Estos dos conceptos se encuentran íntimamente relacionados, puesto que la manipulación es el objetivo del chantaje, es decir, que este se lleva a cabo para conseguir un fin especifico y al doblar la voluntad de alguien y someterla a los deseos de otro mediante una amenaza, se manipula a una persona en contra de su voluntad.
Chantajes hay muchos y muy variados, pero el mecanismo es el mismo:
Haz aquello o no lo hagas, so pena de un castigo sobre ti mismo, tu imagen o, en el peor de los casos, tus seres queridos, que son vistos como debilidades por el chantajista manipulador.
El chantajista primeramente se coloca en la posición de poder que le da poseer algo que la víctima no, como puede ser la suficiente locura o crueldad para rebajar aquello que para una persona es intocable e invaluable a la mera categoría de una mercancía que se puede negociar e intercambiar por beneficios propios.
Al chantajista sólo le importan sus fines, que siempre son egoístas, aún cuando los disfrace de consignas o una supuesta justicia en aras de resarcimiento por afrentas del pasado.
Para el chantajista sólo importa conseguir su objetivo, que a menudo es, sobre todas las cosas, destruir al chantajeado, reducirlo a su esclavo, un títere cuyos hilos sólo pueda jalar él o ella, para sentir el poder que proviene de contemplar la voluntad de otro que, probablemente le agravió, en contra de sí mismo o sus más preciados intereses y así consumar una venganza sobre él que sea más dulce que la muerte o su desaparición, es decir, conservarle la vida, pero sólo para observarle cumplir los deseos propios como una extensión de él mismo, para proyectarse y extenderse en el otro y así suplantar su actuar sin tener siquiera qué tocarle un pelo, y quizá tampoco a quien se ve amenazado, puesto que la mera noción del daño que se describe en el chantaje, es a menudo suficiente para motivar al chantajeado a actuar en contra de su voluntad y a favor del chantajista.
El chantaje es una expresión de violencia extremadamente destructiva, pues denigra la condición humana de todos los involucrados de la siguiente manera:
El chantajista requiere una dosis enorme de indiferencia y rencor para llegar a deshumanizar no sólo a su víctima, sino a aquellos a quienes amenaza y a menudo lo logra convenciéndose a sí mismo de la pertinencia o justicia de sus acciones, ya sea en la persecución de una venganza o algún fin mezquino, que necesita ser encubierto detrás de una distorsión de la realidad que logre hacer tolerable el enorme daño expansivo que supone esta acción, pues las consecuencias a menudo se extienden más allá de la víctima, sobre todo cuando se le amenaza a través del daño a su familia, hijos, pareja o su propia imagen, en cualquiera de estos casos, la amenaza es hacia el exterior, lo cuál la obliga a actuar en secreto a veces dañándose a sí mismo en el camino o a otras personas.
El chantajista debe lograr denigrar primero a su víctima al punto de dejar de sentir cualquier compasión por ella o su futuro, puesto que el chantaje debe ser creíble y para tal propósito, se debe acompañar de amenazas plausibles que parezcan realistas y por lo mismo, aterradoras para la víctima, que activa el mecanismo de supervivencia personal y en el peor de los casos, el instinto protector hacia su núcleo socio afectivo, por lo que el perpetrador debe hacerse de un fin más allá de cualquier filtro moral, para poder transformar todo aquello que rodee a su víctima, en medios para conseguir un fin, aún cuando se trate de personas inocentes y vulnerables, como los niños, por ejemplo, a quienes debe observar también como simples instrumentos para conseguir los propósitos que se haya fijado.
La víctima es denigrada al tratársele como un títere y amenazársele con acciones que traspasan los límites de la cordura, además de que muchas veces, para lograr acreditarse, el chantajista cumple algunas de sus amenazas sin llegar a las últimas, pues estas dejarían a la víctima sin nada qué perder, de manera que siempre se cuida de mantener viva en ella, la zozobra que implica el que su caso puede ir complicándose cada vez más, mientras el chantajista avanza traspasando uno a uno los límites de la moral. La sensación de tranquilidad se pierde y se reemplaza con una noción constante de alerta que pone a la víctima en una situación de estrés exacerbado; una vez perdida esta sensación de seguridad, será muy difícil recuperarla, puesto que la víctima ha permitido que su paz sea robada y se ha violentado el respeto a su voluntad, lo cuál la dejará con fuertes cicatrices en su autoestima y le hará muy difícil recuperarse.
Finalmente, las víctimas indirectas del chantaje, como pueden ser familiares, colegas, amigos, pareja o hijos, quienes reciben una dosis de violencia al ser rebajados a una condición de recipientes de las amenazas cumplidas del chantajista, son expuestos a información verídica o falsa, que destruya o dañe severamente la reputación de la víctima, hechos de la vida privada que distorsionen su imagen muchas veces, siendo expuestos a la revelación de secretos sobre la víctima, que dañarán su estado emocional, pues frecuentemente poseen un vínculo afectivo con esta y la revelación de hechos privados da la sensación de traición y destruye la confianza.
El chantaje es tan pernicioso que puede orillar a otros a efectuarlo, pues suele llevarse a cabo a niveles delictivos o simplemente afectivos o familiares, sin que varíe en lo más mínimo su procedimiento, sino sólo los elementos externos de los que se vale, sin embargo, el daño es muy similar, pues lentamente destruye a quienes son víctimas de él, enrareciendo el ambiente y convirtiendo el entorno familiar en un lugar hostil, lo cuál es extremadamente peligroso, pues un espacio que debería considerarse seguro, es transformado en aquél en el que nadie puede sentirse a salvo, ni su privacidad, pues el chantajista siempre estará listo para tomar aquello que dañe a otro y utilizarlo en su contra.
El chantaje destruye la confianza y la esperanza, pues abre la puerta a pensamientos deprimentes respecto a los semejantes, quienes pueden en cualquier momento hacerte daño si saben cosas sobre ti.
La violencia que resulta del chantaje aísla a las personas, provocando que se vuelvan introvertidas y desconfiadas, las incapacita para entablar relaciones sanas basadas en la confianza y también distorsiona sus valores, pues al ser niños y convivir con un chantajista, es muy probable que eventualmente recurran a esta conducta como método para defenderse de algo que consideren amenazante o injusto, es decir, se habrá inculcado en ellos que la injusticia y la violencia, son maneras adecuadas de protegerse.
Las personas que han sido expuestas a manipulaciones por chantaje desde su niñez, frecuentemente desconocen otra manera de conseguir cualquier cosa, su lenguaje está lleno de amenazas y, aunque no intenten cumplirlas, su mente está acostumbrada a funcionar de esa manera: si no existe el temor a una pena corporal o emocional, no hay motivación para hacer nada.
Existen múltiples factores que pueden promover la manipulación por chantaje, siendo los entornos más propicios, aquellos en los que las creencias religiosas de tipo conductista (premio – castigo), forman parte activa de la enseñanza de valores, moldeando cada aspecto de la vida de acuerdo a modelos fijos e inflexibles de conducta, que son constantemente medidos de acuerdo a consecuencias y castigos corporales disfrazados de espirituales, que a su vez dañan a niveles más profundos que los físicos a quienes son sometidos a ellos.
A menudo la noción de una deidad que basa su “gobierno” en amenazas y promesas de acuerdo al proceder y el nivel de obediencia de sus siervos, se encuentra equipada con mitos antiguos que describen el cumplimiento de esas amenazas, proveyéndole credibilidad suficiente para ser considerado capaz, lo cuál no sólo pone a girar el sistema de creencias de tales congregaciones al rededor del chantaje y la manipulación, sino que valida estas conductas y las eleva al nivel máximo de la superioridad moral, habilitando a las figuras de autoridad de tales estructuras a emular los mismos esquemas de control y convivencia.
Al ser vistos como “actos divinos”, los episodios de chantaje y manipulación son ubicados en el espacio de aquello no sólo permisible, sino deseable, puesto que el fin último de los miembros de estas congregaciones es asimilarse a su deidad y seguir su ejemplo.
Es fundamental señalar que estos patrones de conducta son generalmente disfrazados y ocultados entre todos los ritos y ceremonias, esforzándose por todos los medios de evitar ser explícitos en su implementación, no así en su ejecución, que por regla general, convierte estos espacios en autoritarios, verticales y promotores de la obediencia ciega, lo cuál los hace inseguros y muy propicios para el abuso en todas sus variantes.
Sin temor a redundar, una vez más debemos reconocer la mano del neoliberalismo y la sociedad de consumo voraz como causante de fenómenos tan perjudiciales para el estado emocional y mental de la sociedad como el chantaje y la manipulación, resultante del proyecto de vida dominante en la actualidad, que asume los deseos y anhelos personales como único fin de la existencia y todo lo que rodea al individuo, como medios para lograr sus fines, sin importar absolutamente nada más, trasladando la amoralidad del capital a relaciones interpersonales que son despojadas de toda compasión y humanidad, lo cuál constituye el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de estos vicios y conductas anti sociales que lo mismo pueden manifestarse en la privacidad del hogar, como llegar a convertirse en forma de vida y obtención de beneficios económicos a cualquier nivel.
La manera de neutralizar y combatir el chantaje es fomentar la asertividad en la comunicación de la personas, una actitud activa ante los desafíos y retos que amenacen el bienestar personal y la promoción del valor y la esperanza basados en la capacidad humana para edificar el mundo que se desea, así como para aceptar los aspectos irremediables de la vida.
También, a nivel social y educativo, alentar una convivencia horizontal entre las personas, promoviendo la empatía y la compasión evitando el juicio mutuo, de manera que las acciones se sometan constantemente al filtro de los efectos que pueden ocasionar en los demás, es decir, el desarrollo del sentido común. Una sociedad que se preocupa constantemente por el bienestar común, alentará la noción de empatía y solidaridad, que agrega acción a las simples limitaciones morales que presenta la mayoría de las creencias religiosas occidentales o incluso las actuales tendencias de puritanismo mediático y censura, es decir, una constante actividad en bien de los demás, que agregue servicio desinteresado y exalte las recompensas del trabajo colectivo ayudará a los integrantes de ese núcleo a valorar el bien que puede hacerse hacia los demás y el inmenso poder que poseen para transformar las vidas propias y de sus semejantes, que en un estricto sentido, es exactamente el mismo que se tiene para dañarlos.
Los valores humanos como la virtud, la moral y la ética constantemente perseguidos pero no como un fin, sino como un medio para alcanzar el fin superior de la edificación de un ser humano pleno y feliz que, posteriormente construya sociedades semejantes, ayudarán a desterrar las ideas funcionalistas que son capaces de instrumentalizar cualquier cosa o persona para el alcance de fines egoístas de todo tipo, sin considerar ningún costo o efecto en el bienestar propio, el de los demás o el entorno.
DA CAPO
Actualmente el espíritu social se encuentra bombardeado por conceptos y dinámicas auto complacientes, que tienen como fin último el empoderar al individuo a través de la noción del deseo como un derecho y así promover la nula capacidad de aterrizar sobre las realidades de la vida, por más desagradables que estas sean.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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