El pasado domingo 10 de noviembre, el PAN, en un proceso totalmente opaco y arbitrario, que haría soltar la carcajada a cualquiera que siga creyendo a este partido una caterva de demócratas; renovó dirigencia. La facción de derecha, siempre cuidándose de asumirse como tal, aún no termina de contabilizar los daños causados por el impresentable y cínico Marko Cortés, quien culpó a todo mundo menos a él mismo de la tremenda derrota en las urnas el 2 de junio de 2024. Y mandando el claro mensaje de que no les importa ir directo al precipicio, han decidido poner como presidente del partido a Jorge Romero, otro político del mismo corte que Marko, es decir; joven blanco, rico, arrogante, prepotente y gritón; junior neoliberal en toda regla, de moral flexible y facilidad para la arenga que levanta desaforados gritos de júbilo, pero que no tiene correlato en los hechos ni un respaldo mayor a los salones que se llenan de juniors para urdir esos planes maquiavélicos para recuperar el rancho. Y como ya es costumbre entre los panistas, sobre Romero también pesan acusaciones de corrupción por su pertenencia al infame cártel inmobiliario de la alcaldía Benito Juárez.
Durante la campaña de la primera parte del año en 2024, muchas personas que ya identificaban el desgaste de los partidos políticos como marcas y posibles agentes cohesionantes, prefirieron hacerse de la vista gorda y dar rienda suelta a la esperanza de derrotar al obradorismo y a su multitudinaria legión de seguidores, por quienes siempre mostraron y siguen mostrando un enorme desdén, por decir lo menos. Lo peor de todo, y que no deja de ser irónico y un tanto gracioso, es que resultaron ser víctimas del marketing político, esa arma que durante años utilizaron para dominar a las masas despolitizadas, pero que esta vez los llevó a crearse expectativas irreales con respecto a la fallida Xóchitl Gálvez. Muchos ya no aguantaron y, descartando totalmente la posibilidad de apoyar al PRI con su dirigencia igualmente impresentable, han decidido darle ahora sí la espalda a la opción política que les prometió maravillas y que evidentemente no cumplió.
Por otro lado, el pasado 5 de noviembre de 2024, Donald Trump se alzó con el triunfo en el proceso electoral estadounidense, que tiene la complejidad de una partida de cricket. Trump, como sabemos, representa todos los valores y posturas de la ultraderecha que dormitaron en la prudencia durante varias décadas, pero que solo necesitaban la llama de la desvergüenza para despertar y tomar fuerza en medio de un panorama neoliberal que había preparado el terreno convenientemente para que surgieran figuras de ultraderecha que ahora se autonombran como “libertarios”.
La presencia de los libertarios fue creciendo cada vez más en Latinoamérica. Se fueron insertando poco a poco en las redes sociales y medios tradicionales figuras como Gloria Álvarez, Nicolás Márquez y Javier Milei. El gran triunfo de esta caterva es precisamente el ascenso al poder del más estrambótico de los tres, quien supo ganar adeptos con base en su discurso disruptivo, supuestamente antipolítico, y con pinceladas de cultura pop, para embelesar a los jóvenes. En México ha habido intentos de figuras equiparables con los centro y sudamericanos mencionados, pero nadie ha logrado despuntar. Carlos Leal, Raúl Tortolero, América Rangel o Teresa Castell son algunos de los personajes que medianamente han intentado posicionar el mensaje libertario. Algunos de ellos desde dentro del PAN y otros ya fuera de él por considerarlo una “derechita cobarde”; el mote que les adjudicó Agustín Laje y que no se podrán quitar. Estos personajes, así como Eduardo Verástegui, navegan con la bandera del catolicismo, por lo que su enfoque es más sobre lo confesional que sobre lo económico, en cuanto a reducir al Estado.
Por otro lado, y subidos en la estela que van dejando detrás de sí los verdaderos ideólogos, vienen los influencers como el famoso Dross, Mariano Pérez, Giancarlo Portillo o Chumel Torres, entre muchos otros. Todos ellos iniciaron desde el combate a la llamada ideología woke generada desde la industria cultural estadounidense, por lo que, como consumidores de la misma y empapados en la ideología libertaria, su tránsito hacia los contenidos de política era un paso lógico. Cabe destacar que, si bien Torres siempre reseñó cultura pop, los servicios que ha prestado a la derecha mexicana han sido desde un estilo humorístico que pretende emular a comediantes pro demócratas como Stephen Colbert y Jon Stuart.
Así pues, este es el caldo de cultivo en medio del cual, con líderes de ultraderecha en ambos polos, y con el PAN que ya no provoca más que una extraña mezcla de risa, lástima y mentadas de madre; algunos personajes francamente menores, pero que viven la fantasía de la relevancia en la red social X, han emprendido una campaña para proponer a Ricardo Salinas Pliego como candidato a la presidencia en 2030.
Una de las motivaciones es la forzada comparación de Salinas Pliego con Donald Trump, como una especie de empresario transgresor y antipolítico. Donald Trump lleva décadas siendo parte del imaginario colectivo gracias a una fama a la cual ha contribuido la industria cultural. Se recuerda mucho el reality show llamado The Aprentice, que se transmitió durante la primera década de este siglo. Asimismo, ha hecho cameos en diversas películas como Home alone 2 (1992) o Little rascals (1994). Asimismo, en la película Gremlins 2: The new batch, el personaje Daniel Clamp, interpretado por John Glover, es un claro homenaje a Trump, que se evidencia incluso en el nombre. Por otro lado, la única referencia a Salinas Pliego es una mención hecha solo en el doblaje mexicano de Los Simpson, hecha por Humberto Vélez, intérprete de Homero Simpson, cuando en un capítulo se dirige al personaje de Roger Myers Jr., dueño de una cadena televisiva, como “señor Pliego”. Fuera de eso, la comparación no se sostiene.
Salinas Pliego se ha distinguido, sobre todo durante el sexenio de AMLO, cuando el ser exhibido como evasor fiscal lo motivó a entrar en la moda de libertaria, por “criticar” al gobierno de una manera muy conveniente, para más tarde pasar a una franca confrontación a base de groserías y acusaciones de “comunismo”, así como racismo y clasismo totalmente descarados. Todo ello en la red social X, antes Twitter. Al mismo tiempo, en los truculentos espacios mojigatos de su televisora, instruye a sus lectores de teleprómpter para, en un tono puritano y al mismo tiempo catastrofista, pintarle a su target, la población de menores ingresos y menor nivel de instrucción; escenarios apocalípticos que nunca se cumplen.
Los trolls de X, cínicos, misántropos y ahora desesperanzados de que la oligarquía prianista recupere el poder, tropicalizan una tendencia gringa, con el aspiracionismo por delante, para enaltecer a un Donald Trump “ de petatiux”, quien responde a las loas auto descartándose entre sonrisas y presunción de su vida ostentosa, diciendo que la política no es lo suyo y que él está mejor “criticando a los comunistas hijos de su puta madre”, que es como llegó a llamarnos a los periodistas que visibilizamos la sucia campaña que emprendió contra los libros de texto en 2023, la cual, en realidad ocultaba un conflicto de interés. El burdo culto al dios dinero siempre de fondo.
Una cosa es muy cierta. La inercia que en este momento tiene el grueso de la sociedad mexicana es hacia el desarrollo de una mayor conciencia de clase, política y social. Se necesitaría todo lo contrario para que una figura como Salinas Pliego tuviera posibilidades reales de acceder o siquiera competir por la presidencia. En términos cualitativos, los mexicanos estamos mucho mejor informados que los estadounidenses. El show mediático alrededor de los procesos electorales no es lo que define el voto; llegamos a las urnas con convicciones y no como producto de un marketing efectivo. La imagen de Salinas Pliego se relaciona más con la trampa de la evasión fiscal, con ofrecer contenidos basura, con ser un empresario falto de escrúpulos y usurero. Ante la efectividad de los programas sociales y de educación implementados por la 4T, su imagen de benefactor y la de su fundación están por los suelos. Como ideólogo tampoco despunta, a pesar de patrocinar foros libertarios o de incluso fundar su Universidad de la Libertad.
Doscientos trolls y 500 mil televidentes no son una fuerza significativa para luchar contra este movimiento popular que vive un momento estelar gracias la semilla sembrada por AMLO y ahora bien cuidada como árbol en crecimiento por Claudia Sheinbaum, con un respaldo popular prácticamente unánime. México se erige como el genuino bastión progresista en América y su pueblo politizado es ejemplo mundial. Ahí pobremente, sin presumir.
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