La mexicanidad disfrazada

Se acerca septiembre, mes en el que reitera la falsa mexicanidad en la que hemos vivido engañados y, en algunos casos, engañados a placer, a gusto y sin cuestionar.

La herencia arrebatada por los mexicanos a los españoles quedó instalada en la cultura mexicana como un cáncer difícil de erradica, pero no puede erradicarse sin antes detectarse. Sobre todo, en cuestiones de historia nacional todavía resalta la admiración por la monarquía, forma de gobierno que todavía es admirada por muchos mexicanos.

Los nuevos libros de texto, que critican quienes carecen del hábito de la lectura y con una tremenda ignorancia a cuestas, muestra un ejemplo que debe hacer reaccionar las conciencias de los mexicanos. Una propuesta que años atrás había indignado a los conservadores, nostálgicos de las monarquías, se vuelve una lección de historia en los libros de texto al renombrar la batalla de la Noche Triste como la Batalla de la Victoria.

La batalla por descalificar los libros de texto es parte de esa añeja guerra entre conservadores y liberales, donde la crítica de los primeros intenta destruir lo que construyen los segundos. Litigio golpista que perdura hasta nuestros días.

Desde la perspectiva de los viejos libros de texto la derrota de los españoles es nuestra, es decir, de los mexicanos, como si fuésemos españoles. Ese malinchismo que caracteriza a generaciones de hombres y mujeres desde hace 500 años debe desaparecer o, por lo menos, ser cuestionado.

Hemos vivido engañados por no abrir los ojos, por la falta de costumbre de cuestionar lo que nos imponen, por la inercia de que la historia es un museo del pasado. La historia se hace todos los días, y los protagonistas somos todos, incluso los apáticos, los apolíticos y los abstencionistas.

El engaño voluntario se volvió una costumbre añeja por repetirse todos los días en conceptos que de no tener este significado parecería no tener trascendencia, pero la palabra es el vehículo que crea puentes y derrumba imperios.

Así, los españoles nos obligaron a creer que el mariachi es el músico mexicano por excelencia, cuando ni siquiera la palabra es de origen español, cuando proviene del francés, tiene que ver con la música de las bodas de la campiña de ese país. 

A pensar que la charrería es un deporte nacional que reafirma nuestro nacionalismo, cuando los caballos los trajeron a América los españoles. Los charros de México son una élite de clasemedieros conservadores que tienen su propia inspiración monárquica para practicar ese “deporte”, que nada tiene de mexicano. Hay varios panistas que son campeones en la charreada.

Que los todos es una tradición mexicana cuando son copia de las fiestas de los salvajes españoles que todavía practican en pamplona en la fiesta de San Fermín. El maltrato a los animales llegó de Europa.

La primera corrida de todos se realizó en México en el zócalo de la Ciudad de México en 1535, organizada por los colonizadores.

Las pastorelas son obras de teatro breves que exaltan el sentido religioso para imponer la religión católica a sangre y fuego, pero no falta quienes aseguren que se trata de una costumbre mexicana. La adopción de costumbres impuestas por los conquistadores nos habla de una adaptación cultura, que suele confundirse con la sumisión cotidiana de la conducta que condiciona ideologías, formas de vivir, y hasta el destino del voto.

Las posadas tienen un mismo origen e imposición de la religión, que se amalgamó en las fiestas decembrinas que tienen como epicentro el nacimiento del Niño Jesús.

La falsa mexicanidad no implica expulsar las costumbres arraigadas e impuestas desde hace más de 500 años, sino de tener la conciencia de que lo mexicano está detrás de los ídolos de barro y las costumbres, que practicamos por gusto, pero con la conciencia de que no son lo que nos dicen que creemos.

Esto sucede en todos los países que fueron colonizados, pero en todos ellos se preserva la cultura anterior a la llegada de los conquistadores como la propia, la auténtica, la que otorga identidad. Una cuestión es la fusión de culturas, su mutuo aprendizaje y, otra, la manipulación de la identidad.

Mientras no nos sacudamos este tipo de creencias que, como todo lo que trajeron los españoles, están basados en dogmas de fe, no podemos descubrir nuestra propia mexicanidad. 

Lo mexicanos está detrás de los fantasmas impuestos y de las creencias originarias que fueron sustituidas por una realidad tan fantasiosa como llena de intereses, por lo regular económicos e ideológicos.

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