El reciente hurto de joyas napoleónicas en el Louvre ha revivido la turbulenta historia de robos y saqueos que ha marcado al museo parisino desde su fundación. Desde la desaparición de la Mona Lisa en 1911 hasta los saqueos nazis y los audaces atracos del siglo XX, el museo más famoso del mundo ha sido escenario de algunos de los crímenes artísticos más sorprendentes de la historia.
El pasado 19 de octubre, mientras el Louvre abría sus puertas a miles de visitantes, un grupo de ladrones irrumpió en sus salas y, en apenas cuatro minutos, se llevó un botín de joyas napoleónicas de valor incalculable. El golpe, ejecutado con precisión quirúrgica y sin causar heridos, incluyó un collar de esmeraldas y unos aretes que Napoleón Bonaparte obsequió a su esposa María Luisa. La audacia del robo —realizado a plena luz del día, en un museo con una de las mayores infraestructuras de seguridad del mundo— ha generado desconcierto y sospechas sobre posibles complicidades internas.
El Louvre no es ajeno a estos episodios. En 1911, un carpintero italiano llamado Vincenzo Peruggia robó la Mona Lisa disfrazado gracias a hacerse pasar por empleado con su viejo uniforme de trabajo. El cuadro desapareció durante más de dos años, y entre los sospechosos figuró un joven Pablo Picasso, vinculado a un robo previo de esculturas ibéricas. Desde entonces, el retrato de Lisa Gherardini no solo recuperó su lugar en el museo, sino que alcanzó fama universal, convertida en símbolo del arte y del misterio. Décadas después, el museo enfrentó nuevas amenazas: durante la ocupación nazi, su director Jacques Jaujard salvó miles de obras trasladándolas en secreto al campo francés, lo que evitó su saqueo total.
Pese a los avances tecnológicos, las alarmas y los protocolos reforzados, el Louvre ha seguido siendo un imán para los ladrones. En 1976 desapareció una espada enjoyada de Carlos X; en 1990, un cuadro de Renoir fue arrancado de su marco a plena luz del día; y en 1998, una pintura de Camille Corot se esfumó sin dejar rastro. Algunos objetos, como una tiara de esmeraldas de Napoleón III recuperada rota en 2025, han reaparecido años o décadas después. Pero la mayoría sigue perdida, lo que ha alimentado la leyenda de un museo que guarda no solo tesoros del arte universal, sino también los fantasmas de sus propios secretos.
El reciente robo confirma que el Louvre —nacido entre los tumultos de la Revolución Francesa— sigue siendo un escenario donde el arte, la codicia y el ingenio del crimen se entrelazan. En su historia conviven las glorias de la civilización y los reflejos más oscuros de quienes, una y otra vez, intentan arrebatárselas.
Con información de Erin Blakemore para National Geographic.

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