican con el pueblo ya que se encuentran en una especie de negación de su clase social porque en su baja autoestima no se soportan en ella.

Los desclasados, desde sus criticas pasivo agresivas, insultan y acusan de flojos y revoltosos a aquellos que se movilizan por algo colectivo, en cambio son muy rápidos a la hora de criticar de manera virtual en las redes sociales o en arreglar el mundo en las discusiones de café y ahí sí se rasgan las vestiduras y echan espuma por la boca con odio irracional. Aunque sus “debates” e ideas están llenas de insultos (¿Quién es el pelado?), frases hechas, lugares comunes vueltos verdades irrefutables para los necios y de librar batallas inexistentes como la ecología en peligro por el tren maya o la  del INE no se toca.

En el fondo, desde mi perspectiva, los desclasados y aspiracionistas son las verdaderas víctimas de la ideología capitalista del consumismo, del pensamiento fascista de la supremacía de la blanquitud (como decía el filósofo y economista Bolívar Echeverría), del egoísmo, el miedo y el odio que desde una perspectiva psicológica y hasta espiritual, son los grandes causantes del aislamiento, confrontación e infelicidad humanas.  El problema es que los achichincles del patrón, son a final de cuentas, el ancla sorda, ciega y parasitaria que tenemos que cargar en el avance de la Cuarta Transformación de México que las mayorías soñamos consolidada.

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